Parte sin título 36

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-Está bien abuela. –se enrumba obediente, hacia la casa para despistarla. Tratando de hacer el menor ruido posible, entra a la habitación indicada por Luna. Esta vacía, recordando su consejo, pasa a la otra. Para su sorpresa, encuentra dormidos a Alejandro y Samuel abrazados plácidamente. Nunca imaginó a su hijo encariñándose tanto con otra persona. Han pasado varios días separados y en lugar de esperar por ella en su cuarto, prefiere acostarse con Alejandro. Conmovida recuerda su inocente confesión: "No te pongas brava, pero es que lo quiero mucho. ¡Cómo a un papá!" La visión de ambos durmiendo juntos, es lo que necesita para terminar de decidirse. Si llega a pasarle algo, ya Sammy tiene quien vele por él. Dándole un suave beso en la mejilla, sale con sigilo. Gracias a los cuidados de Brizna se siente mucho mejor. La herida de la pierna apenas si le molesta, el tacón en el yeso, le permite afianzar el pie para desplazarse. Es mejor acabar ella misma, con la amenaza que se cierne sobre ellos. Buscando en el closet, encuentra ropa de su talla. Escoge un cómodo pantalón de algodón negro flexible para que no le moleste la lesión, dando libertad de movimientos; un grueso suéter y tenis de los cuales puede usar sólo uno. Vistiéndose rápida, mete todo en el armario. Saca varias almohadas colocándolas en la cama, las cubre con sabanas para simular un cuerpo. Deja la silla de ruedas y las pantuflas al lado, como si estuviera acostada. Apaga la luz, dispuesta a salir cuando siente su teléfono vibrando en el bolsillo. Responde tratando de sonar calmada, pero su interlocutor no le permite hablar

-¿Tienes todo? –es la misma voz áspera del día anterior.

-Sí. –miente, sin dudar.

-El jefe, no quiere sorpresas. –amenaza para intimidarla. –Por eso, se cambió el lugar del encuentro.

Entre todos afinan los detalles minuciosamente: Buscará la camioneta de Mariana en el barrio, según el plan original, para no levantar sospechas; después se la entregará a otra persona, volando ella hasta Colombia. Debe estar en perfectas condiciones para el supuesto intercambio. Incluso ya hay otra camioneta idéntica muy cerca de la frontera. Con eso en mente, se dirige Brizna al rústico, en el cual viajará a Caracas, cuando una persona tirada en el piso llama su atención.

-¡Santo cielo Mariana! –Se agacha, con la intención de socorrerla. – ¿Qué te pasó?

-Nada. –finge no poderse levantar. - Gracias por ayudarme. – rezagada, espera hasta verla inclinarse, ofreciendo su mano. –Eres muy servicial. –estira la suya, como con dificultad. Para sorpresa de Brizna, tira con fuerza inusitada de ella, haciéndola rodar de un certero puñetazo, justo detrás de la oreja. –Pero no te perdono que quieras interponerte entre mi futuro esposo y yo. –habla para sí, incorporándose. –Ya lo decidí. –Asegura convencida. –Aunque deba secuestrarlo, será el padre de mis hijos. –la arrastra hacia el auto. –Hasta  agradezco lo buena terapeuta que eres... ni mal me caes. –con esfuerzo logra subirla, atando sus manos, la sujeta con el cinturón de seguridad, con el proposito mantenerla sentada, al lado del chofer. –Pero no te podías ir lisa. –tantos años llevando carajazos en la calle, la enseñan a defenderse, aunque debe admitir que el elemento sorpresa fue decisivo . Coloca unas gafas ahumadas para disimular  su estado.

Entre despedir a Brizna y dar las últimas instrucciones, el tiempo pasa volando. Por eso se extraña al no encontrar a Maru durmiendo con Samuel, sino a Alejandro. Atenta, se dirige al otro cuarto, tranquilizándose al ver la cama ocupada, la silla vacía y las pantuflas muy cerca de ella. Menos mal logró dormir sin sedantes. ¿La despertará para dárselos? Busca a tientas el interruptor para encender la luz, pero después se arrepiente. Es mejor dejarla descansar. Sale cerrando la puerta tras de sí.

Abandona sin problemas la hacienda con Brizna sentada a su lado. Llega tarde al barrio, estacionando frente al módulo policial. Todo lo envuelve la más absoluta oscuridad, como cosa rara no se escucha ni el más mínimo ruido. Ojalá estuviera Jorge de guardia para encargarle a su forzada acompañante y poder ocuparse ella de lo que tanto la inquieta. Se alegra al verlo salir, acercándose . Las cosas le salen bien, a pesar de todo. – ¿Qué más pana? –saluda sin moverse de su asiento. –Necesito un favor, muy especial, tuyo –acepta su beso en la mejilla sin chistar.

-Sabes que para ti siempre tengo una sola respuesta: Si mi amor, lo que tú digas. –expresa feliz al verla sana y salva. Luego al fijarse en Brizna, la interroga con una mueca de disgusto en los fruncidos labios.

-Es el favor al que me refiero. –sabe bien cómo convencerlo: Poniendo cara de victima asustada.

-¿Ahora robas los carros con todo y dueño? –acota sarcástico.

-No. –no quiere involucrarlo, más de lo  necesario en sus problemas. –Pero es muy importante sacarla de circulación por lo menos doce horas.

-¿En cual lío andas ahora? –se preocupa por ella.

-Deja de preguntar, ayúdame a meterla al calabozo antes que despierte. –lo apura impaciente.

-Pero... –duda aún. Cada vez son peores, los enredos que se busca por secundarla.

-¿Me vas a ayudar o no? –hay demasiado por hacer para estar malgastando su tiempo.

-Siempre lo he hecho. –es incapaz de negarle nada, a pesar de los riesgos implicados. –Pero es mejor llevarla al sótano de los cachivaches.

-Por eso eres mi alto pana. –lo acaricia para terminar de convencerlo.

-¿Porque me dejo manipular como te da la gana? –da la vuelta para sacar a Brizna.

-No. –nota su melancolía, como cada vez que tocan el mismo tema. –Porque me amas sin condiciones.

-Deja las adulaciones, mejor cántame la zona. –disimulando su estado, se la echa al hombro y corre hacia adentro,  al escuchar la señal de Maru. Con premura baja, atándola a una vieja silla de oficina. Está a punto de subir, cuando se devuelve arrepentido. –Si puedes soltarte, no te impediré salir. –coloca las llaves en su regazo. –Amo a Maru con todo mi corazón, sin embargo no estoy dispuesto a perder todo por nada. –regresa, fijándose en su pie yesado. – ¡Listo! ¿Qué te pasó?

-Nada. –se despide con otro beso en la mejilla. –Cuídala mucho, es buena persona. –se aleja hacia las escaleras, sin dar más explicaciones.

-Si no me cuido terminaré despedido por tu culpa, loquita. –entra resignado. –Lo peor: Sin la menor esperanza de algún día ser correspondido, aunque sea un poquito.  

MarianaWhere stories live. Discover now