Capítulo 37

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Graham cayó pesadamente, de lado. Había tenido los reflejos suficientes para cubrirse la cabeza entre las manos pero el golpe en la cadera dolía casi tanto como su pena.

El joven que había vislumbrado el accidente fue el primero en asistirlo. Lo halló consciente, intentando ponerse de pie.

-No deberías moverte- dijo el muchacho- podrías tener alguna fractura. Quédate aquí mientras llamo una ambulancia- propuso con sensatez.

-No, no...- se obstinaba- no es necesario. El dolor no es tan fuerte como para ser una fractura.

El conductor que lo embistió bajó con prisa del auto.

-¿Por qué no me dejas llevarte a un hospital?

-Porque ya estoy bien, de verdad. Gracias...a los dos.

-Por favor- insistió el automovilista- acabo de atropellarte y no estaré en paz si no me aseguro de que estás bien. Y tampoco tú deberías tomarlo a la ligera.

-Pierda cuidado...ha sido un accidente. Y fue mi culpa. Crucé sin mirar- dijo comenzando a alejarse de ellos, rengueando.

-Pero...pero...- quedaron repitiendo los dos hombres sin poder evitar que abandonara la escena.

Conteniendo el dolor y el llanto, llegó hasta una avenida en donde por fin logró abordar un taxi que lo llevó a su casa. Descendió con dificultad y tuvo la inmensa fortuna de entrar sin ser visto. No hubo testigos de su tortuoso ascenso por las escaleras. Casi llegando a su cuarto encontró a la señora Kenton que seguramente habría ultimado con su madre los detalles de la cena. Aprovechó la ocasión para dejarle saber que estaba demasiado cansado y no comería.

A solas por fin, se desplomó en su cama para llorar a gusto la traición de dos personas a las que amaba con todas sus fuerzas. Su único amor y su único amigo estaban juntos. Y de seguro siempre lo estuvieron. Probablemente no fuesen primos y de serlo, poco le importaba. Cayó en la cuenta de que, en caso de no compartir ningún vínculo de sangre, hasta la familia de Alex habría participado del engaño tratando a Damon como un sobrino más. Lloró espástica y ruidosamente, enterrando la cabeza en la almohada.

Los maldijo y se maldijo. Odió su inocencia, su credulidad y casi todo lo bueno que había en su alma. En ese momento, hubiese deseado ser pérfido y cínico como lo habían sido con él. No tenía más que acercarse al teléfono, llamar al Dr. Leigh, reportar la falta que se le antojase y sepultar así la carrera de Alex. Del mismo modo, unas palabras a su padre pondrían fin a las aspiraciones de Damon, dentro y fuera del periódico. Pero no podía hacerlo. Quizá porque era distinto a ellos, razonó...o quizá sólo prefiriese negarse a sí mismo que la única y verdadera razón que le impedía tomar represalias era su amor por Alex. Su amor herido pero vivo. Igual que él.

Ovillado sobre la cama, con el cuerpo adolorido y el riesgo latente de una posible hemorragia interna causada por el impacto, Graham pensó qué hacer frente a aquella verdad que nunca hubiese querido saber.

No podía fingir ignorarlo todo, aunque quisiera. El mero recuerdo de lo visto y oído le arrancaba lágrimas y le oprimía el pecho. Debía alejarse de Alex, de los dos. Y después...después sabría qué hacer. Ahora mismo lo sabía, sólo quedaba ponerlo en práctica.

Sus ojos enrojecidos apuntaron al techo. Pensó en la pareja que en ese preciso instante debía estar celebrando a su manera el cumpleaños de Alex. No pudo evitar decirse que se veían muy bellos juntos. Sin duda, eran una buena dupla. Con seguridad más de una cabeza voltearía a su paso. Como también se voltearían al paso de Alex y él, preguntándose cómo y dónde pudo formarse aquella insólita pareja entre un joven apuesto y resuelto y un enfermo tímido, torpe y contrahecho.

"Cómo he podido imaginar que alguien como él se fijaría en mí", pensó sintiéndose casi culpable de su infortunio. "Creer que podía elegirme...ahora entiendo por qué la soberbia es el peor de los pecados", se atormentaba.

Volvió a pensar en ellos. Lo habían mencionado mientras se amaban furiosamente en el pasillo. Y la invocación a su nombre no hizo más que conducirlo a la más humillante de las conjeturas. Con seguridad se reirían de él. Imaginó a Alex compartiendo entre carcajadas los detalles de su intimidad. Relatando lo aburrido de sus complejos, lo absurdo de sus inhibiciones, el sinfín de recaudos que suponía compartir con él el lecho. Lo insatisfactoria que sin duda debía ser su lujuria inexperta comparada al frenesí que vivía junto a Damon.

Sonrió con tristeza al pensar que todo aquello había sido por dinero. No pudo evitar preguntarse por qué habían tramado un engaño tan cruel cuando él mismo había demostrado su generosidad sin esperar nada a cambio. ¿Acaso no le había ofrecido dinero a Alex con la esperanza de que alguien más disfrutase de las cosas bellas a las que él no podía aspirar? ¿Acaso no había dado muestras de que podían contar con su apoyo material? ¿Acaso él y su familia no se mostraban agradecidos con la infinita dedicación de su enfermero?

"Supongo que no bastaba", se dijo.

De pronto cayó en la cuenta de que había dejado caer su obsequio y la nota que lo acompañaba justo frente a la puerta del apartamento. Alex sabría que estuvo allí. Se preguntó si tendría el coraje o el descaro de aparecer en la mañana. Y supo que no había otro remedio más que esperar.

El dolor en su cadera lo atormentaba. Llevó la mano hasta el sitio del golpe y lo notó caliente. Era un claro indicio de hemorragia y no tardaría mucho en verse impedido de caminar. Supo que le esperaba una noche muy difícil pero no le concedió importancia. Sabía que nada podía doler más que su reciente hallazgo.

Pasaron algunas horas en las que no logró conciliar el sueño. De pronto, entrada la madrugada, sonó el teléfono. El identificador de llamadas le dejó saber que era Alex. Con seguridad habría hallado su obsequio junto a la puerta acompañado por esa ridícula tarjeta confeccionada a mano.

En ese momento, sintió el súbito impulso de atender. Escuchar su voz dando explicaciones inverosímiles...y rendirse ante ellas. Fingir que lo visto no fue más que un mal sueño. Pensar que podía seguir creyendo en su amor sincero. Cerrar los ojos sólo un momento y evitarse la pérdida de aquellos dos seres que le habían dado un mundo a cambio de dinero. Un mundo frágil y ficticio que alguna vez creyó cierto. Que le gustaba. Y cuya pérdida lloraba ahora mismo.

Todavía estaba a tiempo. No podría olvidar pero sí fingir. Ocultar lo sucedido, comprender y aceptar con resignación que todo tiene un precio. Y el precio de aquel mundo de ensueño era su silencio. Podía callar...callar y retener a su lado a esos que extrañamente, tenían aún sitio en su corazón. Pensó que podría desentenderse de todo, fingir que jamás estuvo allí, que fue un empleado de la casa el que dejó su obsequio junto a la puerta. A fin de cuentas, también él podía mentir...pero no a sí mismo.

El teléfono seguía sonando mientras Graham, ensimismado, comprendió de pronto que ignoraba todo acerca de la vida y no sabría mucho más en el futuro. Su torpeza y su candor le dejaron creer que podría vivir por siempre en aquel mundo imaginario, perfecto, insólitamente diseñado y obsequiado por dos personas que lo despreciaban. Y aún así...aún así había sido tan dichoso. Si tamaña felicidad fue posible como parte de un engaño, no pudo más que preguntarse qué clase de dicha le depararía un mundo ofrecido por alguien que en verdad lo amase. Pero pronto cayó en la cuenta de que esa persona no existía y probablemente no existiría nunca. En su lugar sólo había un hombre ambicioso que, asqueado de su compañía, se sacrificaba voluntariamente regalándole sus favores con el único fin de hacer feliz a Damon.

Con esfuerzo extendió la mano y levantó el tubo.

-¡Graham, cariño!- pudo escuchar la voz de Alex, casi gritando, incluso antes de llevar la bocina hasta su oído.

-¿Me escuchas, pequeño? Habla, por favor- repetía en tono suplicante ante el inquebrantable silencio de Graham.

Necesitaba creerle, deseaba creerle como nunca antes había deseado nada. Pero no podía lograrlo. Reparar la confianza rota estaba más allá de sus posibilidades. De poco serviría intentar volver a unir los pedazos del ánfora vacía de su amor. Aunque la loza pudiera otra vez verse intacta, él siempre recordaría el sitio en que se ocultaba cada cicatriz.

-Graham, amor. Necesito hablar contigo...- escuchó antes de colgar.


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