Capítulo 4

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-¿Qué haces?- preguntó Graham al verlo revolver el maletín que había traído consigo.

-Preparo la transfusión...- respondió con liviandad- ya no tendrás que ir al hospital para hacértelas.

-¿Y cuándo he dicho que iba a hacérmela?- preguntó desafiante después de aquel raro momento de docilidad.

-Recién- replicó Alex con la convicción que sólo él sabía imprimirle a una mentira.

-¡No!- protesto Graham- Yo no he dicho eso...

-Pues me pareció oírlo...

-Tengo un trastorno de la coagulación, no del pensamiento- refunfuñó- sé lo que digo y también soy capaz de recordarlo.

-Entonces...supongo que tendré que irme. Tendré que regresar al hospital y devolver la unidad de sangre que enviaron para ti. El Dr. Leigh se preocupará...me ha pedido que le reporte personalmente los progresos de tu tratamiento.

La mención a su padrino le hizo dar un respingo. No deseaba mortificarlo. Detestaba la idea de ser una preocupación y una carga para quienes lo rodeaban. Y también detestaba la idea de ver marchar a su flamante enfermero. No podía negárselo. No a sí mismo, al menos. Si algo debía a las largas horas pasadas en soledad, eso era el hondo conocimiento de su propia persona. Ese que con dolorosa nitidez, le permitía comprender que tendría que sufrir a causa de aquel extraño al que alguna vez vería partir.

De hecho, lo vería marchar ese mismo día al acabar su trabajo. Lo vería observando inquietamente su reloj, a la espera de que la transfusión llegara a su fin. Notaría su impaciencia por volver a su vida, a sus asuntos cotidianos que con seguridad serían más interesantes que la estéril compañía de un enfermo triste y malhumorado. Percibiría su urgencia por evitar su presencia, por retornar a las cosas bellas de la vida que a él siempre le habían sido negadas. Notaría sin duda sus ansias por dejarlo atrás como se deja atrás todo aquello que nos recuerda que la existencia puede ser mala e injusta para algunos. No demoraría en ver su asco, disfrazado de condescendencia, cuando fuera preciso tocarlo.

Y como siempre, le dolía. Le dolía saber que no formaría parte de la vida de nadie, que ninguna persona pensaría en él como algo más que una carga cuya existencia se debe tolerar. Por amor, a veces. Y por lástima la mayor parte del tiempo.

-¿Graham?- la voz melodiosa de su enfermero lo apartó de sus pensamientos.

Levantó la vista con sus ojos algo vidriosos. Se sentía estúpido. ¿Por qué la visión de ese muchacho que sólo estaba allí para asistirlo había logrado perturbarlo de tal modo? ¿Acaso porque era atractivo? ¿Porque le gustaba? ¿Porque representaba otra ilusión destinada a no realizarse nunca? ¿Porque a fin de cuentas, le recordaba que no era más que un enfermo semi postrado que ni siquiera podía permitirse los deseos más elementales?

Sus ojos se esforzaban por ocultar las lágrimas que lentamente los inundaban y aún a la distancia su enfermero pudo notarlo.

-¿Qué te ocurre?- preguntó alarmado, acercándose.

-Nada- dijo terminante aunque con voz quebrada.

-Pues no parece...- dijo Alex sentándose frente a él, tomando entre las manos sus mejillas y haciendo que las suaves caricias de sus pulgares dejaran caer las lágrimas que le nublaban la vista- ¿Te asusta la transfusión? ¿Le temes a las agujas?

Graham asintió con la cabeza. No era cierto pero qué caso tendría dejarle saber su pena. Era suficiente percibir la compasión que embargaba la mirada de su enfermero.

De repente y sin aviso, Alex lo estrechó contra sí.

-Tranquilo...no temas- susurró a su oído- te prometo que no sentirás nada- dijo evitando cuidadosamente mencionar la palabra dolor, tal y como hacía con los pacientes infantiles.

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