Parte sin título 7

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Desobedeciendo como acostumbra hacer con todo el mundo, Mariana se queda explorando el estudio de Alejandro. Le fascina la tecnología, diversidad de publicaciones y textos con que cuenta su insoportable tutor. Le gusta leer, hace mucho tiempo no tenía la oportunidad de hacerlo con tanta tranquilidad. Samuel está en sus clases particulares (con uno de los mejores profesores de Caracas) Alejandro anda tratando de tranquilizar a Jackeline. Eso le ofrece chance suficiente para seguir disfrutando un rato más. Estira las piernas y se levanta de la cómoda poltrona, fijándose en los diversos cuadros que adornan las paredes no cubiertas por estantes. Una foto al fondo, justo sobre la mesa de dibujo llama su atención, le recuerda a alguien, pero no está segura a quien. Tal vez su padre más joven o Alejandro dentro de algunas décadas. Igual no tiene intenciones de perder el tiempo detallando rostros desconocidos. Sin pensarlo mucho se sienta frente al computador, posee acceso ilimitado a Internet banda ancha, allí puede encontrar lo que necesita. ¿Cuánto dinero le dejaría el viejo y por qué? ¿Será suficiente para hacer sus sueños realidad? Le alcanzará para comprar una camioneta 4x4? Sigue buscando mientras las todas las interrogantes bailan en su cabeza.

Sabe manejar a la perfección un ordenador, navegar en la red. Incluso hizo un curso de técnico y operador de computadoras. A veces le ha servido de mucho para encontrar información , pero siempre niega sus facultades frente a los demás. Prefiere seguir actuando de incógnito. ¡Marucha frente a un procesador! Es igual a imaginar un ladrón de gerente bancario. Suele declarar para no levantar sospechas.
−De veras, eres desobediente. –la saca Alejandro de sus reflexiones. Le sorprende conseguirla manipulando su computadora. –Creo haberte pedido expresamente que...
−Me mantenga alejada. –se burla imitando su voz para salirse de la pagina consultada. –Pero debo reconocer que tu escondite es a todo dar y...
−No está a tu orden. – la levanta por el brazo, llevándola hacia la puerta.
−Te esperaba. –se niega a salir. –Y aproveché para jugar un rato, necesito saber por cuánto dinero estoy sacrificando mi libertad.
−Por más del que puedas imaginar. –desiste de su intención, aunque le intriga su actitud.
−Entonces ¿Por qué no me has comprado la camioneta? –vuelve a sentirlo huidizo como siempre que se encuentran a solas.
−Ya te dije: puedes disponer de cualquiera de los autos de...
− ¡Quiero algo mío! – interrumpe decidida. –Odio estar dando explicaciones sobre lo que hago o dejo de hacer.
−Al menos a mí debes dármelas. –se mantiene cerca de la puerta abierta para evitar cualquier tipo de intimidad entre ellos. –Soy tu albacea, hasta que cumplas los veintiuno debo autorizar cualquier gasto.
− ¡Ok! –lo empuja a fuera –Vamos a comprarla ahora mismo.
−Pero Mariana... –resiste su impetuoso arranque.
−Así evitarás que tenga contacto con mi gente del barrio.
−No es cuestión de tener contacto o no. –aclara. –Es por tu propia seguridad. –se vuelve a separar –Si alguien llega siquiera a sospechar que eres una mina de oro ambulante, al menos intentaran secuestrarte para pedir rescate.
−¿Tanta plata es? –todavía no le cree.
Dirigiéndose a la pared, abre un espejo, que deja al descubierto una especie de caja fuerte. Después de dar vueltas a la cerradura de combinación, saca un documento enrollado, explica antes de colocarlo en sus manos. –Es tu copia del testamento con sus respectivas cláusulas, lo guardé, puesto que abandonaste el bufete antes de terminar su lectura. –se fija en su reacción, pero ella sin mirarlo, lo dobla y mete en un bolsillo, insistiendo:
− ¿Me compras la camioneta hoy? ¡Por fa!
−De acuerdo –accede a su petición. –Busca a Samuel.
−Está en clases. –explica –Mejor la compramos, después le doy la sorpresa. –nota su vacilación. – ¡Claro! Eso si te atreves a salir solo conmigo.
−Jacky es una experta en automóviles ...
−Según ella, eres ingeniero automotriz con un postgrado en diseño interior y electrónica. –lo interrumpe, volviéndolo a retar. –Pero si tu miedo es tan grande podemos pedirle que nos acompañe, así te sentirás más seguro.
−Como gustes. –aparenta indiferencia –Te espero en diez minutos.
−No hace falta. –casi lo arrastra entusiasmada. – ¡Vamos ya!
−Pero ... –insiste en buscar una excusa para mantenerse alejado de ella.
− ¡Ya basta! –le molestan tantas evasivas. –Deberías firmarme un cheque y dejarme ir sola o mejor aún darme tu tarjeta de crédito.
−De ninguna manera. – ni loco, cometería semejante estupidez. –Justamente estoy para supervisar tus gastos.
−Sólo en eso te permitiré entrometerte –aprovecha para aclarar. –No te quiero pidiendo explicaciones sobre ningún otro aspecto de mi vida.
−Es lamentable. –a pesar de su pésimo carácter, le complace su nueva forma de expresarse. –Pero hasta tanto no cumplas la mayoría de edad, es mi obligación velar por ti.
- ¿Velarme? –hace un gesto de extrañeza. –Todavía no pienso morir, mi principal interés es el bienestar de Samuel y en eso tú tampoco tienes nada que ver. – empieza a molestarse –Entonces... ¿Vamos o no a comprar el carro ahora? ¿A que le temes tanto? Entre nosotros nunca pasará nada que yo no quiera. Colocándose en puntillas acerca su boca a la suya, él dejándose llevar la besa largo rato, hasta creer haber saciado por lo pronto, el voraz apetito que le despierta. Ella disfruta a plenitud su obvia experiencia. Le encanta el sabor de su boca, mezcla de temor y coraje. La sutil fuerza, despierta en ella las ganas de ir más allá. Después, suspirando resignada, lo arrastra hasta el estacionamiento, jadeante aún.
Sin más protestas, suben juntos a la camioneta de Alejandro. Mientras él maneja en silencio intentando organizar de manera coherente sus ideas y calmar los acelerados latidos de su corazón. Mariana, lee detenidamente la copia del testamento. Asombrada brinca de repente en el asiento, sacándolo de sus reflexiones. – ¡Revergación primo! –grita su acostumbrada frase maracucha sin poder creer que una sola persona pueda acumular tantas riquezas. –¡Esto es suficiente para comprar el país entero!
−Aun así te quedaría dinero. –la secundaba serio.
−Con un poquito de esto me conformo para vivir tranquila el resto de mi vida. –piensa en voz alta. – ¿Por qué me dejó tanto tu abuelo?
−Es lo que se pregunta toda la familia. –expresa sus propias dudas. –Inclusive han pensado realizarte una prueba de ADN para descartar que seas...
−Ustedes ni siquiera me caen bien. –rechaza de plano la idea, aseverando: –No somos parientes, tampoco necesito tanta plata. –medita antes de afirmar: –Si lo que buscan es una forma para despojarme de lo que nunca he tenido, estoy de acuerdo. –afirma resuelta. –Me dan una buena tajada de esto y no me ven más el pelo.
−Nadie quiere quitarte nada. –se defiende molesto por su abierta acusación. –Solamente buscan una razón lógica que justifique...
−Cómo sacarme de la repartición. – interrumpe alterada, no sabe por qué siempre terminan discutiendo.
−Ya te dije que no pretendemos...
−Supongamos que tú no. –continua sin dejarlo defenderse de sus imputaciones –Pero, si hay gente capaz de matar a un cristiano por quitarle el sueldo. –insiste en su teoría. – ¿Qué no me harán por semejante cantidad?
Al darse cuenta de su situación, un espantoso escalofrío recorre todo su ser. Alejandro tiene razón: ¡Están en peligro! Pero no un peligro ficticio. Es real, tangible... ¡Mortal! No llora desde la muerte de su padre. Se envolvió en una coraza para protegerse a sí misma y a su hijo, pero aquello se sale de todas sus expectativas. La desesperación no la deja razonar; doblándose sobre sus rodillas, rompe en llanto.
Tiene años sin creer en las lágrimas femeninas. De la peor forma ha aprendido como las usan para manipular a su antojo o lograr sus objetivos. Sin embargo, ahora es distinto. Mariana se estremece azotada por el llanto. En sus ojos se desborda una inmensa represa, arrastrando todo a su paso. Muy preocupado por su estado, cambia de rumbo, deteniéndose en el Paseo Los Próceres.
−¡Tranquila!. –no se atreve ni a tocarla para tratar de animarla. –No tienes de qué preocuparte. –ignora cómo consolarla, saca un pañuelo del bolsillo, levanta su rostro, enjugando las lágrimas. –Te prometo cuidarte incluso de ti misma si es posible. –termina envolviéndola con sus brazos.
−Dime como debo proceder. – se deja hacer sin protestar. –Prefiero volver a pasar hambre y necesidades. –declara asustada, sin poder casi llevar aire a sus pulmones. –Puedo irme tan lejos como ustedes deseen. –presiente lo peor, el pánico amenaza con consumirla. –Acordar lo que quieran, perderme del mapa. –insiste desesperada. –Explícame dónde tengo que firmar, escribir, gritar o no sé qué para librarme de esta horrible maldición. –el miedo le impide razonar. Siempre ha luchado por defender a su hijo. Pero es diferente enfrentar a Irene, los malandros del barrio o los mafiosos del mercado que alguien capaz de manejar tanto dinero y poder. – ¿Qué hago para que nos dejen en paz a mí y a Samuel?
−Primero que nada, debes volver a ser la Marucha de siempre: Luchadora, tenaz, perseverante. –levanta su barbilla forzándola a concentrarse en él. –El miedo y la desesperación son los peores consejeros. –habla con suavidad para tranquilizarla. –Tan sólo con no cumplir las cláusulas del testamento, quedas fuera de la herencia. –aclara calmado. –En tal caso tampoco yo recibiré nada y me parece un absurdo dejar esa inmensa fortuna al abogado por no atrevernos a luchar.
−Luchar es una cosa –piensa en voz alta como siempre. –No tienes nada que perder, ni siquiera te has casado. –con mucho esfuerzo deja de llorar, pero no hace el menor movimiento para alejarse de él. Aunque se niegue a admitirlo, le agrada su cercanía. –Yo sin embargo. – de nuevo se ha acostumbrando a expresarse de manera correcta como cuando vivía su padre. –Prometí a mi comadre Teresa y a Dios, sacar a Samuel adelante, librarlo de todo peligro. –lo sujeta por el cuello para imprimir fuerza a sus palabras. –Y ni por todo el oro del mundo pienso ponerlo en riesgo.
−No hay riesgos si te cuidas y me obedeces. –la mantiene abrazada. Cada vez le gusta más tocarla.
-¿No hay riesgos hablando de millones de dólares? –afirma con amargura. Molesta, se separa un poco, mirándolo sorprendida. –¡No seas pendejo! –termina insultándolo como siempre, sacando otra vez a relucir lo aprendido en las calles −¡Billete mata todo!
−Solamente debemos ser cautelosos, tratar de no llamar la atención, mantenernos unidos y...
-¿Y qué? –explota rabiosa sin dejarlo terminar –Hablas como si el peligro viniera de afuera. –asegura dolida, notando sus prejuicios. –Nuestros peores enemigos son las personas cultas y bien estiradas que tienen una copia como esta. –abanica el testamento en su cara. –Ellos saben de cuánto estamos hablando, harán lo necesario por echarle el guante. – acusa, ofendida ante lo que considera un ataque a su condición social. –Es decir: ¡Tu aristocrática familia! –refuta al preguntar. – ¿Cuántos tienen copias?
− Somos los principales herederos. –puntualiza negándose a aceptar su teoría – A los demás les legaron un millón de dólares.
−Con gusto cambiaría mi puesto con cualquiera de ellos. –afirma apesadumbrada aún. –Es suficiente para hacer todo lo que me propongo y asegurar el futuro de Samuel.
−No será necesario –afirma sintiéndola más tranquila, sin pensar vuelve a darle un suave beso en los labios, ahora húmedos de llanto. –Juntos podemos manejarlo, ya verás. –arranca de nuevo rumbo al concesionario automotriz. –Te llevaré al mismo lugar donde compre ésta, es uno de los mejores de Caracas y el propietario, tiene una muy bien ganada fama de conocedor de autos. –le da una palmada cariñosa en la mano.– Ahora más que nunca necesitas movilizarte con libertad.
Secándose las lágrilágrimas, lo deja actuar sin objeciones por primera vez desde que están juntos. Otra vez su llegada causa revuelo, provocando sus clásicos comentarios mordaces
−Pareces actor de cine. –lo mira sardónica de arriba abajo –Alborotas más a las personas que político en campaña.
−Son sólo ideas tuyas. –prefiere la burla a su llanto. –Se debe a las buenas relaciones comerciales que mantengo con mis clientes y ellos lo agradecen dándome un trato especial. – bajan juntos del coche.
−¡Bienvenido ingeniero! –sale a recibirlo el gerente de ventas. –Nos honra con su presencia. –le falta poco para hacer una reverencia o tirarse a sus pies. Piensa Mariana, viéndolo deshacerse en cumplidos. –Estamos a su entera disposición.
−Me gustaría ver el modelo actual de esta. –señala su camioneta.
−Pero azul.–interviene Mariana en la conversación –También quisiera revisar otros con características similares.
−¿Es para ella? –la observa, admirado de su exótica belleza
−Sí –afirma colgándose del brazo de su protector, no le gusta su mirada por lo que comenta – ¡Es tan complaciente mi novio!
−Tenemos excelentes opciones para gente joven como usted. –los conduce a la sala de exhibiciones. Si él pudiera ligarse una morena tan llamativa como aquella, también gastaría hasta su último centavo en complacerla.
Entusiasmada, olvidando por un momento su peligrosa situación, Mariana examina cada uno de los autos, escuchando las explicaciones de ambos hombres
−Este tiene excelente desplazamiento, puede alcanzar los 250 kilómetros por hora y tracción en las cuatro ruedas.
−No necesito tanta velocidad, sino potencia, fuerza y aguante –aclara sorprendiéndolos nuevamente con sus acertados comentarios. –Requiero una herramienta para el trabajo duro y consecutivo. –le gusta la cara de extrañeza de Alejandro, luce desconcertado. –Que aguante tanto sacos de cemento, como muchachos saltando.
Sabe expresarse a la perfección cuando se lo propone, se percata Alejandro en silencio antes de bromear –Entonces, te vendrá mejor un camión 350.
−Tienes la razón, pero será más adelante. –le guiña un ojo complacida, cada vez le gusta más "su protector". Aún puede sentir su boca en la suya derritiéndose cual helado de fresas con chocolate. –Por el momento me conformo con este: Se decide por un jeep hilux, 4x4doble cabina, azul eléctrico, último modelo.
−¿Podemos salir a probarlo? –pregunta Alejandro después de inspeccionar el motor turbo diesel, 4 cilindros para mayor eficiencia del combustible.
−¡Por supuesto ingeniero! –se apresura en complacerlo el empleado.
−¿No te fastidia tanta adulación? –indaga Mariana frente al volante, luego de arrancar.
−En ocasiones sí, pero tampoco quiero parecer grosero o mal educado.
−A veces hasta a mí me provoca...
−¿Apuñalarme por la espalda? –bromea para hacerla olvidar el mal rato pasado.
−Bueno, eso también. –soltando la palanca de cambios, le lanza un golpe. –Pero de verdad, es difícil no coquetear a alguien como tú.
− ¿Por eso dijiste que eras mi novia? –indaga, esquivándola.
−No –aclara –El estúpido vendedor me veía como si quisiera...
−Desnudarte, comerte, saborearte o... –guarda silencio a propósito antes de agregar –Ya deberías estar acostumbrada, en tu.. barrio son más descarados.
−Es distinto. –acelera entrando a la autopista. –Se supone que tu gente es más educada. Pendientes de otras cosas, más allá de una vagina.
−Los hombres somos los mismos en cualquier estrato social, el instinto sexual es muy fuerte. –la mira largamente corroborando lo dicho.− Eres cual imán atrayendo virutas de metal. –acepta sincero. En muy poco tiempo ha ganado peso, su piel luce humeda y el cabello brillante. –Llevarte del brazo implica un pasaporte gratis a problemas, envidias y enfrentamientos. –suspira mientras comprueba la calidad del asiento para quitar seriedad a sus palabras. –Tu pobre novio debe pasarla de pelea en pelea.
−Ya te dije: No tengo novio. –niega categórica antes de preguntar – ¿Cuánto tiempo tenemos antes de devolverlo? −
−Si decides comprarlo, todo el que desees. -la contempla intrigado.

MarianaWhere stories live. Discover now