Capítulo 13

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-¡Graham! ¡Graham!- exclamó Alex sacudiéndolo entre sus brazos.

Tras unos segundos de inconsciencia, recuperó el sentido. Alex notó su respiración acelerada, las pupilas dilatadas, su pecho todavía palpitante.

-Lo siento, pequeño...- dijo estrechándolo con suavidad, una mano sosteniendo delicadamente su cabeza por detrás de la nuca- te sofoqué...

Graham tomó aire para hablar. Entonces susurró.

-No...no me sofocaste...es sólo que me sentí...

-Puedo imaginarlo...- dijo Alex pensando en el inmenso bochorno que alguien tan tímido como él debía estar sintiendo- lo siento...

Pero Graham habló otra vez.

-Me sentí...tan bien...tan bien que me abrumó- dijo fijando en él su mirada con una intensidad desconocida.

Cara a cara, Alex lo contempló detenidamente. No podían estar más cerca. Recorrió su rostro como nunca lo había hecho. Como si por primera vez notase el brillo de su piel nívea. Le pareció que nunca había reparado en sus ojos o que al menos jamás habían lucido como ahora. Su mirada, siempre tan dócil y pacífica, se veía fulgurante. Dulce, como de costumbre. Pero también intensa. Inocente, pero cargada de un deseo que pugnaba por liberarse con la fuerza de un animal encadenado. Un animal vigoroso pero asustado frente al mundo que se agita más allá de su prisión. Alex lo veía, en silencio, incapaz de creer que tanta belleza hubiese pasado oculta ante sus ojos por tanto tiempo.

Graham mordía su labio inferior, como siempre lo hacía cuando estaba tenso. Pero esta vez mordía y succionaba, como si quisiera reencontrar el sabor de aquel beso truncado. Alex reparó en su gesto, tan tierno y a la vez tan sugerente. Y pensó que en ese momento, no deseaba ver nada más. No quería otra cosa que no fuesen aquellos ojos posados devotamente sobre él, mirándolo, diciendo todo...sin decir nada.

-Sería bueno que cuando llegue la ocasión, no te desvanezcas...recuérdalo- dijo sonriéndole con ternura, comprendiendo que era él quien seguía a cargo de la situación.

Y volvió besarlo. Con la lentitud de quien transita sobre arenas movedizas; arena de apariencia inofensiva pero capaz de engullir al caminante que se aventura en ella.

-¿Ves? Así. No lo olvides...

-Jamás...- balbuceó ya casi sin aire- jamás lo olvidaré...- y sonrojado, escondió su cabeza sobre el pecho de Alex.


En su apartamento, Damon se paseaba furibundo, incapaz de creer que Alex hubiese tenido la insolencia de dejarlo allí del modo en que lo hizo. Como si ignorase que su compañía lo convertía en uno de los hombres más envidiados de todo su entorno.

Se había permitido el lujo de rechazar lo que tantos, tantísimos, anhelaban. Lo había arrojado de su regazo con la indolencia de quien repele los embates de una mascota.

Damon lo recordaba y su rostro ardía de ira. Tenía dos caminos. Podía salir y encontrar quien le diese lo que Alex le había negado. Se le antojó una buena idea. No le tomaría mucho y era exactamente lo que el bastardo se merecía.

Pero también podía...podía ir donde Alex, con una buena excusa. Ir y verificar si quizá...quizá estaba dejándolo fuera de sus planes. Si en verdad había envuelto a ese muchacho iluso. Tal vez ya lo tuviese comiendo de su mano. Tal vez ya hubiese sacado innumerables ventajas que prefería callar. Y por eso partió de ese modo. Para continuar la farsa frente al chico y a espaldas de él. Y eso...eso no iba a permitirlo. A fin de cuentas, la idea había sido suya.

Echó un vistazo a la mesa. Alex había salido a toda prisa, olvidando llaves y documentos. Pensó que había hallado la excusa perfecta. Se presentaría en la residencia Coxon como lo que en teoría era: su primo. El motivo de su visita no podría ser más útil. Debía alcanzarle las llaves en caso de que Alex regresara y él no estuviese en casa. El documento le ayudaría a demostrar que ambos se conocían, garantizando su ingreso.

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