Capítulo 15

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Pasaron varias semanas en las que Damon no descuidó su contacto con Graham. Deseaba ganarse su amistad. Como oportunamente prometió, visitó a la familia y al muchacho con el inobjetable pretexto de regresar a casa en el auto junto a su primo. A fin de cuentas, casi debían cruzar la ciudad para ir de un vecindario a otro.

Su extrovertida presencia era muy apreciada y no sólo por Graham. A su flamante empleador le regocijaba el hecho de que su hijo comenzara a tener algo semejante a un pequeño grupo de amigos. Todos lo apreciaban y hacían extensivo a él el cariño que profesaban por Alex.

A fin de no aparecerse por allí a diario, Damon consideró oportuno establecer contacto telefónico con Graham. El enfermo se distraía mucho con su conversación y él se aseguraba la construcción de un vínculo que se haría necesario en caso de que Alex se mostrara incapaz de hacer su parte.

-Tú primo es muy apuesto, igual que tú Alex- dijo su paciente una tarde- lo llevan en la sangre. Se nota que viene de familia- acotó con ingenuidad.

Alex jamás había tenido reparo alguno en mentir y de hecho, lo hacía como nadie. Mejor incluso que el propio Damon. Pero aún así...aún así no podía terminar de digerir esa forma de embaucarlo. Comenzaba a sentirse incapaz de enfrentar su mirada confiada, tan llena de amor y sólo reservaba para él. "Mirada perruna", así la había bautizado Damon. Y Alex hubiese reído a su lado, con ganas, abiertamente. Pero no podía hacerlo. Como tampoco podía tolerar ningún comentario de mal gusto relativo a Graham. Deseaba convencerse de que todo obedecía a su ética de trabajo, a su profesionalismo, a la entrañable relación que suele construirse entre un paciente y su cuidador. Pero era absurdo repetirse esos argumentos. ¿Acaso la mirada de Graham era la de un paciente hacia su enfermero? ¿Acaso su vínculo se agotaba en una "entrañable relación"? ¿Acaso él mismo se había tomado la libertad de besar a un paciente alguna vez?

No podía negarse que todo había comenzado alentado por cierto ánimo de sacar provecho. Damon había colocado la piedra basal, lo había presionado incluso. Pero eso no lo excusaba. También él era responsable, al menos sobre sus propias intenciones y sus propios actos. ¿Qué sucedió luego? Ni el propio Alex lo sabía. Su mente se debatía en una vorágine de ideas y sentimientos confusos.

A un lado del camino estaba Graham. Su inocencia, ese candor que lo desarmaba y trocaba en culpa sus peores intenciones. Sus ojos cuajados de amor que lo seguían con devoción a todas partes se habían anclado en sus pensamientos. Su cuerpo frágil y aquellos sentimientos aún más frágiles, dedicados únicamente a él...todo en Graham parecía pedirle a gritos un sitio en su vida...aunque fuese pequeño...aunque fuese un mero acto de compasión.

Del otro lado esperaba Damon. Amaba su pasión, el ímpetu desenfrenado con que disfrutaba la vida. A su lado era posible transitar cada día como si fuese el último. Recordó que alguna vez había admirado su férrea ambición, su cinismo. El mismo que solía divertirlo y que ahora casi lo asustaba. Aún así...aún así estaba loco por él...¿quién podría no estarlo? Pero más allá del febril ardor que los consumía no parecían ser más que dos cuerpos que dominaban el arte de darse satisfacción mutua.

Después de conocer sus planes relativos a Graham, Alex comenzaba a sentir que una honda grieta lo separaba de aquel con quien no creía compartir otra cosa que un lecho. Tórrido, sí. Pero sólo un lecho. Se había vuelto un extraño ante sus ojos. Un desconocido del que le costaba fiarse. Sabía que aquello que él no fuese capaz de hacer, lo haría Damon. Maldecía el día en que una urgencia había logrado acercarlo a los Coxon. Pero ya era tarde, muy tarde. Bob le tenía aprecio, el suficiente como para haberlo contratado. Y Graham lo consideraba su amigo.


Sumido en estas reflexiones, Alex renegaba de la lentitud del transporte público. Volvería a llegar tarde a casa de los Coxon y eso lo mortificaba, sin importar los lazos de confianza que lo unían al paciente y a su familia. Pero al fin y al cabo, no tendría más remedio que acostumbrarse y adaptar su horario a los avatares del autobús. Semanas atrás, el mecánico le dejó saber que no había reparación posible para su viejo auto. Traer a la vida aquella antigua máquina costaría más que hacerse de una nueva.

Llegó agitado luego de bajar  y correr varias cuadras cargando su pesado maletín de trabajo. Para su sorpresa, Graham lo esperaba en el jardín.

-¿Qué haces aquí, pequeño? Está un poco fresco.

-Te estaba esperando, Alex. Tengo una sorpresa para ti...- dijo tomándolo de la mano e instándolo a seguirlo.

-Graham...- dijo con ese tono con que se reconviene a los niños- no me engañas. Tienes una infiltración pendiente. Ayer accedí a posponerla pero no pasará de hoy. No vas a distraerme paseando por los rincones de esta mansión.

-Confía en mí, Alex. Tomará sólo un momento, lo prometo. Y no iremos muy lejos- dijo con una sonrisa que apenas cabía en su rostro.

-De acuerdo...- respondió disponiéndose a seguirlo.

-Espera- exclamó Graham.

Tomó un pañuelo de su bolsillo y le vendó los ojos.

-¿Qué rayos estás haciendo?- preguntó Alex, divertido e intrigado.

-Te dije que es una sorpresa. Y no lo será si la ves a la distancia.

Volvió a tomarlo de la mano y lo guió por un recorrido que Alex no recordaba haber hecho antes. Lo instó a detenerse.

-Te quitaré la venda y lo primero que verás es tu sorpresa. Ojalá te guste- dijo y se podía percibir la emoción desbordando en su voz.

Retiró el pañuelo con cuidado y la primera imagen que se impuso ante sus ojos fue un auto. Un flamante vehículo de factoría alemana color gris oscuro. Lo contempló un momento, incapaz de hablar.

-¿Te gusta?- preguntó ansioso.

-¿Qué...qué es esto, Graham?- dijo casi negándose a comprender lo evidente.

-Un auto, ¿qué más? Tu auto.

-Pero...

-El tuyo se arruinó, ¿no?- preguntó con la naturalidad con que se repone una botella de agua.

-Sí, pero...- balbuceó estupefacto.

-¿No te gusta?- volvió a preguntar algo alarmado- el color se puede cambiar. Y el tapizado...yo mismo hice el diseño, personalizado. Anda, míralo Alex.

-No...no es eso. ¿De quién fue la idea, Graham?- dijo pensando instantáneamente en una oportuna sugerencia de Damon.

-Mía. Lo hablé con papá, claro. Yo no entiendo de autos. Sin ayuda, supongo que hubiese elegido uno de esos coches antiguos y vistosos pero incapaces de ir a más de 60 kilómetros por hora.

-Graham, pequeño- dijo viéndolo con ternura y tomándolo por los brazos- tal vez este sea el segundo detalle más bonito que has tenido hacia mí...después de que me ayudases con el asunto de la renta. Dos gestos cariñosos que de verdad aprecio. Y los dos te los debo a ti. Pero este, pequeño...este no puedo aceptarlo.

-¿¡Por qué!?- protestó con voz angustiada.

-Porque no es bueno ni ético que en mi profesión se acepten dádivas.

-Yo jamás te ofrecería una "dádiva"- dijo pronunciando la última palabra con el desprecio con que se referiría a una limosna.

-Graham...llamamos dádivas a los obsequios.

-Pero...¿quién va a enterarse?

-Lo sabremos tú y yo. Y tu padre. Y no es correcto- dijo evitando mencionar cuánto le preocupaba que ese obsequio continuara acicateando la avidez de Damon.

-Pero Alex...- dijo comenzando a hacer pucheros.

-Pequeño escúchame...

-Hablaré con Damon- dijo con la seguridad de quien pediría ayuda a su mejor amigo- tu primo te hará entrar en razón...se lo enviaré a él de ser necesario.

Su sola mención inquietó a Alex. No podía permitirlo y exaltado, respondió en voz muy alta.

-¡Ni se te ocurra...

Pero no pudo terminar la frase. La mirada de Graham, consternada, lo detuvo. Jamás le había gritado de aquel modo. Y afligido, sin poder comprender la reacción de Alex, salió corriendo hacia la casa.


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