¿Se lo llevarían de veras? En lo más profundo de su ser, guarda una minúscula esperanza: Encontrarlo oculto en algún lugar de la enorme mansión. Desde muy pequeño le enseñó a esconderse para evadir los ataques de su madrastra o alguno de sus amantes de turno. Es muy bueno logrando desaparecer, casi delante de las narices de sus agresores. ¿Lo atraparon, sin nadie escuchar sus desesperados gritos pidiendo ayuda? ¿Son todos cómplices de Alejandro o tan poco valor le dan a un indefenso niño de barrio que no les importa para nada lo sucedido? ¿Es Jacqueline igual a todos? Debe tratar de comunicarse con ella, según reaccione sabrá si es fingida o no su amistad. Pero primero tiene que encontrar el bendito procesador portátil de Alejandro o cualquier cosa que le sirva de pista para averiguar el paradero de su hijo. No se resigna a perderlo sin haber agotado antes hasta el último recurso y hecho lo imposible por recuperarlo.
Ya casi lleva ocho días perdido. Alejandro también desapareció. Pudo fugarse, asesinando al enfermero, junto a quienes lo ayudaron a escapar. Cada vez se vuelve más peligroso y más lejano al hombre que creyó conocer.
Se le hizo casi imposible entrar sin ser vista con tantos policías vigilando la casa. Intenta subir por la escalera de servicio para después escabullirse hasta el ala oeste. Viste de mucama con un uniforme que le queda bastante ancho, por debajo de las rodillas, recoge su el cabello en una sola trenza, lleva gafas de pasta gruesa para parecer mayor.
Tantos días buscando por los peores barrios de Caracas, no han dado resultado. Como si se lo tragara la tierra, nadie sabe nada concreto, todos ofrecen conjeturas, consejos, pistas... Nada con resultados positivos. Si se encontrara con Alejandro frente a frente, le sacaría a punta de patadas el paradero de Samuel.
Casi sin darse cuenta, entra a su cuarto, esta anexo al suyo e incluso hay una puerta que los comunica sin necesidad de salir al pasillo. Lo decoraron entre los cuatro. Resulta muy colorido y alegre, lleno de motivos infantiles en tonalidades verdes. Angustiada, se sienta en la orilla de la cama. Observa detenidamente todo. Luce muy arreglado. ¿Ya lo revisaría la policía? Hincándose se asoma por debajo de la cama. ¿Lo sacaron a rastras de allí?
De repente se apaga la luz y la sujetan por la cintura. Sin pensarlo, propina un codazo y un puntapié a su captor, intentando soltarse. Igual la mantiene agarrada, obligándola a salir a o a entrar, pues cruza una puerta a la que trata de aferrarse. A pesar de su desesperación no grita, si no son los de la policía tampoco quiere alertarlos. Sin embargo no deja de golpear y agredir a quien la sujeta hasta lograr safarse, justo en el mismo momento se enciende la luz reconociendo a...
-¡Maldito, desgraciado! –al igual que la última vez que lo viera, se abalanza sobre él, pero ahora nadie los separa, ruedan por el suelo juntos. –No te tengo miedo, ni me importa a cuántos te hayas llevado por delante. –se esfuerza tratando de dominarlo. –No sabes de lo que soy capaz por mi hijo.
-¿Hasta de mandarme a matar, sin constatar siquiera si en verdad lo tengo? –consigue dominarla al fin, inmovilizando con fuerza ambas muñecas.
-¡Claro que no! –insiste en tratar de patearlo, pero Alejandro la aprisiona con su cuerpo –Te necesito vivo para hacerte confesar. –deja de forcejear esperando que él también afloje la presión, pero no lo engaña; aunque disminuye un poco la fuerza, mantiene la misma tensión.
De no ser por sus inconfundibles ojos azul oscuro, no lo reconocería: Lleva la cabeza rapada con una gasa manchada de sangre pegada con adhesivo muy cerca de la sien, barba de días que disimula un poco los múltiples hematomas de la cara, con al menos ocho kilos de peso que lo hacen lucir flaco, pálido y demacrado. No se parece en nada al atractivo ejecutivo que la despidiera con un beso antes de irse al aeropuerto.
−No es lo que me decían durante los atentados que he sufrido en los últimos días. –busca respuestas en la profundidad de su mirada. – Cada ataque lo anunciaban como un regalo muy especial de tu parte. –no deja de estudiar sus reacciones –De no haberme fugado, a estas horas ya estaría muerto, a manos de tus supuestos secuaces.
−No necesito de terceros para joderte. –lo enfrenta decidida. –Suéltame y veras de lo que soy capaz
−¿Incluso darme al menos, el beneficio de la duda?
−Sí.–debe utilizar cualquier recurso para recuperar a su hijo. -Sin embargo ... ¿En qué me "beneficia" a mí la incertidumbre de no saber? – lo remeda,sin dejar de estudiarlo. –¿Qué gano preguntándome si comió, durmió, si está herido o por el contrario, ya lo mataron y lo ocultan para seguirme utilizando?
−Te sirve para tener fe, creer que entre los dos podemos encontrarlo.
−Aparte de ordinaria ¿También me tachas de estúpida? –le indigna que insista en hacerse el inocente. –No necesitas buscar lo que conoces a la perfección en donde está.
−No lo sé. –asegura con pesar. No pensó que ella lo creyera capaz de atentar contra Samuel. –La última vez que lo vi fue antes de salir de viaje.
−¿Vas seguir con lo mismo? –forcejea tratando de liberarse. –Si no eres culpable. ¿Por qué me atrapas ahora también a mí?
−¿Te puedo soltar sin que trates de agredirme? – ya casi no le quedan fuerzas.
−No. –trata de quitárselo de encima –Voy a sacarte a patadas su paradero.
−Estoy dispuesto a colaborar, sin que medie la violencia. –no se atreve a dejarla libre. Aún sus heridas son muy recientes para aguantar otras.
−Llevo ocho días buscando, sin resultados. –declara, mientras maquina cómo dominarlo.
−Yo sólo dos. –admite, aun sabiendo que no le creerá. Lo menos que desea es perder más tiempo discutiendo.– Pero será más fácil y rápido si lo hacemos juntos, por eso te rapté.
−¡Y te creí! –destila su amargura. –Con tantos asesinatos en tu haber. ¿Todavía pretendes poder engañarme?
−Eres muy inteligente. Es una lástima que no haya podido ganarme tu confianza. –soltándola, se incorpora con dificultad. –Además, Samuel te dirá todo lo que quieras saber, cuando lo encontremos.
−¡No te burles!–a pesar de todo, le duele su cinismo.
−Nunca lo he hecho. –se arriesga a confiar en ella. –Ni se por qué me sacaron de la cárcel. – admite, delante su verdugo. –Me noquearon, para arrastrarme por los pies, hasta afuera, cuando al fin me soltaron dijeron, que tú me querías libre para liquidarme en persona. -suspira cansado.
−¿Yo? –la toma por sorpresa su afirmación. –Me parece ilógico matarte, sin saber primero dónde tienes a Sammy.
−Y después de encontrarlo ¿Qué harás?
−Todo por parte. –acepta su ayuda para incorporarse, sin darle tiempo a evadirla, le levanta la franela, quedando sobrecogida ante la multitud de golpes, contusiones, hematomas y cicatrices que adornan su espalda y tórax. −¿Cómo pudiste sobrevivir? –no hay espacio sin marcas. – ¿Decían que era yo quien los mandaba? –le cuesta creer tanto ensañamiento. –¡Válgame Dios! Si de tanto buscar a mi hijo, casi ni dormir o comer he podido. –da vueltas a su alrededor, mirándolo impresionada. –Mucho menos iba a tener tiempo para esto: –toca la larga cortada que abarca desde el omoplato derecho casi hasta el riñón izquierdo.
−Me suturó Francisco. –explica, tratando de obviar las sensaciones que despiertan sus dedos sobre la traumada piel. –Me cuesta todavía hasta respirar. Discutimos porque no me quería dejar salir. Tuve que recuperarme unos días con él.
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Mariana
RomanceLa desesperación por la supervivencia en Caracas (Venezuela) con su pobreza crítica, marginalidad, violencia y falta de dinero llevan a Mariana al borde. "Hago lo que sea pa' que mi chamo no se acueste sin na en la barriga ". Sólo por su hijo es...