Parte sin título 33

16 1 1
                                    

El dolor en las costillas se le acentúa a pesar de los masajes administrados por León ( prefiere que no lo toque más). Le cuesta respirar, disimulando el malestar, se retira a descansar un rato al mismo cuarto que le asignaran la noche anterior, mientras Brizna se ocupa de las piernas de Mariana. Con el ventilador encendido, se queda en calzoncillos para apaciguar el calor reinante. Evalúa sin apasionamiento lo dicho por Luna, cuando un ruido en la puerta lo hace abrir los ojos, alerta de inmediato.

—Disculpa. –entra Maru en la silla, fijándose en su aspecto. —Pensé que estaba vacío. —cierra con seguro tras de sí, sonriendo con picardía, se acerca hasta la cama –Pero ya que estás aquí, podemos continuar donde te dormiste ayer – para su sorpresa se levanta apoyándose en el pie de la cama

−Veo que Brizna ha hecho un excelente trabajo contigo –se estremece involuntariamente al sentir sus labios en el dorso de pies descalzos. –en cambio a mí, parece que me pasó una manada de toros bravíos por encima.

−Yo tengo años llevando trancazos. –escucha su imperceptible quejido, a medida que se arrastra sobre su adolorido cuerpo. —Pero tú eres un niñito de mamá llorón. —acaricia sus tensos muslos, mientras besa sus rodillas y restriega sus erectos senos, contra su piel desnuda.

—Maru no. —debe detenerla antes que la pasión le impida actuar con cordura.

—¿Cómo piensas impedirlo? —se aprovecha de su estado. —¿Llorando? —No me provoques, tú estás en peores condiciones que yo. — decide amenazarla.

—Pero a diferencia tuya no te temo. —llegando hasta su barbilla, se la muerde.

—Ya una vez te vencí con las heridas más recientes. — echa en cara la arremetida en su cuarto. —Pero parece que te excita el maltrato. —sin delicadeza alguna, la hala por los cabellos doblegándola, mientras con la otra mano oprime su cuello. —Si la única manera de hacerte entender es a la fuerza... ¡Que así sea, pues! —tapa su boca con la suya besándola con ardor. Enardecido, la obliga a rodar sobre el lecho, aplastándola con su peso. Sin darle tregua batalla con ella hasta lograr sujetar ambas manos, con una sola de las suyas. —No pienso convertirme en tu juguete.

—Ni yo en el tuyo. —jadeante forcejea tratando de liberarse. La sorprende su determinación, nunca lo creyó capaz de tratarla así. De un tirón, mira volar los botones de su blusa por los aires. Debe detenerlo, no es ese el desenlace imaginado por ella. Alejandro semeja un pulpo enloquecido, manoseándola. Olvidando la lesión de sus piernas, la acaricia impetuoso entre los muslos, intentando arrancarle su prenda más íntima. Con saña se revuelca sobre ella para doblegarla. A punto de desfallecer, Mariana finge desmayarse, al sentirlo disminuir la presión, aprovecha para patearle los testículos, afincándole un codazo en las costillas, le saca el aire de los pulmones. Cuando el dolor lo obliga a soltarla, se baja de la cama. Se arregla la falda y se detiene a una distancia prudente, para anudarse la blusa a la altura de los senos.  Sentencia: —Las cosas siempre son cómo y cuándo yo quiero, no de otra manera.  ¿Estamos? - se atreve a sentarse a su lado, sin importar su aparente dificultad para respirar. — No debiste tratar forzarme, ahora tendré que joderte. –amenaza indignada.

—¿Tú y cuántos más? —se niega a demostrar cuán débil y adolorido está. —Por darme a respetar, enfrento a quien sea.

—Eso, lo averiguaremos mañana, bien temprano. —sale desafiante, empujando su propia silla.  

  

La llegada de Samuel es celebrada por todos como un feliz acontecimiento, incluso preparan un banquete especial convirtiéndolo en fiesta. Como es de esperarse Luna organiza la velada por arte de magia. Las mujeres se encargan de la comida y los hombres (que al fin logra ver Mariana) del entretenimiento

A pesar de lo ocurrido con Alejandro, en aquel sitio se siente tranquila, protegida y feliz. Apenas ver entrar a su hijo cargado por uno de los empleados, sale a su encuentro para  colmarlo de besos y caricias. —¡Sammy amor! No te imaginas cuan angustiada estaba. –casi se lo arrebata de los brazos,  desde su silla de ruedas. —Pensé que moría cuando te secuestraron.

—¿Secuestraron? —pregunta mirándola extrañado. —Si apenas entraron a mi cuarto, me les escabullí gateando entre sus piernas. Cuando trataron de agarrarme por el cuello, lo único que consiguieron fue arrancarme la cadena de bautizo.  —narra su hazaña en los momentos del espantoso terror vivido. —Menos mal que Ale ya me había enseñado la puerta secreta, detrás del espejo de tu baño, por ahí me les escapé. —agradecido, estira sus brazos, entusiasmado hacia él. —¡Gracias panita! Eso fue lo que me salvó. –sonriente le pasa la mano por la rapada cabeza, al Alejandro cargarlo. – Asustado todavía, me quede un rato recostado del otro lado de la pared, recuperando el aliento, cuando los escuché revolverlo, todo gritando amenazas mientras me buscaban.

—Tranquilo hijo, ya pasó. –estrechándolo emocionado contra su pecho, lo anima.

—También dijeron que te culparían a ti de todo con Maru para que te metieran preso y mataran en la cárcel. —se engarza a su cuello, temblando aún. – Querían que ella pensara mal de ti, te odiara y amargada, se fuera a la frontera donde también la iban a... —el llanto no lo deja continuar, enterrando la cabeza, avergonzado en el cuello masculino.

—¿Por qué no me buscaste en cuanto se fueron? — intrigada, intenta averiguar Mariana, la respuesta que tanto la ha atormentado.

—Tenía mucho miedo. —responde sin dar la cara, manteniéndola oculta, pegada al cuello de Ale. —los oí decir que era más fácil cargar un cadáver que un niño chillón, que me buscarían hasta debajo de las piedras.

—Vamos a disfrutar, olvidamos este asunto. —interviene Luna, quien ha escuchado atenta su relato. –Lo importante, es que ya están juntos, vamos a festejar.  —empuja a Maru hacia el patio, donde ya tiene todo listo para el baile. —También aprovecharemos para despedir a Brizna, deseándole lo mejor. —toma a Alejandro del brazo, alejándolo de Maru. —Debes ser muy paciente. —pide al comenzar a moverse, al ritmo de la música.  —Ten siempre presente lo joven que es.

−Y testaruda. —rememora los bailes típicos que ella misma le enseñara en su niñez, adaptándose a su paso. Intenta ocultar su dolor. Sabe que tiene más de sesenta años, sin embargo, aparenta la misma edad que su madre. —Se me hace difícil llegar a cualquier acuerdo con ella, por más mínimo que sea. —gira sobre sus pies, dándole la vuelta. —A menudo, terminamos riñendo. Casi no puede respirar sin recordar su último encuentro.

—Porque tú se lo permites. —se mueve con gracia y soltura como si estuviera más joven de lo que en realidad es. —Son necesario dos para discutir. —agita hábil su vistosa manta multicolor. —Es tu deber enseñarla.

—Es demasiado impertinente, impositiva y obstinada. —se queda corto en todos los apelativos que se le vienen a la cabeza. —No la soporto.

—Aprovecha entonces. —evoca nostálgica, las incontables peleas con su esposo. —Las mujeres así, tenemos excelentes ideas para compartir. Nunca nos damos por vencidas ante nada. —resalta sus cualidades para hacerle entender que lo considerado problemas por él, son sus mejores atributos. —Mírala. —la señala con su gesto característico. —Incluso en silla de ruedas, se mantiene activa y optimista.

—¿Te gusta voltearnos la tortilla a todos? —se percata de su juego.

—Casi tanto como a ti te enloquece ella. —asegura, sin perder el ritmo. —Acepta, internalízalo y goza que la vida es muy corta.   —aconseja, optimista. —Verás como las dudas, remordimientos y conflictos se desvanecen.

—¡Es tan joven! —por primera vez, no niega sus sentimientos. En definitiva, se ha convertido en masoquista.

—Pero no inmadura. —aclara, siempre a favor de Maru. —Yo tenía dos años menos cuando conocí a Adolfo, vivimos más de cuarenta años en perfecta armonía, respetando la individualidad y el espacio del otro. —terminando la pieza, sugiere. —Admítelo: La amas tanto, como ella a ti. –afirma convencida. –Es más lo que ganas a lo arriesgado en el intento.

MarianaWhere stories live. Discover now