Capítulo 38

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Graham no logró conciliar el sueño en toda la noche. El dolor causado por el golpe y la segura hemorragia lo mantuvieron en vela. El desengaño y la rabia también hicieron su parte durante aquella madrugada de vigilia.

No bajó a desayunar y a nadie extrañó su ausencia. Sabían que no era un madrugador.

Antes de partir rumbo al periódico, su padre fue hasta su cuarto. No le agradaba salir sin despedirse. Parecía un hábito un tanto extraño teniendo un hijo adulto con quien además convivía. Y aunque su costumbre lo volvía el blanco de las bromas de su esposa y su hija, jamás accedía a alterar su rutina matinal. Nadie le había preguntado nunca por qué lo hacía y aún de haberlo hecho, no hubiese confesado. Bob tenía miedo, constantemente. La salud de Graham lo había expuesto a tantos peligros, fueron tantas las ocasiones en que pensaron que su vida se les escurriría de entre las manos que su padre no podía dejar la casa sin despedirse con un beso. Mucho tiempo atrás había adquirido la dolorosa consciencia de que cada momento podía ser el último. Y no lo dejaría escapar.

-¡Graham! ¿Puedo pasar?

-Sí, papá- respondió una voz más tenue que soñolienta.

Graham se envolvió entre las mantas en un vano intento de disimular su calamitoso estado. Sudoroso, pálido y con ojeras profundas marcadas en el curso de una noche tan dolorosa como interminable. Ocultó los extremos mordidos de la funda de su almohada. Pero ningún recaudo fue suficiente para evadir la mirada escrutadora de un padre atento a todo.

-Hijo...- dijo al sentir su sudor frío tras dejarle un beso en la mejilla- ¿qué tienes?

-Nada...

-Pero mira como estás...luces terrible...- dijo girando su cuerpo hasta ponerlo de espaldas y ver de lleno su rostro- ¿qué te ha pasado?

Tenía que pensar rápido y comprobó que pese a todo, podía hacerlo. Ensayó la mejor excusa que se le ocurrió.

-¿Me prometes que no te enfadarás?

-Claro que no. Pero dime qué es lo que tienes- dijo sentándose al borde de la cama.

-Ayer...ayer fue el cumpleaños de Alex, ¿recuerdas?

-Sí.

-Pues, él tomó el día libre y yo...yo fui hasta su casa para dejarle un obsequio...

-Sí...¿pero qué tiene que ver eso con lo mal que te ves?

-Bueno...estaban celebrando...- y al decir esto debió hacer una pausa para evitar echarse a llorar otra vez- y yo...bebí con ellos unos sorbos de alcohol. Y como casi nunca lo hago pues...creo que me ha sentado mal.

Su padre le dio un abrazo.

-¿Y por qué se supone que tendría que enfadarme? No tienes edad para que te prohíba beber.

-No, pero...

-Suelo recomendarte que no lo hagas, es cierto. El alcohol no se lleva bien con tus medicamentos. Pero es tu decisión, Graham.

-Supongo que no debí...

-No importa, ya está hecho. Pídele a la señora Kenton que te ayude con esa resaca. Ella sabe qué hacer. Además, pronto llegará Alex. Cuídate, hijo.

Y dejando otro beso sobre su cabello, se marchó.


Pasó poco más de una hora. Graham ya no podía caminar. Sabía que necesitaba tratamiento cuanto antes. Aún así, hizo un esfuerzo sobrehumano para sentarse en la cama y aguardar allí por Alex...en caso que se presentara.

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