Capítulo 5

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Nota: Este capítulo incluye contenido adulto (breve y con referencias sexuales). Quienes no se sientan a gusto con este tipo de material podrán suspender su lectura al inicio de la línea de puntos sin por ello perder la continuidad de la trama.

La transfusión terminó. Como solía suceder en esos casos, Graham había sido vencido por el sueño una hora antes. Su mejilla reposaba sobre el hombro de Alex que tras disponer lo necesario para el procedimiento había vuelto a tomar sitio junto a él.

Lo contempló dormir un largo rato. Su rostro pacífico parecía incapaz de delatar el conflictivo historial sobre el que tantas veces había sido advertido. Se le antojó que su reputación era injusta. No le pareció más que un niño atribulado por la enfermedad.

Se levantó cuidadosamente, intentando no despertarlo. Se deshizo del material descartable y retiró la vía del brazo de Graham que no pareció percatarse de la maniobra. Aprontó sus cosas y antes de partir cobijó a su paciente con una manta.

Dejó la habitación dispuesto a marcharse y casi llegando a la puerta oyó la voz de Bob.

-¡Eh, muchacho!- dijo en su habitual tono afable- ¿Ibas a irte así, sin saludar?

-No quise importunarlo. Además todo ha transcurrido con tranquilidad.

-Ya lo noté- dijo satisfecho- parece que has comenzado con el pie derecho.

-Su hijo no se parece a nada de lo que me habían advertido. La fiera de la que rehuyen mis colegas no resultó ser más que un chiquillo en busca de atención.

Una sonrisa melancólica asomó a los labios de Bob.

-No me malentiendas. Graham...él siempre ha sido una persona tierna y dócil. Muy conversador, incluso...

-Eso ya lo he notado- señaló Alex.

-Pero con el tiempo- prosiguió su padre- pareciera que la enfermedad enterró lo mejor de su carácter y sólo dejó a la vista...lo peor.

-Pues créame que hoy he visto mucho de eso que parece estar oculto. Y si me permite una observación, creo que también usted podrá volver a verlo...en la medida en que no se le trate con temor...ni con lástima.

Bob lo miró a los ojos y palmeó su hombro.

-Gracias, Alex. No te imaginas cuánto me alegro de haberte encontrado.

-Sólo hago mi trabajo, señor Coxon.

-Yo diría que haces mucho más...pero vamos, no vas a irte así. Tomemos un café en mi despacho. Te presentaré a mi esposa, está por llegar.

-Lo siento pero debo irme. Me están esperando. Volveré mañana.

-No faltará oportunidad entonces- dijo Bob sonriendo.

-Claro que no- respondió Alex extendiendo su mano para el saludo final.


Dejó la residencia de la familia para volver en su auto a casa. Damon lo esperaba y esa era una perspectiva que siempre le hacía sonreír. Pero ese día...su mente vagaba por otros derroteros. La mirada de su nuevo paciente se había clavado en su memoria. No era una imagen precisamente inquietante. Nada en Graham parecía tener el poder de turbar. Pero su recuerdo era insistente y se infiltraba en sus pensamientos como la gota que a fuerza de constancia acaba por horadar la piedra. Le gustaba su voz serena, su conversación arrulladora, la pueril candidez que no se esforzaba en ocultar. Toda su persona parecía ejercer en Alex un efecto casi relajante. Estar a su lado era como entrar en uno de esos acogedores ambientes cuya atmósfera cálida no se quiere abandonar.

Y sus ojos...sus grandes ojos castaños. Juraría que tras la honda tristeza que abrigaban había visto un destello de...deseo.

"Me estoy convirtiendo en un petulante", pensó para sus adentros ante la idea de que su paciente pudiese sucumbir tan pronto a sus encantos. Pero aún así, las imágenes de Graham y su anhelante mirada continuaban desfilando por su mente persuadiéndolo de que para aquel joven su presencia no había sido indiferente.

Absorto en sus recuerdos llegó a su apartamento en Brixton. Era un edificio de paredes descascaradas y sin grandes comodidades pero con una renta muy conveniente. El ascensor tampoco funcionaba aquel día de modo que subió las escaleras hasta el sexto piso.

-Hola buenorro- dijo abrazando a Damon por detrás, en busca de una boca que jamás oponía resistencia.

La imposible belleza de su compañero lo excitaba casi tanto como su eterna predisposición y su insaciable apetito.

Vivían juntos hacía casi dos años. Alex lo había conocido en un bar del Soho. Todavía recordaba la noche en que lo vio por primera vez. Estaba de espaldas pero aún así podía notar que todos reparaban en aquel joven de cabellera rubia y figura espigada. De repente, alguien gritó su nombre y él se volteó. Alex contempló boquiabierto la prodigiosa hermosura de su rostro y comprendió en el acto por qué todas las miradas seguían sus pasos. Era imposible ignorar su presencia.

El muchacho pasó a su lado y le dedicó un guiño. Alex sonrió intuyendo que la noche le depararía más sorpresas. Y así fue. No demoraron en encontrarse en el baño de aquel bar con poca clase y muchos hombres. Tampoco tardaron en follar salvajemente, encerrados en uno de los cubículos. Sólo sabía que se llamaba Damon. Y que tenía el poder de volverlo loco.

Desde ese día habían estado juntos. Los unía una pasión irrefrenable que los llevó a compartir apartamento en menos de dos semanas. Y hasta la fecha, ninguno tenía de qué arrepentirse.

Fuera del lecho, ni siquiera el propio Alex sabía si eran compatibles. Pero eso casi no importaba. Juntos formaban una pareja impactante. El centro de atención donde sea que fuesen. Y ambos lo disfrutaban por igual.

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-¿Por qué te demoraste?- susurró a su oído, la voz jadeante, las manos hábiles.

-El trabajo...- respondió con voz entrecortada y Damon arrodillado ya frente a él.

-Estoy inquieto- dijo dejando que su lengua vagara por su miembro.

-Siempre lo estás...

La voz de Alex se volvía grave y profunda, su gemido se tornaba más y más audible hasta transformarse en un franco grito que debía su vida a la pericia de Damon. Un golpe resonó en el techo, recordándoles que más de un vecino estaba ya harto de los testimonios de su pasión. Pero los dos estaban demasiado ocupados en el cotidiano ritual de bienvenida. Y se saciaron cuanto quisieron sin preocuparse por el ruido o la vecindad.


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