Capítulo 43

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Graham mantuvo su negativa a someterse al tratamiento de rutina. Sus niveles de factor de coagulación descendieron hasta cantidades ínfimas y sin reposición externa, no quedaban más herramientas que los viejos paliativos usados en pacientes como él. Pero no era suficiente y su cuerpo languidecía mientras los riesgos de hemorragias internas y espontáneas aumentaban.

Las mucosas dieron los primeros signos de alarma. A los sangrados de la boca le siguieron imparables hemorragias nasales. Dave y Alex se afanaban en restañar la sangre suplicando que entrase en razones. Pero ni siquiera el dolor intolerable provocado por las hemorragias intra articulares fue suficiente para disuadirlo.

Cuando los analgésicos se mostraron ineficientes, sus médicos decidieron sedarlo.

Abatido, el Dr. Wainwright dejó la habitación.

-Hemos hecho todo para intentar que revierta su decisión. Pero no quiso hacerlo.

-¿Qué pasará ahora?- preguntó Bob con un hilo de voz.

-Continuaremos la terapia de sostén, como hasta ahora. Pero tiene demasiadas articulaciones comprometidas y necesitará sedación. Eso significa que estará inconsciente y en lo inmediato no habrá chance de que podamos obtener su consentimiento para reiniciar el tratamiento anterior. En cuanto a la sedación, es en sí misma un riesgo. Habrá que controlar la posible depresión respiratoria.

-¿Y entonces?- dijo Pauline.

-Entonces habrá que esperar. Tenemos todo para salvarlo de esta situación clínica que él mismo ha precipitado. Pero no podemos hacer nada si no lo permite.

El médico dejó a la familia. Alex observaba desde lejos. No necesitaba escuchar al Dr. Wainwright para comprender la verdadera magnitud del peligro que afrontaban. Notó que Bob parecía buscarlo con la mirada y se ocultó. No podía tolerar ser testigo del dolor de aquella familia. No cuando él mismo se sentía el causante.

En los días que siguieron el paciente no recuperó la consciencia. Empeoraba. Imágenes y exámenes de laboratorio mostraban que la reposición de sangre y plasma se había vuelto insuficiente.

Esa tarde, Alex estaba a su lado cuando notó sangre brotando de su boca. Era demasiada como para provenir de las mucosas. Graham tosió intentando expulsarla y su respiración se volvió ruidosa. Con la certeza de estar frente a una hemorragia digestiva, Alex presionó las alarmas.

El equipo médico se hizo presente en sólo segundos. Deseaban llevarlo hasta el tomógrafo pero la hemorragia se volvía tan violenta que el traslado constituía un riesgo mayor.

Alex seguía allí, petrificado. Era parte del personal y nadie le pidió que abandonase la habitación. Vio como se disponían a aspirar la sangre para evitar que se ahogara con ella. Conocía a la perfección el ruido producido por la succión mecánica pero en esta ocasión no pudo mirar. Con lágrimas en los ojos volvió la espalda y se aproximó hacia la ventana.

Escuchaba. Percibía la prisa de médicos y colegas a los que conocía bien. Sin verlos, sabía que estaban inmersos en esa clase de tensión que sólo provocan los pacientes en riesgo.

-Está hipotenso- oyó decir al Dr. Sullivan, el mejor experto en emergencias del hospital.

Oía las maniobras, voces que subían el tono nerviosamente, aquel chasquido de la lengua con que el Dr. Sullivan solía descargar su frustración.

-¡Lo perdemos!- gritó el médico y Alex pudo sentir con claridad el ruido de las paletas del desfibrilador portátil.

Alex tapó sus oídos para no escuchar lo que vendría.

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