11; La noche de dos idiotas.

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Convencer a Howard Link, estudiante de 4° año y presidente del comité disciplinario en su tiempo libre, de que no quería formar parte de ningún juego torcido entre rivalidades que no le importaban, había resultado más que extraño.

Su familia y la de Kanda Yuu tenían historia, comenzando en los tiempos de Mana y sucediendo incluso cuando Nea ingresó al internado. Marian se había visto envuelto en algún punto, pero definitivamente la causa de todo estaba radicada en la insólita existencia de Mana.

Mana, Mana... Tantos lo aman, tantos lo odian.

Los motivos no eran claros, ni siquiera le prestó atención cuando el rubiales se los dijo. Simplemente acabó por ceder, decidiendo excusarse con un vago "lo pensaré" que tendría que obligarse a cumplir porque el tipo era persistente y molesto.

Para cuando Allen regresó a su habitación, completamente agotado de la intensa discusión en la que nadie lo apoyó, pero tampoco apoyaron al presi, eran pasadas las 18 hs. Pronto se cumpliría el toque de queda y le agobiaba saber que tendría que encontrarse con el señorito presi II en cualquier momento.

Bien, estaba sorprendido.

Físicamente, podía decir que el tal Kanda era su tipo (mínimamente, Karma lo era más). Su problema con él radicaba en el instinto que le advertía que aquella convivencia prometía cosas que no quería conocer y el hecho de que la mirada en aquellos ojos azules era fría.

Era como malditamente mirarse en un espejo y, por más que las bromas sobre su narcisismo fueran la comidilla de la familia, era muy claro que se amaba menos de lo que presumía. Guardaba mucho auto-desprecio dentro de su corazón, almacenado junto al infinito rencor que guardaba hacia su guardián más cuerdo; Cross Marian.

Suspiró ingresando en su habitación, notando por primera vez las plantillas con nombres bajo el número 324.

Allen Walker.

Kanda Yuu.

Torció el gesto y, decidido a ignorar al chico que descansaba al otro lado de la habitación con un libro en el regazo, simplemente se desplomó sobre su cama.

Su compañero de habitación no emitió sonido alguno por, por lo menos, treinta minutos y cuando lo hizo ni siquiera se refirió a él.

—Es estúpido —le escuchó murmurar, sintiéndose repentinamente adormilado tras el extenso silencio—. Simplemente un estúpido más.

Sabía que se refería a él.

Los cerebritos como aquel eran de ese tipo, subestimaban, menospreciaban, hacían en menos a otros. En la élite entre la cual vivía desde que tenía uso de razón, Nea y Cross siempre se encargaron de instruir a Allen en lo que a personas se refiere.

Personas buenas.

Personas estúpidas.

Personas malas.

Personas más estúpidas.

El mundo de la clase alta, principalmente de los jóvenes con capacidad cerebral mayor al promedio, se clasificaba de ese modo y, aunque sabía que él no era la excepción, le resultaba ridículo que todos lo vieran de ese modo.

Más ridículo aun, era el hecho de haber sido clasificado sin prueba previa como un mero saco de dinero nada más.

Se giró hacia su compañero, aun sin mover más que su blanca cabeza y detalló al otro.

Todavía portaban el uniforme, Allen porque acababa de regresar y el otro porque... ¿Por qué? Incluso así, Walker no necesitaba más que una mirada para saber que ese tonto tenía el cuerpo que él desearía tener. Con piernas largas, músculos finos y una belleza exótica que le quemaba la retina de los ojos porque se estaba deslumbrando con aquel al que estaba decidido a odiar.

Drama familiar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora