Capítulo 3

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Bob lo condujo hasta la habitación de su hijo. Se detuvieron frente a la puerta. Alex aguzó el oído notando que reinaba un silencio sepulcral.

-Lleva cuatro días atrincherado en su cuarto- le informó con la angustia de un padre que hace tiempo ha sucumbido al régimen de terror impuesto por los pequeños berrinches de un hijo al que temía perder.

-"Atrincherado"...- repitió Alex dirigiendo una significativa mirada a su interlocutor.

Hubiese deseado decirle que de seguir tratándolo como a un niño, poco podía esperarse del proyecto que lo había llevado hasta allí. Pero era demasiado pronto para dar indicaciones y sólo se limitó a escuchar.

-Sabe que vendrás...- murmuró el mayor con semblante alarmado- De seguro te espera. Pasa con cuidado, no le gusta que nadie entre aquí...podría arrojarte algo.

Alex rió silenciosa pero ostensivamente. Bob no estaba en sus cabales si pensaba que entraría agazapado, temeroso de la reacción de quien probablemente fuera sólo un mocoso consentido ante cuyos caprichos cedían todos.

-¿Me dejaría solo con él?- preguntó.

-Sí, claro- dijo retirándose.

Alex tomó el picaporte con determinación.

-¡Con permiso!- gritó entreabriendo la puerta.

Su imponente figura se hizo presente en la habitación. Pero su paciente no pareció notarlo.

Alex lo vio de lleno. Estaba sentado en medio de la cama, los brazos rodeando sus rodillas flexionadas y el rostro oculto sobre ellas. Sólo podía divisar sus manos blancas y su abundante cabellera castaña.

-Hola, Graham- saludó.

Pero no obtuvo respuesta.

"De modo que este niño cabreado aterroriza a medio hospital", reflexionó para sus adentros.

-Hola, Graham- repitió en tono más alto- soy Alex.

-Nadie te lo preguntó- respondió una voz suave.

-Así que puedes oírme...- dijo en obvia alusión a la descortesía que suponía hacer caso omiso al saludo repetido en dos ocasiones- y también hablas.

Alex se acercó un poco más cerrando la puerta tras de sí. El paciente podía oír sus pasos aproximándose pero eso no fue suficiente para moverlo a levantar la vista.

-¿Sabes por qué estoy aquí, Graham? ¿Sabes a qué he venido?- dijo recorriendo con la mirada aquella habitación atiborrada de libros, dibujos, discos y juguetes.

-A nada. Sólo dejaré que me toque la señora Phillis.

-Me temo que la señora Phillis disfruta de su retiro en Bath. Y lo sabes tan bien como yo.

-Pero la quiero a ella- insistió con voz de niño enfurruñado.

-Y ella te quiere a ti. Mucho- dijo Alex que jamás se había cruzado con la añorada enfermera- Lamenta que la hayan obligado a jubilarse. Le hubiese gustado continuar a tu lado. Me habló muy bien de ti y en cuanto supo que tomaría su lugar me pidió que te cuidase mucho.

Graham abrazó sus rodillas con más fuerza. Era el primer movimiento que hacía desde que Alex había puesto un pie en la habitación.

-¿En...en serio te dijo...eso?- preguntó tímidamente.

-Sí- afirmó- incluso me dio esto para ti- dijo y dejó un pequeño paquete al costado de Graham.

Alex siempre había sido bueno mintiendo. Sabía engañar cuando era preciso, como ahora. Y lo hacía con descaro y premeditación. La suficiente como para haber comprado él mismo la taza adornada con el nombre de su paciente que ahora ofrecía como obsequio de su antigua enfermera.

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