Luego de cerciorarse del perfecto estado de Marucha, observándola pelear y proferir insultos, Alejandro se tranquiliza, disminuyendo con ello su nivel de ansiedad. La adrenalina que lo mantuviera activo hasta el momento baja, sin darle tiempo siquiera de abrazarla para expresar sus sentimientos. El dolor logra dominarlo, haciéndolo desplomarse frente a ella sin sentido
Aún sin abrir los ojos es reconfortante saber que no lo han llevado al hospital. Oye el incansable choque de las olas contra las piedras del acantilado, también hay una mano acariciando con suma suavidad su cabeza rapada, como con temor a despertarlo. A pesar que el dolor disminuyó, le cuesta moverse o incluso respirar. Algo alrededor del tórax lo mantiene comprimido.
-¿Te desperté? –se inquieta Samuel al verlo abrir los ojos, con una muy mal disimulada mueca de dolor, en el aún pálido rostro. -¿Te duele mucho todavía? –toca su cuello y frente para verificar si tiene fiebre, imitando a Maru con él cuando se enferma
-Casi no. –miente para no preocuparlo más.
-Yo sé que sí. – agradece abrazándolo. –Escuché decir al médico que el plomazo fue tan fuerte que a pesar del chaleco, te lastimó otra vez las costillas.
-Era preferible que me diera a mí y no a Maru. –trata de restar importancia a su heroico gesto. –Yo tenía protección, en cambio ella no.
-¿Y si hubiesen sido de las balas mata policía que atraviesan todo, papá? – se aferra a él con fuerza. No sabe si más nervioso que emocionado o más asustado que feliz. Teme una reacción negativa de su parte por haberlo llamado papá. Los muchachos del barrio le dicen así a todo el mundo para no aprenderse los nombres, pero él piensa diferente. Papá no puede ser cualquiera. ¡Claro que no! Ese título había que ganárselo y Ale se lo merece con letras mayúsculas. ¿Le molestará su atrevimiento?
-Por ustedes, estoy dispuesto a aguantar lo que sea. –corresponde conmovido a su abrazo. –Es mi deber protegerlos.
-Pero estás demasiado aporreado, no quiero que te arriesgues más. –le duele su sufrimiento como en carne propia.
-El peligro ya pasó. –lo tranquiliza. –Sin embargo, de ser necesario, daría gustoso mi vida a cambio de su felicidad.
Satisfecho, Samuel permanece largo rato abrazándolo en silencio. Es como si estando juntos, nada malo pudiera pasarle. De repente, recuerda la razón de estar allí: Han mandado a vigilarlo. Debe avisar a todos quienes esperan, cuando despierte. Aprovecha que están a solas para averiguar algo de suma importancia para él. -¿Te puedo preguntar algo?
-Cuanto gustes. –responde sin abrir los ojos. Samuel posee la magia de curar todas sus heridas, visibles o no.
-¿Tú me quieres? –necesita saber si es correspondido. al menos con un poco de amor.
-Creo habértelo demostrado. –deja de acariciarlo para mirar sus verdes ojos.
-De todas maneras. –insiste perpicaz. –A veces es bueno oírlo decir.
-Estamos de acuerdo. –también le gustaría saber que siente Mariana por él. –Te quiero mucho, más de lo que puedes imaginar. –declara orgulloso – Más allá de simples palabras. –besa su frente, afirmando. –Como solamente puede amarse, a un hijo.
¡Lo ha dicho! No sueña. ¡Es verdad! Si aquello no es la felicidad, entonces llegó al paraíso. Samuel siente su corazón saltar emocionado a punto de salirse por la boca, incitándolo a moverse a su acelerado ritmo: Correr, brincar, bailar, cantar y ¿Llorar? Sí, de sus ojos brota un mar a punto de estallar. Apenado, los aprieta con fuerza.
-El hecho de mostrar tus sentimientos no te hace menos hombre. –enjuga cariñoso sus lagrimas. –sino más humano.
-También tú tienes los ojos brillosos. –imita su gesto, secándolos alegre. –Allá afuera hay un montón de personas, esperándote. –cambia el tema para intentar volver a la normalidad.
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Mariana
RomanceLa desesperación por la supervivencia en Caracas (Venezuela) con su pobreza crítica, marginalidad, violencia y falta de dinero llevan a Mariana al borde. "Hago lo que sea pa' que mi chamo no se acueste sin na en la barriga ". Sólo por su hijo es...