Capítulo 35

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Alex pasó su cumpleaños rodeado de borrachos en un mugriento bar no muy lejos de su vecindario. Estaba algo achispado aunque no lo suficiente para olvidar en qué se había transformado su vida. Le resultaba curioso que el alcohol lo ayudase a ponderar con mayor claridad su presente e incluso vislumbrar su posible futuro.

Tenía a alguien que lo amaba. Y lo hacía con un amor que muchos anhelan sin suerte durante toda su vida. Pero él lo tenía, sin buscarlo ni merecerlo. Retribuía su cariño sincero haciéndolo objeto de un engaño tan grotesco como humillante. Eso era lo que hacía con alguien a quien amaba...quizá por eso prefirió no pensar que haría con alguien que no quisiera. Aquel fraude había llegado tan lejos que sin importar lo que resolviera, Graham saldría herido. Sabría la verdad, en el peor de los casos. O quizá aún pudiera evitarlo. Si tan sólo fuese capaz de recoger la poca decencia que le quedaba y abandonara en silencio su vida. Sin duda eso lo lastimaría pero la herida no sería comparable a la que le produciría conocer su engaño. Pensó que eso era lo que debía hacer si fuera un hombre de bien. Pero no lo era. Sólo era un egoísta que no consentía en renunciar a Graham aún sabiendo las posibles y muy probables consecuencias.

Luego, pensó en Damon. No sabía si alguna vez lo había querido aunque no dudaba que lo había deseado con locura. ¿Quién podría culparlo? Casi todos los hacían. Pero ahora...ahora eran casi dos extraños enfrentados y persiguiendo, por distintas razones, el mismo botín de guerra.

Miró su alrededor y una sonrisa irónica se dibujó en sus labios. Dos personas pugnaban por estar a su lado en ese instante y sin embargo él no tenía otro remedio que rodearse de extraños. Pensó que era justo, que no merecía más que aquella soledad tan desconocida como desoladora.


Caía la tarde y Graham estaba listo. Sabía que Alex regresaría al atardecer por lo que no dudó en consultar los horarios del último tren que cubría la distancia de Bournemouth a Londres. Calculo el tiempo que le tomaría llegar hasta su vecindario en Brixton y rápidamente tuvo una noción bastante clara de la posible hora de su regreso. Sorprenderlo en su apartamento sería un detalle muy bonito. O eso imaginaba.

No tenía su dirección exacta pero eso no suponía problema alguno. Una oportuna llamada al Dr. Leigh, su padrino y director del hospital en que Alex trabajaba fue suficiente para proporcionarle la información que necesitaba.

-¡Graham, mi niño!- así se obstinaba en llamarlo aún cuando hacía ya mucho había franqueado la barrera del metro ochenta- ¡Qué alegría escucharte! Sé por tu padre que has estado muy bien. Parece que el programa de cuidados en el hogar te ha sentado...

-¡Oh, sí! De verdad...ha sido algo muy bueno...- respondió un tanto incómodo al verse obligado a disimular de aquel modo ante su padrino.

-Recuerdo que te resistías a formar parte del proyecto...me alegra tanto saber que te ha hecho bien- dijo y su memoria se retrotrajo hasta su encuentro con Bob- Pero anda, dime a qué debo tu llamado, hijo.

-Bueno...se trata de algo...de algo relativo al programa...

-¿Algo anda mal? ¿Hay algo que quieras reportarme? Podemos hablar personalmente si lo deseas...

-¡Oh, no, no! No es eso. Todo marcha...estupendamente. De hecho, hoy es el cumpleaños del enfermero designado a mi cuidado y yo...- pensó escrupulosamente lo que iba decir- yo deseaba hacerle llegar un presente hasta su casa. Pero no tengo su dirección, sólo sé que vive en Brixton. Me preguntaba si podrías hacer una excepción y facilitarme ese dato.

El Dr. Leigh casi deja caer el teléfono al escucharlo. Su ahijado parecía haber hecho buenas migas con otra persona. Emparejarlo con alguien de su edad había sido un acierto de su parte. Con su pecho henchido de satisfacción, respondió.

-Parece que le has tomado aprecio...

-Sí, mucho...- dijo tímidamente.

-Pues supongo que eso amerita una pequeña excepción a las reglas, ¿verdad? Dame un momento, le pediré a mi secretaria que consulte su legajo.

Y así, casi sin esfuerzo, se hizo de todo lo necesario para encaminarse rumbo al apartamento de Alex. Tal vez Damon estuviera allí. Había pensado en llamarlo, incluso antes que al Dr. Leigh pero...¿por qué no darle una sorpresa a él también? Tomó el obsequio y la nota que había preparado y salió.

El taxi lo dejó en una callejuela mal iluminada. Caminó algo temeroso recordando las palabras de su padrino respecto a Brixton. "Ve con cuidado. No es el barrio más seguro". Tampoco parecía el más bonito ni el más pudiente. Edificios viejos se alternaban con locales vacíos y otros que pese a estar ocupados no lucían muy diferentes. Una nutrida población de inmigrantes se desplazaba con prisa por llegar a casa después del trabajo. Graham no frecuentaba a menudo zonas como esa y a juzgar por la curiosidad de su mirada, cualquiera hubiese pensado que se trataba de un turista desorientado. Absorto, merodeaba observándolo todo, preguntándose por qué Alex sentía tanto apego por aquel vecindario. En especial cuando hacía ya rato podría haberse trasladado al apartamento de Notting Hill. Ni siquiera hubiese puesto reparos en que Damon también se mudase. Alex y él sólo lo usaban algunas horas en las que Damon trabajaba. No había razón para desaprovechar la ocasión de residir en un sitio más conveniente y agradable.

Entonces recordó que Alex no sólo había rechazado la posibilidad de una mudanza. También había rechazado el auto. Ese auto que no le obsequiaba él sino la familia, como prenda de su agradecimiento. Y de haber estado entonces menos apremiado, tampoco hubiese aceptado aquel dinero que le ayudó a pagar la renta y que se había empeñado en devolver. Reparó en que sin ser altanero, también había renunciado a sus obsequios. Entonces no pudo más que sonreír. El hombre que amaba tenía orgullo. El suficiente como para no permitirse sacar partido de su posición. Le pareció un gesto dulce aunque la idea de que una sutil barrera de clase los separaba lo acongojase un poco. Damon se lo había advertido: "tú eres parte de una de las familias más acomodadas del país y Alex...pues él es sólo tu enfermero". Odiaba la idea de que se sintiera en desventaja por algo tan efímero como el dinero. Él sólo deseaba ofrecerle lo mejor, no por necesidad sino por amor. Pero entonces recordó que Alex era orgulloso y su cariño, desinteresado.

Sumido en aquellos pensamientos apenas notó que se encontraba en la entrada del edificio que buscaba. Pasó de largo y tuvo que retroceder. Pronto estuvo frente a la puerta principal que averiada, no terminaba de cerrar. Aquel mantenimiento defectuoso le permitió entrar sin necesidad de anunciarse. Subió al ascensor hasta el sexto piso y tocó a la puerta del apartamento. Nadie respondió.

-¡Damon! ¡Damon!- llamó pensando que quizá fuera algo temprano para la llegada de Alex.

Apoyó el oído contra la puerta y notó que del otro lado reinaba el más absoluto silencio. "No hay nadie", se dijo. "Damon habrá salido o tal vez se ha retrasado en el trabajo".

Caminó los pocos pasos que lo separaban de las escaleras y se sentó a esperar en uno de los peldaños. El macizo barandal de cemento lo mantendría oculto de aquellos que circularan por los pasillos. Sonrió complacido sabiendo que Alex no notaría su presencia al llegar. Aún había lugar para la sorpresa.

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