Capítulo 24

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Llegaron al balneario y descendieron descalzos por la arena hasta la playa. No muy lejos podían verse las coloridas instalaciones del festival. Pero Graham no miró a los costados. Sólo corrió hacia delante, en dirección al mar.

-¡Alex!- gritó entusiasmado, como si la costa también fuese un descubrimiento para su enfermero, nacido y criado en aquella ciudad.

Se frotó los ojos como si su vista no alcanzara para cubrir tamaña vastedad. Alex se acercó a él, notando que se había detenido justo en la orilla, casi temiendo tocar el agua, contemplando cabizbajo el vaivén de las olas bajos sus pies.

-¿A ti te marea el mar, Alex?- preguntó de repente.

-No, pequeño- dijo riendo y tomándolo de la barbilla hasta que alzó su rostro- y tampoco a ti debería marearte. Sólo procura no fijar la vista en las olas.

Obedeció y sus ojos se posaron sobre la inmensidad que se extendía frente a él.

-Es bellísimo...- murmuró- es tan grande como lo...- pero por alguna razón se detuvo antes de terminar la frase- gracias por traerme, Alex.

Su enfermero permaneció tras él, observando en la arena la sombra de su delicada silueta.

-Dicen que el agua es salada...- reflexionó.

-Y no te han mentido- respondió Alex con una sonrisa indulgente.

Graham avanzó a pasos pequeños y se inclinó hasta sumergir los dedos en las olas. De inmediato, se los llevó a la boca para por fin descubrir el verdadero sabor del agua del mar.

-¡Puaj!- dijo con una mueca de desagrado, apretando los ojos.

-¿Demasiada sal?- preguntó Alex soltando una carcajada ante su cómica expresión de niño al que dan a probar limón por primera vez.

-¡Sí!- dijo frotándose la boca con la manga de su sweater.

Restregaba con fuerza, en un vano intento de alejar aquel regusto desconocido y tenaz. Pero fue inútil y sus labios se fruncieron en un mohín que deshacía a su enfermero.

-No puedo quitármelo...- dijo con gesto desvalido. Ese gesto de fragilidad en el que paradójicamente residía toda su fuerza y con el que conseguía cuanto deseaba.

Siguió mordiendo su labio, tratando de sorber de una vez y para siempre aquel rastro salino que se había instalado en su boca.

"Parece que mi pequeño sabe cómo presumir sus morros", pensó Alex extrañamente perturbado ante la visión de sus labios húmedos y enrojecidos a fuerza de aquellos mordiscos autoinfligidos. Probablemente no fuera una incitación. Graham no conocía el arte de provocar, no conscientemente al menos. Pero su enfermero no pudo evitar sentirse excitado contemplando la forma en que mordisqueaba su boca.

-Déjame ayudarte...- respondió Alex y se aproximó a él. Su serena apostura no dejaba entrever el súbito impulso que bramaba en su interior.

Quedaron frente a frente. Se vieron a los ojos un momento y las miradas de los dos parecieron anticipar lo que vendría. Graham pudo sentir las manos de su enfermero tomándolo delicadamente por la nuca y la cintura.

-Te quitaré ese feo gusto- anticipó.

Y suavemente pero con determinación posó sus labios sobre los de Graham. Sin deseos ni fuerzas para resistirse, su paciente se abandonó a su abrazo.

Alex succionó sus labios tanto como quiso, hasta que el agresivo sabor marino se desvaneció para dejar lugar al fresco aroma de su aliento. Con delicada pericia, logró hacerse un sitio en la boca entreabierta de Graham y se entregó a la tarea de remover todo rastro de sal sin siquiera contemplar la posibilidad de apresurarse.

Esta vez, su paciente no se desvaneció. Lo estrechó entre sus brazos, hundiéndole los dedos en la espalda con esa fuerza que Alex ya conocía pero que cualquiera creería imposible tras la aparente debilidad que suponía su condición de enfermo incurable.

Alex sintió sus labios aterciopelados abriéndose a él. Su aliento tibio ofreciendo una exquisita bienvenida para su entrada triunfal. Se besaron largo rato con el mar inmenso como único testigo.

Se alejaron lentamente, sin decir palabra. Graham abrió por fin los ojos y lo observó absorto. Entonces Alex comprendió que algunos besos también se dan con la mirada.

-He intentado recordar lo que tú me enseñaste...aquella vez- musitó.

-Te dije que no iba a permitir que la ocasión te tomara por sorpresa- respondió sonriendo.

Graham sonrió y apartó los ojos de él hundiendo su mirada en la arena.

-¿Quieres ir al festival o prefieres que caminemos?- susurró Alex.

Su paciente negó con la cabeza antes de que pudiese terminar la pregunta y caminaron abrazados por la playa. Como si lo hubiesen hecho siempre...o como si lo hubiesen deseado por mucho tiempo.

Ninguno reparó en el camino mientras sus besos acompasaban el vaivén de las olas y los últimos rayos de sol iluminaban el rubor que coloreaba rostro de Graham.

Se detuvieron a contemplar el ocaso, sentados a la vera de las dunas. La brisa se volvía más fresca y Alex tomó la manta que había llevado consigo. Lo envolvió con ella y lo atrajo suavemente hacia sí hasta que su espalda reposó sobre su pecho.

Liberado del influjo de su penetrante mirada azabache, Graham se atrevió a hablar. Sin despegar la vista del horizonte, murmuró.

-¿Recuerdas aquella tarde...aquella tarde en Hyde Park...cuando te hablé de una persona...una persona que trajo de nuevo a mi vida mucho de lo que creía sepultado?

-Sí, lo recuerdo.

-Hablaba de ti, Alex.

Su enfermero estrechó su espalda contra su pecho con más fuerza.

-Al principio...- continuaba, libre de la presión de verlo a la cara- al principio pensé que no me depararía nada bueno. Pero luego...luego me sentí afortunado, como si la vida por fin me premiase por algo. Y no se trata de esto, Alex. No es por hoy- dijo con énfasis- yo no espero nada...me siento feliz con sólo tenerte cerca, con todo lo que tu presencia ha traído hasta mí. Tengo tanta suerte de tenerte a ti...a Damon. Es tan buen amigo. Y te quiere tanto. Desearía tener un primo como él. Sin ustedes, ya nada sería igual.

Alex guardó silencio. La sola mención de Damon fue suficiente para recordarle que alguna vez intentó convencerse de que su plan era atinado. Lo suficiente como para que nadie saliese herido. Alguna vez quiso creer que la traición podía disfrazarse de piedad sin atizar el remordimiento. Y esa...esa era una parte de sí mismo que prefería no recordar.

-No hablemos de él ahora- dijo lacónico.

-¿Por qué? Se sentiría tan feliz si pudiese vernos...- respondió apoltronándose sobre el pecho de Alex.

"Me pregunto qué le habrá dicho ese desgraciado", se dijo pensando en Damon y la desinteresada "amistad" que había iniciado con su paciente.

-Porque es nuestro momento- respondió y sintió a Graham recogerse aún más entre sus brazos.

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