Capítulo 2

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Estacionó su viejo y desvencijado auto frente a la imponente residencia de los Coxon, en pleno Mayfair. Contempló deslumbrado la sobria belleza de aquella propiedad de tres plantas rodeada de inmensos jardines cuyas ornamentadas puertas de hierro se abrieron a su paso.

-¿Es usted...- intentó preguntar el guardia, advertido de su inminente llegada.

-Alexander James- respondió sin dejarlo acabar la frase- Me envían del hospital.

-Bienvenido, señor. Lo esperan- dijo el guardia invitándolo a pasar con un ademán.

La obscena riqueza de cada detalle lo cohibía pero él sabía disimularlo. Avanzó con soltura, como si su vida también transcurriese en la misma opulencia.

-¡Señor James!- gritó el guardia a sus espaldas.

Se volteó a verlo.

-Puede llamarme Alex...- concedió con una sonrisa que el empleado pareció o quiso ignorar.

-Señor James- repitió- ¿Desea dejarme las llaves de su auto para que pueda estacionarlo adentro?

Alex soltó una carcajada.

-No, gracias. ¿Quién querría llevárselo? Es sólo un cúmulo de chatarra.

Y libre de toda preocupación, como solía estar casi siempre, se encaminó a las puertas de la residencia.

Fue recibido por un mayordomo excesivamente formal y afectado para su gusto aunque no por ello menos amable.

Todo aquel lujo estaba en las antípodas de su mundo pero aún así, se le antojaba un ambiente muy amigable. Tan afable como el aura desprendida por el propio Robert Coxon o simplemente Bob, como él prefería que lo llamasen. Sus modales suaves y su aire bondadoso hacían difícil adivinar que tras la fachada de un hombre simple se ocultaba el dueño de The Messenger, el segundo periódico más leído del país.

Y era también el propio Bob quien personalmente lo había elegido para confiarle el tratamiento de su hijo menor, Graham.

Se habían entrevistado en dos ocasiones y en ambas congeniaron de modo casi instantáneo. El señor Coxon estaba gratamente impresionado por sus antecedentes y encantado por su personalidad vivaz y ocurrente. No le tomó más de veinte minutos comprender que Alex era la clase de persona que podría ejercer una influencia positiva sobre su hijo.

Su primer encuentro le había permitido conocer su historial profesional. Le entusiasmó saber que contaba con amplia experiencia en el tratamiento de pacientes pediátricos. Instintivamente, supo que mucho de ese conocimiento le sería de ayuda para tratar a Graham.

Al final de la entrevista ya no tenía dudas. Alex era el indicado y lo hubiese contratado en ese preciso instante. Pero no podía hacerlo. No sin antes concederle un segundo encuentro en que pudiese ponerlo al tanto, con absoluta sinceridad, del desafío que suponía lidiar con su hijo.

Su carácter esquivo, huraño y sin duda socavado por la enfermedad había hecho de él un verdadero dolor de cabeza para más de un profesional. De hecho, ahora mismo se negaba a recibir atención de nadie que no fuese la señora Phillis, la enfermera ya retirada que solía cuidar de él en el hospital.

Alex escuchó pacientemente todo cuanto Bob le explicó durante su segunda entrevista.

-Quiero que sopeses muy bien todo lo que te he dicho, muchacho- le había advertido Bob, preocupado- tu legajo es impecable y tú no me podrías caer mejor. Pero el panorama es este y no quisiera que él ni tú pasaran un mal momento.

Alex no pareció impresionado por lo que acababa de oír y con su habitual desenvoltura respondió.

-Comprendo. Pero ciertamente no lo encuentro tan preocupante. A fin de cuentas, su hijo no ha matado a nadie.

Bob rió ante la simplicidad de su razonamiento.

-No, no ha matado. Pero ha "neutralizado" a varios. Incluso dentro de las instalaciones del hospital, te aseguro que no se pelean por atenderlo.

-Será porque no les agradan los desafíos- respondió con firmeza- no todos tienen la paciencia que requiere este trabajo. Ni la comprensión. Cada paciente es una historia diferente con un denominador común: el sufrimiento. Y aunque usted no lo crea, el continuo padecimiento físico está lejos de contribuir a la resistencia y el acostumbramiento. Los pacientes se tornan cada vez más sensibles y reticentes, muchas veces vencidos por el cansancio o el convencimiento de que el tratamiento será inútil. Todo lo que me ha advertido son conductas completamente esperables en la situación de Graham.

Bob escuchó satisfecho su ostentoso discurso y la resolución de Alex hizo el resto. Así selló su destino.

Ahora estaba allí, listo para comenzar.

-¡Alex! Viniste...- dijo Bob saliendo de su despacho y ofreciendo un abrazo al muchacho apenas dos años mayor que su propio hijo.

-¿Acaso pensó que no vendría?- preguntó sorprendido- Usted fue muy sincero al advertirme pero créame que también yo fui sincero al aceptar.

-¡Oh, no dudo de eso muchacho! Pero no voy a negar que por un momento temí...temí que las historias de algunos de tus colegas te hicieran desistir.

Alex rió con ganas. Así de disparatada se le aparecía la idea de dejarse doblegar por un paciente.

-¿Qué le parece si me lleva con la fierecilla?- dijo convencido.

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