Parte sin título 8

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−¿Y si no?
−Hasta las dos, debo reunirme con un posible cliente
−¡Muy bien! –comenta ante la fortaleza y maniobrabilidad del rústico. –¿Me aceptas una invitación a almorzar? –notando su vacilación precisa: –Prometo portarme a la altura, sin avergonzarte. –muestra su bella dentadura –Tampoco te volveré a besar, me cae muy bien tu novia, no merece otra traición. −vuelve a sorprenderlo con su perspicacia .
−De acuerdo – desea complacerla. – ¿Donde vamos?
−A un sitio que aunque no es cinco estrellas, es tranquilo, limpio, cocinan riquísimo, atienden de maravilla y te hacen sentir tan cómodo que provoca quedarse a dormir una siesta.–acota con fervor.  –Además quiero que conozcas a alguien muy importante para mí.
−¿Vas a mostrarme el motivo de tus escapadas nocturnas? –levanta una ceja incrédulo.
−Todavía no. –se desvía hacia Sabana Grande. –Pero si te sigues portando así, tal vez hasta para allá te lleve, en otra ocasión. –precisa cerca del bulevar .–Se trata del único hombre vivo que ha sabido ganarse mi cariño, respeto, consideración y confianza.
−¡Revergación prima! –bromea, imitando su acostumbrado comentario de admiración o sorpresa. –Pensé, nos odiabas por igual a todos.
−A casi todos. –asevera rodando los ojos. –Pero hay sus excepciones...
−Tu novio. –continúa provocándola.
−Se nota que te gusta chalequearme. –busca donde estacionar, haciéndolo de forma impecable en un espacio bastante reducido. – Después ni te quejes cuando me toque a mí. –le guiña un ojo coqueta. – Mi padre me educó cual princesa. –declara sorprendiéndolo de nuevo. −A pesar de no ser aristócrata como tu familia. –no pierde ocasión para criticarlo. −Fui a clases de ballet, defensa personal, música, cocina, computación. –le encanta su cara de asombro. –Pero después de su muerte, descubrí que las princesas Venezolanas y pobres, deben transformarse en guerreras, adaptarse al medio y matar si es preciso para poder sobrevivir. –coloca sus dedos sobre la masculina boca antes de aclarar. –Así nació "La Marucha" y por mi hijo hago lo que sea. Ni repitas lo que acabas de escuchar si quieres seguir de una sola pieza.
−¡Te felicito! –se baja, imitándola, disimula el impacto causado por sus palabras, antes de comentar. –Manejas muy bien, pero... ¿Qué es chalequear? – es lo único que se atreve a preguntar.
−Tomar el pelo, tonto. – lo sujeta del codo, para arrastrarlo hacia el pequeño local.
El lugar se encuentra casi hasta el tope, sin embargo Mariana tiene razón: Es agradable, con ambiente acogedor. Un anciano fortachón con vientre prominente, los mira extrañado, acercándose después entusiasmado.
−¡Maruchita cariño! –la abraza con ternura, colmándola de besos. –Pensé que nos habías olvidado. –se separa un poco, para detallarla de arriba abajo –Casi no te reconocí –¡Luces bellísima! Se nota que estás comiendo mejor. La última vez que viniste parecías sobreviviente de un holocausto zombie. –Bromea, feliz de su saludable aspecto. Reparando luego en Alejandro, comenta: –Hasta que al fin andas con alguien que te representa dignamente. – ofrece amable, su curtida mano –Efrén Ramírez, para servirle.
−Alejandro Murray –corresponde cortés. –Es un placer.
−¿Murray? –pregunta entre sorprendido y admirado. –Hace años, no escuchaba ese apellido. –se separa, picado por la curiosidad. –Es extranjero ¿Verdad?
−Europeo. Quizá escoces, irlandés o Inglés. –le intriga su interés.
−¿Vienen a probar la especialidad de hoy? –cambia abrupto  de tema.
−Si tío. –responde contenta Mariana, se siente afortunada su lado. Siempre le infundió seguridad y confianza en sí misma. Además de traerle recuerdos de su padre y hacerla sentir querida. –Quiero enseñarle a este sifrinito, cómo comemos los caraqueños.
−Buena idea. –no deja de estudiar el rostro de Alejandro sin poderlo creer. –Ve a la cocina a escoger el menú, además aprovechas de saludar a Inés. –encuentra la excusa perfecta para interrogar a su acompañante.
−¿La tía Inés está aquí? –brinca contenta ante su gesto afirmativo, perdiéndose hacia el fondo.
−¡Qué pequeño es el mundo! –comenta admirado. – Usted debe ser familia del Maracucho gringo. –afirma al estar seguro de no ser escuchado por Marucha. –Tiene sus mismos ojos. – recuerda triste a su viejo amigo. −Pero no logro adivinar cómo la encontró. –se le ocurre de repente. –¿Vive con usted?
−Sí, pero no comprendo su interés –lo confunde su extraña aseveración.
−Venga y le explico. –se sientan juntos en un rincón –Tenía un puesto de frutas por aquí cerca. ¡Siempre estaba rodeado de niños! –recuerda melancólico. –Maruchita era una de las mayores, tenía como trece años, hacía poco del fallecimiento de su padre: ¡Excelente cocinero! –percatándose de su desconcierto, se levanta, yendo hasta barra para regresar casi de inmediato con una foto tamaño postal, montada en un portarretratos.
−Aquí estamos, los tres alegres compadres como acostumbrábamos llamarnos. –los señala a cada uno con el dedo. Aunque la impresión tiene varios años, identificade  inmediato a su abuelo, entre los otros dos hombres. El primero muestra feliz la enorme botella de ron en alto, el otro lleva una gran bandeja con carne asada y Don Adolfo Murray Arciniegas ríe a carcajada batiente, como sólo acostumbraba hacerlo cuando se encontraban escondidos por los pasadizos secretos de la casona, fuera de las miradas indiscretas de los demás.
−Fuimos más que amigos, familia. –recuerda triste –Ernesto era el más joven de los tres, lo tratábamos como a un hijo. –explica para convencerlo. – Siempre consideramos a Maruchita como nuestra nieta, aunque ella me dice tío a mí y Maracuchito. a Adolfo. –el rostro serio del joven no le revela nada, por lo que indaga. – ¿Lo reconoce o no?
−Sí. –acepta sin entender. –Sólo que no logro comprender ¿Qué hacía uno de los hombres más ricos de este país vendiendo frutas?
−Aunque éramos buenos amigos y compartíamos todo, no le creímos que tenía mucha plata. –se rasca la cabeza antes de comenzar su relato. –Lo gritaba sólo cuando estaba pasado de tragos, nunca nos habló de su vida personal. – se queda mirándolo fijo, le recuerda a su entrañable amigo. –Nada más nombraba a un tal Alejandro, como si fuera su unica familia. –aquel muchacho lo regresa a los días felices, cuando su mayor preocupación consistía en adivinar el número ganador de la lotería. –Te pareces mucho a él. –sigue escudriñando su rostro. –¿Eres su nieto? –logra sacarle al menos un gesto afirmativo al incrédulo visitante. –Un día cuando iban al mercado mayor de Coche, a comprar mercancía; los interceptaron varios tipos. –es la parte que más le gusta contar por la acción protagónica de Mariana –Le dieron con un bate para robarlo, de no haber sido porque maruchita los enfrentó a patadas, mordiscos, puños y grito limpio, lo matan –le entusiasma hablar de la entonces valiente niña. –No había cumplido aún los catorce, pero ya se defendía como gata pata arriba. –no sabe por qué trata de convencerlo de la veracidad de sus palabras. –Alertados por sus gritos, salimos todos y nos lo llevamos medio muerto al hospital. – mira hacía la cocina asegurándose que Mariana permanece allí. –En ninguna parte nos querían aceptar, nos ruletearon como les dio la gana, hasta que al fin lo ingresaron en el Hospital Vargas, directo en terapia intensiva, más de allá que de acá.
Es extraño. Siempre consideró a su abuelo el hombre más fuerte del mundo. Nunca supo que hubiese estado enfermo, menos aún hospitalizado en peligro de muerte. Incluso se niega a aceptar que falleciera, sin siquiera avisarle para despedirse, como lo pactaran durante sus eternas platicas.
−Desde ese mismo día, maruchita se internó junto con él –continúa su relato, como si no se percatara del efecto causado por sus palabras a Alejandro. –Nos encargó mucho a Samuel que apenas era una bolita de carne. Regresaba sólo a darle vueltas, casi ni comía. –la quiere y admira tanto que no pasa ni una noche sin rogar a Dios su protección, pidiendo un milagro para cambiar su negra suerte. –Mientras más tiempo pasaba, menos esperanzas teníamos de verlo reaccionar, pero ella seguía ahí cuidándolo con esmero. –evoca los aciagos días cuando vio a su mejor amigo consumirse sin poder hacer nada para ayudarlo. –Ya todos esperábamos lo peor, pero ella insistía en no dejarlo ir sin luchar. Declaraba que con la muerte de su padre ya se las habían cobrado todas, que ahora le tocaba al menos, ganar una a ella. – termina de convencerlo sobre la veracidad de sus palabras, pues cambiando de actitud, Alejandro lo escucha con atención. –La pobre parecía un palito de canela. Un fantasma velando a un anciano, víctima de un batazo con fractura de cráneo; sumido en un coma profundo, sin el menor indicio de despertar. –suspira, conmovido como siempre al relatar, lo que considera una verdadera hazaña para una niña de su edad. –Justo cuando lo iban a desconectar para dejarlo descansar en paz, comenzó a dar señales de vida. Fue entonces que Mariana volvió a comer con apetito y en tres meses más ya estaban de vuelta con nosotros.
− ¡Tres meses! –le sorprende que su abuelo hubiese estado al borde de la muerte tanto tiempo, sin tener noticias de ello.
−Casi seis pasaron desde el robo hasta que regresó. –la cara de Alejandro va de la incredulidad al asombro.
−Para nosotros fue un milagro que sobreviviera, pero él nunca más volvió a ser como antes. –pasa los arrugados dedos sobre la foto. –Estaba como decepcionado. A partir de su resurrección –así habían bautizado todos, su insólito regreso al mundo de los vivos. –Se concentró en cuidar de Marucha y Samuel. Ya ni a Alejandro mencionaba, como si no existiera. −fue muy doloroso para todos verlo transformarse de un loco bonachón a un anciano cascarrabias. –Generalmente no podíamos distinguir donde terminaba la realidad y comenzaba la fantasía de los planes que tenía para ellos. Quería que terminara su bachillerato, se mudara a vivir junto con él, pero... –guarda silencio al verla acercarse con sendos platos.
−¿Qué tanto cuchichean los dos acabando de conocerse? – interroga intrigada mientras la ayudan con la comida. –¿Cuáles cuentos te metió mi tío? –se sienta disponiendo todo para almorzar. –No le creas mucho, mira que la vejez le ha dado por avivar su imaginación y hacerlo vivir en un cuento de hadas, donde yo soy la princesa encantada. –bromea, dándole una palmada cariñosa en la espalda, finge pasar por alto su guiñada de ojos. –Algo se trae ahora entre manos
−Nada Maru. –sacude la cabeza aparentando indiferencia. –Comentaba cuanto me alegra verte tan repuesta. También aproveché para decirle al joven que como buena maracucha, eres devota de La Chinita, las gaitas y las hallacas. –aprovecha el menú navideño consistente en ensalada de gallina, pan de jamón, pernil y la inimitable hallaca para desviar su atención hacia otros temas, dejándolos a solas.

MarianaWhere stories live. Discover now