Parte sin título 41

5 1 1
                                    

Su madre es la primera en pasar. Con ojos llorosos y cara sumamente atribulada, se sienta a la orilla de la cama, tocando con sumo cuidado su pálido rostro, donde aún se aprecian a las claras, las huellas de los golpes. Sus relaciones siempre fueron muy tirantes: Era demasiado exigente con él, sin tomar en cuenta su punto de vista, por lo cual solía pasar más tiempo con su abuelo que con sus padres cuando estaba de vacaciones. Incluso muchas veces se sintió como si sobrara entre ellos. Por eso ahora le extraña su exagerada congoja.

—¿Cómo sigues cariño? —acaricia su cabeza donde ya empieza a brotar de nuevo, el dorado cabello.

—Mejor, creo—le cuesta comunicarse con ella. Le es casi imposible, relajarse en su presencia.

—Me alegro amor. —va directa al grano. —Porque tu padre está pasando demasiado trabajo en la cárcel, necesito que me ayudes a sacarlo.

—Entonces, no es conmigo con quien debes hablar, sino con Luna y Mariana, al ser  las más afectadas por sus últimas acciones. — evita entrar en detalles

—Es triste, verte aliado con nuestros enemigos para dañarnos. —necesita convencerlo de la inocencia de su padre. —Siempre te hemos apoyado.  —se dispone a usar cualquier argumento posible. —Te dimos lo mejor de nuestras vidas, estudiaste en Europa, lo tenías todo de sobra ¿Y ahora cuando más te necesitamos nos das la espalda?

—Ni aunque pudiera, retiraría los cargos en su contra. — afirma dolido por sus reclamos, parece no percatarse o importarle su estado. —La ambición de papá lo ha llevado más allá de los límites aceptables.

—Acusas a Mario, siendo peor que él. —sentencia sin saber que Mariana la escucha, escondida en el cuarto contiguo. —Hasta fuiste capaz de exponer tu vida por la condenada guajira, quien jamás te ha importado un bledo; con tal de no perder tu parte de la herencia.

Ya Mariana no necesita oír nada más. Aquel lo cataloga como uno de los peores días de su vida. Casi a la vez, se entera de que los únicos hombres quienes parecen preocuparse en verdad por ella, lo hacen por el cochino interés del dinero. No quiere volver a saber nunca más de ninguno de los dos. Horrorizada, corre sin rumbo fijo.

—Cuando Elizabeth murió, te hundiste en tal depresión que incluso adoptamos a Magdalena, a pesar de nuestra edad, para ayudarte a superarlo. ¿Es así como nos pagas?

Es duro reconocer que incluso a su propia madre, ha puesto Mario Murray en su contra, envenenando su mente. Más doloroso aún, admitir lo que siempre afirmó su abuelo: La fortuna Murray es una maldición, capaz de destruir lo más sagrado: El amor familiar. Pero nombrar a Elizabeth para salvar a Mario Murray, es insoportable. — ¿Te atreves a culparme por los actuales sufrimientos de papá, cuando fue él quien planificó el accidente, dando inició a toda la tragedia de mi vida? —se incorpora furioso en el lecho. — Prefirió pagar a un experto para dañar los frenos del auto, sin dejar huellas a resignarse, a perderlo todo. —a pesar de su dificultad respiratoria, se levanta dispuesto a sacarla de la habitación.— ¡Santo Dios! Por tratar de matarme terminó asesinando a mi mujer, junto con   mi hijo. —la sujeta por un brazo furioso. — ¿Con qué cara me exiges ayuda ahora?

—¡Cállate, mal hijo! —lo cachetea, abrumada por tan absurda aseveración. —Ahora también repites, las mismas estupideces de tu abuelo, sin tener ninguna prueba.

—Él no. —acude Luna, en su ayuda. —Pero yo sí, y entre todos estamos dispuestos a hacerlo pagar hasta el más mínimo de sus crímenes. Ojalá tú no lo hayas secundado en tantas atrocidades. —la obliga a salir del cuarto, escoltada por varios hombres armados. —Porque entonces, los haré podrirse a ambos tras las rejas.

El mar de lágrimas que brotan incontenibles por los ojos de Mariana, no le permite ver, chocando en su agitada huida contra Luna. Quien regresa con un par de analgésicos para Alejandro. — ¿Qué pasó? —la ataja sorprendida por su inusitado estado: Bañada en llanto, desesperada, fuera de sí e intentando correr más de cuanto le permiten sus recientes lesiones.

—Me voy Luna.–anuncia sin pensar.–Regreso a mi barrio, con mi gente.

—Pero si los muchachos lo están pasando de lo mejor, han aprendido mucho en estos pocos días. —casi todos los colaboradores en la aprensión de Mario Murray, se han refugiado en la hacienda, temiendo alguna represalia por parte de sus secuaces, escondidos en el Barrio. Eikar, es el único que regresa, a buscar a su hermana Yissel y a cuidar el galpón.  -Además, si te marchas, perderás todos tus derechos sobre la herencia. —debe hacerla razonar.

—¡Es lo que más deseo! —trata de seguir adelante, limpiándose las lágrimas de un manotazo.

—¿Después de tanto esfuerzo, lo vas a echar por tierra? —no entiende su actitud. —Ya desenmascaramos a Mario, se acabaron las zozobras y preocupaciones por tu seguridad.

—Hay cosas peores que morir, Mario no es el peor de los Murray. —deja escapar su amargura.

—Aunque así sea. —la enfrenta decidida, imaginando la razón: Está despechada. —Tienes que pensar en Samuel, en tus muchachos del barrio. —sabe cómo convencerla. — ¿Los abandonarás después de arriesgarse por ti en el puerto?

—Claro que no, pero... —duda, resentida aún.

—Pero nada. —aprovecha su vacilación. —Las guajiras nunca nos rendimos: Mientras hay vida, hay esperanza. —se da cuenta, satisfecha de haber atinado al blanco. —Incluso en el peor de los casos, tienes un deber ineludible con Samuel: Darle una vida digna, si renuncias ahora, le estarás dando muy mal ejemplo y se te hará más difícil cumplir sus sueños. —termina de convencerla – ¿No fue por él que te embarcaste en esta aventura?

-Si, pero...

—¿Ha cambiado en algo eso? —no piensa dejarla hablar, hasta que diga justo lo que ella desea escuchar.

—No, pero no quiero seguir aquí Luna. —explota impotente. —Tienes razón: El dinero es una maldición, saca lo peor de los seres humanos.

—O una bendición que te permite ayudar a tus seres queridos. —como siempre voltea el argumento de los demás, en su beneficio. —Nada es malo o bueno, todo depende de tu actitud, lo que hagas, con lo que tienes.

—Luna, trata de comprenderme por favor. — termina de derrumbarse sin saber qué más alegar.

—No. —no la dejara renunciar. —Entiéndeme tú a mí: Adolfo puso toda su confianza en ti para que le falles ahora.

—Te cedo todos mis derechos. —encuentra la salida perfecta. —Estás acostumbrada a lidiar con este tipo de situaciones...

—Pero ya estoy vieja y cansada. —insiste en  convencerla. —Siempre te hemos visto como la sangre nueva, necesaria para llevar adelante nuestro legado. —revela las verdaderas intenciones de ambos. —Eres nuestra sucesora, por lo tanto, debes aprender a llevar este barco a puerto seguro. —la abraza mostrándose tal cual es: cariñosa y dulce. No la implacable doña que siempre aparenta ser. —Dentro de poco me iré a acompañar a mi querido esposo, todos dependerán de ti.

—¿Y yo Luna? —piensa que es demasiada carga para sus jóvenes hombros.

—Eres fuerte y noble. —la aprieta  con fuerza para infundirle ánimos. —Sé de tu asombrosa facilidad con los números y las computadoras. — continúa sorprendiéndola por todo cuanto conoce de ella. —También eres buena para dirigir, delegar, planificar. —sonríe al lograr apaciguarla. —Solamente te falta un poco de adiestramiento profesional, por eso le encargamos a Alejandro tu cuidado y educación.

—No quiero saber nada de él. — entristece otra vez.

—Nada es lo que parece. —sale en su defensa. —Averigua bien antes de juzgar, las piedras del camino, te ayudan a levantarlos pies para andar.

—No creo, ni deseo...

—Saldrás victoriosa. —no la deja protestar. —Más contenta, plena y satisfecha de lo que, hasta ahora, te has podido imaginar.

MarianaWhere stories live. Discover now