Capítulo 39

235 25 27
                                    

Esa misma mañana, el Dr. Wainwright se presentó en la residencia de los Coxon.

-Buenos días, señora- dijo saludando casi reverencialmente a Pauline.

La mujer respondió algo sorprendida sin lograr explicarse qué podría estar haciendo allí el médico que desde hacía tantos años supervisaba el tratamiento de Graham.

-Qué gusto verlo por aquí, doctor. ¿A qué debemos su visita?

-Graham se comunicó conmigo en la mañana. Dijo que necesitaba verme y vine.

Pauline comenzaba a debatirse entre el asombro y la preocupación.

-No se alarme- dijo el médico- él mismo me ha dicho que no se trata de una urgencia. Si me permite, iré a ver qué es lo que necesita.

Subió las escaleras rumbo a la habitación que ya conocía.

-¡Graham!- exclamó alarmado al verlo- ¿Qué ocurre? Me dijiste que no era una urgencia...

-Y no lo es.

-Sólo mírate...déjame ayudarte- dijo apropiándose de las sábanas.

Pero Graham repelió el embate y permaneció cubierto.

-Es sólo resaca. Ayer he bebido un poco...Pero aún así...aún así necesito su ayuda, doctor.

El visitante se sentó al borde de la cama y concentró en él toda su atención. Su semblante se perturbaba a medida que Graham se explayaba.

-No puedes hacer eso...- balbuceó perdiendo por un momento su temple de médico.

-Sí, puedo. Me he informado al respecto. Ni usted ni nadie puede impedirlo. Por eso le ruego que me ayude.

-Graham, no comprendo. Tómate unos días para reconsiderarlo, por favor.

-Le suplico que no prolongue la espera. Está decidido. Si he recurrido a usted es porque tiene toda mi confianza. Pero si siente reparos...pues puedo acudir a otro médico. A fin de cuentas es sólo una formalidad.

-No, Graham- dijo con amargura- no puedo negarte lo que me pides. Es tu derecho y mi obligación. No puedo imponerte nada que no quieras.

Abrió su maletín y tomó los formularios que siempre debía llevar consigo al entrevistar a un paciente en tratamiento.

Graham leyó o fingió hacerlo. La turbulencia de las últimas horas nublaba su comprensión.

-Firma aquí- dijo el médico tendiéndole un bolígrafo.

Su paciente obedeció.

-¿Sabes que puedes revocarlo cuando tú quieras?

-Sí.

-¿Comprendes exactamente lo que has firmado y a qué te expones?

-Sí, acabo de renunciar a recibir tratamiento para mi enfermedad.


El Dr. Wainwright abandonó el cuarto, desencajado. Bajó las escaleras y oyó a Pauline caminar nerviosamente por la sala, intuyendo que nada bueno ocurría.

-¿Puedo preguntar qué necesitaba mi hijo?- dijo estrujándose los dedos.

El médico alzó la vista haciendo un esfuerzo. Llevaba años tratando a Graham y su decisión no sólo afectaba sus propósitos como profesional sino que lo entristecía de modo personal.

-Su hijo me ha citado para dejarme saber que abandonará su tratamiento dentro y fuera del hospital.

Pauline se dejó caer en el sofá. Sentándose junto a ella, el Dr. Wainwright continuó.

-Le aseguro que aún después de más de veinte años en la profesión, resoluciones como esta todavía me duelen. En especial si provienen de un paciente al que aprecio. Es frustrante que una persona joven que ha evolucionado bien decida bajar los brazos.

-Pero...¿por qué?- preguntó la mujer confundida- ¿Le ha dicho por qué?

-No ha sido demasiado específico. Aludió varias veces a estar muy cansado de su enfermedad, el tratamiento, los cuidados.

-¡Pero si jamás ha estado mejor!- exclamó Pauline sin poder comprender la decisión de su hijo.

-También yo pienso lo mismo. El programa de cuidado en el hogar, que también ha abandonado, le hizo mucho bien.

-Doctor...tiene que hacer algo- imploró- esto es casi un suicidio...

-No hay nada que pueda hacer. Graham es un paciente mayor de edad y lúcido. Ni yo ni nadie podemos obligarlo a recibir un tratamiento que no desea.

-¡Pero es absurdo! ¡Absurdo!- repetía Pauline al borde las lágrimas.

-Sólo él puede revocarlo- informó el médico- quizá logren persuadirlo. Yo no pude.

Pauline corrió al cuarto de su hijo. De nada sirvieron sus ruegos, ni sus lágrimas, ni su enojo. Graham no parecía dispuesto a dar marcha atrás. Interrogado por su madre, esgrimió las mismas razones difusas que había esbozado ante su médico. Estaba harto de su padecimiento y más aún del tratamiento que éste le imponía. Había llegado el momento de tomar un descanso.

-¿¡No lo comprendes!? ¡Puedes morir si no te tratas!- gritó enardecida.

-Confiemos en que todo estará bien...como lo ha estado por años para tantísimos hemofílicos sin diagnóstico que ni siquiera llegaban a recibir tratamiento.

-Te recuerdo que entonces vivían apenas 20 años.

-Pues entonces con seguridad llegaré a los 40, mamá. Intenta no preocuparte. Prefiero correr un pequeño riesgo antes que continuar con un tratamiento que consume cada minuto de mi vida.

-Graham...jamás has estado tan bien como ahora. En este año no has pisado el hospital y las prácticas que Alex te realiza aquí son mínimamente invasivas. ¿Por qué cambiar lo que está bien?

Graham tragó saliva al escuchar el nombre de Alex. Su recuerdo hizo que sintiera deseos de correr hasta su madre y llorar en su regazo. Pero no podía hacerlo.

-Porque estoy cansado. Porque ya no deseo pasar mis días atado a un cuidador. Y porque como dices, estoy mucho mejor. Sé que podré pasar un tiempo sin todas esas molestas prácticas.

-¿Y después qué? ¿Revocarás lo que firmaste?

-Tal vez- dijo, aunque nada estaba más lejos de sus planes.

-Graham...sabes que tu hemofilia no es leve ni moderada. Es severa y siempre lo ha sido. Los riesgos que afrontas sin tratamiento...- y sin poder contenerse, Pauline comenzó a sollozar.

-Estaré bien, mamá. No tengas miedo.

Su madre alzó la vista y apeló a su último recurso.

-¿Ni siquiera te importa perder a un enfermero como Alex? ¿Crees que al retomar tu tratamiento encontrarás a alguien como él?

-Con seguridad no. No habrá nadie como él- dijo sin que su madre pudiese atisbar el verdadero sentido de su respuesta.


El PacienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora