Untitled Part 6

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Un ruido repentino, lo saca de sus cavilaciones. Abre los ojos asombrado al encontrarse frente con los de ella.
En jeans, zapatos deportivos, chaqueta de cuero y morral al hombro; se queda pasmada mirándolo. Imaginó, sería más fácil escapar por la puerta del servicio. Dio por sentado que su custodio ya estaría en su cama durmiendo o en cualquier otra actividad que no incluyera espiarla.
− ¿Dónde se supone va a estas horas, la señorita?
−Hoy es miércoles, te dije que debo salir tres veces por semana. – trata de disimular la sorpresa inicial, causada al verlo allí, pidiendo explicaciones. –Pensé, te había quedado claro.
−No es seguro salir sola de noche. –busca algún argumento válido para mantenerla en casa. –Incluso accedí, trajeras tu novio aquí. –levantándose se interpone entre ella y la puerta. –No quiero que salgas. –expresa enérgico.
−¿Entonces? –se cuelga a su cuello con ambas manos –¿Voy a buscarlo o me quedo contigo?
−Llámalo desde aquí. –trata de separarla.
−No tiene teléfono. –se empina, quedando muy cerca de su boca. –Los pobres carecemos de todo.
−Ve entonces con el chofer –en vano intenta zafarse.
−Ya te dije que no soporto a las chaperonas, no me dejan hacer lo que más me gusta. –aferrándose a su nuca, lo obliga a unir sus labios a los suyos.
La primera reacción de Alejandro es de rechazo: Aprieta los dientes y la empuja. Luego cambia de actitud. La estruja arrebatado, hurgando su boca a sus anchas. Localiza los puntos más sensibles de su lengua, deleitándose con su sabor a chicle de canela. Hace años que no siente deseo carnal. Menos aún por una chiquilla tan alejada de sus cánones más elementales. Aquellas ansias desmedidas lo sorprenden, perdiendo el aliento. Sin detenerse a reflexionar, la agarra por los glúteos para hacerla sentir su ardiente virilidad a plenitud.
Olvidando los buenos propósitos o pensamientos loables, se deja llevar por el momento. La pega contra la puerta preguntando entre dientes: – ¿Qué pretendes hacer conmigo carajita?
−¡Joder!–afirma entre entusiasta y asustada por su inesperado encuentro. –Deseo saber cómo se siente hacerlo con uno de tu edad.
−¡Nada! – la suelta con brusquedad para volver a sus cabales. –Si buscas satisfacer una curiosidad malsana, nunca sentirás más que hastío. – retrocede varios pasos arrepentido de su infame proceder. –Todos los hombres a nivel fisiológico funcionamos igual: La excitación provoca una erección, la cual nos lleva a realizar una serie de actividades para satisfacer la necesidad creada y después... No hay nada más. –acercándose de nuevo, la sujeta con una sola mano por la barbilla, obligándola a verlo a los ojos –No busques quien te posea, sino quien te ame o a quien amar. Sólo así sentirás el milagro de fundir tu cuerpo, alma y corazón al de otro ser. Magia que somos capaces de sentir al estar realmente enamorados.
−¿Lo sientes cada vez que estás con tu novia? –no se dará por vencida: Debe hacer algo para poder salir. – ¿Por eso te vas a casar con ella?
−De veras no tienes remedio. –vuelve a soltarla irritado. –Mejor gasto mi tiempo en cosas más provechosas. – sale cansado hacia su habitación, momento aprovechado por Mariana para hacer otro tanto por la puerta de servicio. Debe encontrar la forma de escapar sin ser vista, no está preparada para soportar otro encuentro como aquel.

A la mañana siguiente, al bajar hacia el salón lo encuentra muy temprano. En short y franela, suda como si regresara de trotar. Cortes, pero con desgano, la saluda: –¡Buenos días Mariana! ¿Qué tal tu paseo nocturno?
−¡Excelente! Justo para olvidar tu vulgar actuación. –lo molesta adrede. –Sin tantos escrúpulos se disfruta más.
−Espero, te cuides. –comenta antes de subir las escaleras. –Recuerda siempre: Tu hijo sólo cuenta contigo para salir adelante.
¡Si él supiera que con Samuel comenzó todo! Suspira resignada. Es mejor que crea cuanto se le venga en ganas, dejándola en paz.
−¿Por qué no le dices la verdad? –recomienda Jackeline durante sus habituales clases de etiqueta y modales. –Ale es muy comprensivo.
−¿Repulsivo? –simula oír mal, mientras camina erguida con un libro sobre la cabeza. Escuchó con claridad, pero no le interesa destilar sus problemas personales con ella. A pesar de haberle contado algunos de sus proyectos, todavía no le tiene suficiente confianza. Por eso, aprovecha para acotar: –Una rata de cloaca es más tolerante. –se carcajea, al imaginarlo con rabo y nariz puntiaguda. –Quien sí, me pareció muy simpático fue el pediatra. –cambia de tema. –Lástima que sea amigo de la plaga de tu novio.
−¿Francisco? –trata de disimular la impresión causada con sólo pronunciar su nombre. ¿Será que nunca se acaba el dolor?
−Sí, estuvieron hablando bastante tiempo a solas. –trata de indagar que se trae con Jackeline. –Preguntó por ti, se desilusionó al no verte. –continua en su infructuosa búsqueda.
−Es muy amable de su parte al recordarme. –aparenta indiferencia. No quiere mezclar su trabajo con un pasado que debe permanecer enterrado, por su propia salud mental.
− ¿Y cuándo se casan? – cambia otra vez de tema para no incomodarla.
−¡Jamás! –responde sin darse cuenta que piensa en voz alta.
− ¿No? –se extraña ante su exagerada negación. –Pero sí él afirmó que apenas terminara esto, se casaban. –recuerda lo dicho por Alejandro la primera vez que hablaran.
− ¿Quién? –los recuerdos no le permiten razonar con cordura. –¿Cuándo te dijo eso?
−Tu novio –no comprende su enfado. –Cuando le vi el anillo de compromiso.
− ¿Todavía se atreve a llevarlo puesto? –sigue confundida –¡Es un canalla!
− ¡Perdón! –se percata de su error. – ¿Estamos hablando de Alejandro, ¿verdad? –llevándose las manos al rostro, Jackeline sale corriendo sin contestar.
¡Para variar, acaba de poner la torta! Lo peor de todo: No tiene la menor idea de cómo sucedió. Apenada sube hacia el ala este, contraviniendo las estrictas órdenes de Alejandro de mantenerse alejada. Se trata de una estancia amplia, con enormes ventanales sin cortinas, por donde entra mucha luz. ¡Aquella casa es inmensa! Ahora comprende la razón de tantas personas de servicio. Debe costar un mundo mantener tan lustroso el piso. La cantidad de pasillos y entradas la confunden, no sabe hacia dónde dirigirse. Decide seguir por el más ancho hasta llegar a la última puerta. Sin siquiera llamar, entra quedando gratamente sorprendida. Hace años no visita una biblioteca tan grande. Los anaqueles llenan las paredes hasta el altísimo techo. Le recuerda los días cuando su padre vivía. La llevaba a los museos y bibliotecas públicas. El piso lo protege una mullida alfombra verde oliva, las pocas paredes que no cubren los libros, lucen un alegre color esmeralda. Olvidando casi por completo la razón de su intromisión en aquel lugar, disfruta al detallarlo. El fondo es dominado por una enorme mesa inclinada de dibujo. Encima se dejan ver escuadras, exactos, reglas, plumones, escalímetros, compases, transportadores; lápices, bolígrafos, creyones; marcadores de todos los colores. –Aquí gozaría un imperio Samuel. –comenta para sí, admirando el completo orden existente, a pesar de haber tantos materiales juntos. Al lado en un escritorio de finísimo nogal se encuentra el monitor de computadora con la pantalla más grande vista por Mariana. Estira la mano para tocarlo, cuando su gesto es interrumpido en el aire, por alguien que parándose a su espalda le impide moverse.
−¿Qué haces aquí? –pregunta Alejandro muy cerca de su oído, causándole escalofríos.
−Acabo de cagarla y tu novia está llorando. –se retuerce intentando separarse de él.
−¿Jacky? –se extraña. Generalmente es muy ecuánime a menos, se trate de algo relacionado con Francisco. – ¿Qué le dijiste?
−No sé. –logra girar sobre sí, mirándolo de frente. Ha cambiado su ropa, lleva puesto unos lentes ahumados con montura casi transparente que realzan sus facciones. –Hablábamos del pediatra, pero ella parecía referirse a ti. –es solamente un hombre. ¿Por qué llama tanto su atención? Procura concentrarse en el relato. –Dijo cosas incomprensibles y salió corriendo con los ojos húmedos. – por Instinto se aleja de su contacto. No sabe por qué la altera tanto. – ¿Discutieron? Porque cuando le pregunté la fecha de su matrimonio grito: ¡Jamás!
Otra de sus eternas crisis. Debe hacer algo con urgencia para unir a esos dos de nuevo, antes que sea demasiado tarde. Pensativo se dirige hacia el cuarto de huéspedes. Jackeline a veces, se queda a dormir allí. –No toques nada. –advierte antes de salir .–Mejor aún: Sal de inmediato y no aparezcas más por aquí para evitarnos inconvenientes. No tiene tiempo para discutir, prefiere hablar primero con su novia.
−Pase –indica Jackeline ante leves los toques en su puerta, limpiando con rapidez sus lágrimas.
−¡Hola! –entra como si ignorara su estado de ánimo, mostrando un catálogo de disfraces. –Estoy pensando en cambiar este año de zorro a Monje loco o algo que me oculte por completo la cara durante la fiesta de Halloween.
−Es una buena idea, ya nadie espera a que te quites el antifaz para saber quién eres.
−Mariana invitó a Francisco para esa fiesta, también para el cumpleaños de Samuel. –se fija en su reacción de rechazo inmediato. –No le comenté nada. –se hace el inocente. –Imagino, no deseas que se entere de tus asuntos.
−¡Por supuesto que no! –se niega de plano –Pero él debe ser lo suficiente caballeroso para evitarme su presencia.
−Todavía te afecta ¿Verdad? –coloca afectuoso, la mano sobre su hombro.
−Para qué negarlo? –acepta con tristeza.
−Él también te sigue amando. – ¿Hasta cuándo actuará de Cupido entre esos dos?
−¡Mentira! –deja de disimular su estado. – Nunca me quiso en verdad. –brota incontenible el llanto como siempre que toca el tema. –Por eso me traicionó justo en vísperas de nuestra boda.
−Si las mujeres intentaran al menos ponerse un instante en nuestros zapatos, las cosas serían diferentes.
−Si ustedes trataran al menos de comprendernos, no habría tantas mujeres solitarias. –lo remeda molesta.
−Empatía es la clave. –trata de hacerla entender su punto de vista. –Aunque a ustedes les cueste mucho aceptarlo, los hombres no necesitamos del amor para acostarnos con alguien. –se le hace difícil hablar de sexo con ella. –Después de estar excitados, no pensamos, nos dejamos guiar por nuestros instintos y...
−¡No les importa para nada destruirnos! –No lo deja continuar, llorando con amargura.
−Al enfriarnos es cuando volvemos a razonar, pero ya el mal está hecho, de nada vale nuestro arrepentimiento más sincero.
− ¿Arrepentimiento? –lo acusa como si en realidad se tratara de Francisco. –¿No sería mejor alejarse de las tentaciones?
−Eso fue lo que hice la otra noche y tú me acusaste de estar huyendo. –recuerda sus propias palabras –Tienes razón, hay cosas que no se pueden evitar eternamente.
−¿Me quieres decir que los hombres son incapaces de ser fieles?
Sí podemos. –no sabe cómo convencerla. –Pero necesitamos mantener nuestra mente y cuerpo ocupados en otras cosas. –debe retarla, comprometerla con su razonamiento. –Para eso es menester contar con la confianza de nuestras compañeras.
−¿Entonces qué harás con Mariana? –se centra en lo que sabe le preocupa: Su continuó choque de caracteres. Negándose a aceptar su punto de vista.
−Mantenerla lo más alejada posible con tu ayuda para educarla y la de Dios para aguantar hasta el fin.

          

MarianaWhere stories live. Discover now