Capítulo 36

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El sol comenzaba a ocultarse despacio cuando Alex creyó oportuno regresar. Se abrió paso a través de la concurrencia. Algunos lo saludaron, olvidando que ya lo habían hecho otras dos veces y el soplo de aquel aliento etílico sobre su rostro fue un aliciente más para abandonar el lugar.

Traspasó la puerta y tomó una honda bocanada de aire fresco. La sequedad de su garganta le recordó lo mucho que había fumado aquella tarde. Aún así, encendió otro cigarrillo y echó a andar.

La brisa alborotaba su cabello y rozaba su rostro recién afeitado. Aquel día, se había deshecho de la corta barba que Graham detestaba y Damon adoraba. Le había prometido que se la quitaría el día de su cumpleaños y fue recién a mitad de la faena cuando cayó en la cuenta de que no tenía sentido cumplir su palabra porque no se verían.

-¡Hola, muñeco!- se oyó la voz de un hombre desde el callejón.

Alex respondió con un ademán despectivo y siguió su marcha. Era algo frecuente en aquel vecindario.

-¡No seas arisco!- escuchó a lo lejos.

Apuró el paso para evitarse el fastidio. Le divertía la vulgaridad callejera. Pero no hoy.

Arrojó a la alcantarilla el cigarrillo sin terminar y caminó hasta su edificio.

-¡Hey, tú! ¡Buenorro!- volvió a escuchar desde la semi penumbra. La voz sonaba diferente pero tal vez el hombre del callejón lo hubiese seguido.

Se volteó algo enfadado después de un día tan adverso y lejano a sus expectativas.

-¡Cierra la boca, imbé...- dijo en tono intimidante.

Pero la silueta que emergía de entre las sombras interrumpió su frase.

-¡Damon!- exclamó sorprendido- ¿¡Qué rayos estás haciendo aquí!?

-Esperándote, ¿qué más?- dijo acercándose y dedicándole una lánguida mirada que auguraba mucho más.

Alex lo miró estupefacto. Damon era orgulloso y no acostumbraba a ceder. Si estaba allí, debía sentir que su posición tambaleaba. Y no estaba errado.

La luz de la calle iluminó el hermoso rostro de Damon, justo frente al suyo. Sintió sus brazos rodeándole el cuello con una suavidad casi cautelosa e impropia de él. Comprendió que temía ser rechazado. Que quizá por primera vez en su vida, Damon temía el repudio que había dedicado a tantos pero jamás había experimentado en carne propia.

-De modo que no estás con él, Alex...- susurró con una sonrisa complacida.

-¿De quién hablas?- dijo con la sola intención de obligarlo a pronunciar el nombre que ahora lo atormentaba.

-De él- respondió reticente- de tu Quasimodo.

La alusión al jorobado confinado en la catedral de París revolvió sus entrañas. Pero debió contenerse y callar. Damon sentía que su lugar peligraba y la más mínima conducta que confirmase sus sospechas no haría más que encender su ira y desencadenar consecuencias que Alex deseaba evitar a toda costa.

-Te dije que no lo pasaría con él...ni contigo.

Casi como una ofrenda de paz, Damon bajó la cabeza un momento.

-Siento haberte hecho pasar un mal rato, Alex. Ni yo sé por qué he pensado que te arruinarías el día con ese imbécil.

Alex sintió que la sangre le hervía pero aún así volvió a callar.

-No deseo que esto acabe con nosotros, ¿sabes?- dijo Damon en un tono manso que nunca adoptaba.

-¿Entonces?

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