Capítulo 31

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Regresaron a Londres. Alex dejó a Graham en su casa y partió rumbo a su apartamento. No había anunciado su llegada pero sabía que Damon estaría allí, esperándolo. Ofuscado, seguramente. Listo para escupir una andanada de merecidos reproches. No había vuelto a hablar con él desde su última conversación en Bournemouth. Y las palabras que cambiaron entonces no fueron las más auspiciosas.

Su situación no era diversa de lo que suele ocurrir a muchas personas. Amaba a alguien más. Sin buscarlo, sin siquiera creerlo posible, se había enamorado de su paciente. Y la lógica de esos casos era muy sencilla. No restaba más que terminar su relación con Damon e iniciar una nueva etapa. Pero no sería tan fácil. Todo había comenzado como un engaño, una mentira que lejos de desvanecerse todavía seguía en pie y crecía. Para Graham, él era su primer amor y Damon, su único amigo.

Todavía recordaba aquella noche de tormenta, aquella noche en que fue incapaz de dejar a Graham sólo con sus terrores. En ese preciso instante, mientras su voz le hacía compañía a través del teléfono, había pronunciado la mentira que ahora torcía su destino: vivía junto a su primo. El mismo que no mucho después se presentó en la residencia de la familia Coxon y sin mucho esfuerzo, ganó la confianza de Graham y los suyos.

Pensó en su paciente, era el único que todo lo ignoraba. El único que saldría realmente herido si Damon llegaba a sentirse despechado. No podía permitir que supiera la verdad. No merecía la decepción de saber que su amor y su amigo eran amantes. Y que siempre lo fueron, desde el principio. Que todo cuando dijeron acerca de ellos mismos era falso, un malintencionado intento por embaucarlo y sacar provecho de su posición. No podía permitir que creyera que hasta su mismísima familia había participado del engaño tratando a Damon como a un sobrino. Dejar que todo aquello trascendiese equivaldría a destruir a Graham y la única forma de evitarlo era mantener a Damon en calma.

Subió los seis pisos que lo alejaban de lo que podría ser una feroz reyerta o un fogoso recibimiento. La volcánica naturaleza de Damon hacía que todo fuese posible y nada previsible.

Del otro lado de la puerta, su amante aguardaba. Nervioso, con la voz de Graham aún resonando en sus oídos. Esa voz melindrosa, casi intolerable, relatando una y otra vez las ternuras que Alex le dedicaba. Esos gestos amorosos que por alguna razón jamás había tenido con él. Por primera vez en su vida, los afilados dientes de la duda roían todas sus certezas y socavaban la seguridad de su triunfo.

Oyó la llave girando en la cerradura y sobresaltado, se puso de pie. Vio entrar a Alex y le pareció que otro hombre había tomado su lugar. Lucía igual que antes de marcharse pero aún así, algo en él era diferente. Damon no podía precisarlo. Quizá fuese el mero hecho de que, a diferencia de cada reencuentro, esta vez no avanzó sobre él dispuesto a follar hasta recuperar el tiempo perdido. Quizá fuese su mirada huidiza que ya no parecía buscarlo. Quizá fuesen sus movimientos displicentes que no demostraban ansiedad por tenerle cerca. Mil ideas surcaron los pensamientos de Damon que prefirió decirse a sí mismo que quizá...quizá sólo fuesen sus fantasmas y esos temores desconocidos los que le impedían reconocer a su amante en aquel hombre que sin mirarlo atravesaba la sala.

-¡Alex!- exclamó sin atisbo de reproche.

-Damon...no te vi- mintió a la espera de que sea él quien imprimiese el tono de la conversación.

En ese momento y con toda su alma, Damon hubiese deseado crear un momento de paz e intimidad entre los dos. Pero su naturaleza colérica volvió a traicionarlo.

-¿Tan ocupado te mantuvo el muchacho? Ni siquiera has tenido tiempo de llamar o responder mis llamadas.

-Sí, he tenido tiempo. Sólo que he preferido no hacerlo- dijo y tras su tono sereno palpitaba un dejo desafiante.

-¿Por qué?- preguntó traspasándolo con su mirada azul.

-Supongo que después de nuestro último encuentro lo más atinado era hablar personalmente y no por teléfono.

-Te escucho, entonces- dijo con sequedad.

-Pues en caso que no estés enterado, cosa que dudo, debo decirte que ya puedes celebrar. Me acosté con él.

Damon tragó saliva. Saberlo era una cosa. Oírlo de boca del propio Alex era otra.

En ese instante hubiese deseado que Alex fuese Alex. El que él conocía. El amante avezado que con cinismo, bromearía acerca de la inexperiencia de su nuevo compañero. El mismo que sin dudas hubiese reído a carcajadas con sólo recordar los gestos pueriles con que había calmado a Graham. El que hastiado tras una semana de compartir el lecho con un enfermo frágil y aburrido hubiese saciado con él y en él todas sus ansiedades y deseos mal satisfechos. Pero no lo hizo. Sólo permaneció de pie e impávido frente a él.

-¿Quedó satisfecho?- preguntó Damon recuperando su temple y sabiendo de antemano la respuesta.

-Eso deberías preguntárselo a él.

-Tienes razón, lo haré. Para eso somos amigos- le recordó- ¿Y que hay de ti?

-¿De qué hablas?

-¿Te gustó? ¿Te dejó satisfecho?

-Pudo ser peor...- respondió olvidando que Damon era casi inmune al poder de su engaño.

-Te ves cansado. Parece que te lo hubieras tirado muchas veces...o con muchas ganas.

-¡Damon!...- dijo con un fingido tono de fastidio- Sabes lo enfermo que está. Follar con él es algo...delicado.

-Pero parece que se han arreglado muy bien.

-¿No es lo que querías?

-Pensé que estaba muy enfermo...tanto que ni siquiera podrías tirártelo- dijo revelando parte de las ideas que carcomían su cerebro- Yo nunca, nunca imaginé...- continuó, cada vez más nervioso, con la respiración agitada y los celos oprimiendo su pecho.

La sequedad que invadía su garganta lo obligó a callar.

-¿Qué es lo que nunca imaginaste, Damon?- preguntó Alex intuyendo que la respuesta le mostraría la real dimensión de los problemas que afrontaba.

Acorralado, su compañero respondió casi a voz en grito.

-¡Nunca imaginé que deberías llegar tan lejos! Supuse que en su estado sería casi un juego de estudiantes.

Alex comprendió que se adentraban en un terreno peligroso. Damon había calculado mal. Él mismo había calculado mal. Uno jamás imaginó que conocería los celos. El otro, no creyó que conocería el amor.

-¿Ha sido igual que conmigo, Alex?- preguntó dejando que sus manos recorrieran el pecho de su compañero.

-Claro que no, Damon- respondió y no mentía. Sólo callaba. No creyó prudente revelar que había sido diferente y mejor.

-¿Entonces por qué no me tocas?

Oír su pregunta hizo que Alex cayera en la cuenta de que por alguna razón estaba actuando de modo diferente y su amante lo notaba.

-Es sólo que...estoy cansado- replicó mientras comenzaba a abrazarlo- un viaje de dos horas con Graham no es la experiencia más estimulante.

Damon sonrió, casi complacido con lo acababa de oír.

-Bésame- dijo demandante.

Alex no se hizo esperar. Rozó su mejilla contra la de Damon y posó besos suaves siguiendo la línea de su mandíbula. Sin prisa, llegó a sus labios afanándose en un delicado esfuerzo por entreabrirlos.

Inerte entre sus brazos, Damon dejaba hacer a la espera de aquel ardor que los consumía en cada encuentro. Aguardó unos instantes más, con la esperanza de reencontrar sus caricias recias, su tacto rudo y viril, la brusquedad que acompañaba su pasión. Pero todo había desaparecido, sus maneras ya no eran las mismas. Una dulzura impropia de él y desconocida para Damon salpicaba cada uno de sus gestos. Entonces comprendió que estaba frente a otro hombre o quizá...quizá Alex estaba con alguien más.

Con un movimiento agresivo se deshizo de su abrazo, alejándose.

-¡No vuelvas a hacer conmigo lo que haces con él!- espetó enfurecido.


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