51. Soy una ignorante. Y yo no soy perfecta.

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— No todos tienen el mismo corazón que tú tienes Lilu. — Su abuela la consolaba mientras esta se deshacía en lágrimas.

— A ti te engañaron también Abuela. — Se defendió Anderson. — Que tonta soy. — Suspiró nuevamente con un gemido de dolor. — Esto se siente horrible. — Dijo desahogándose.

— ¿Cómo te sientes? — Murmuró su abuela.

— Ni siquiera siento roto el corazón. Sé que tal vez estoy siendo dramática. Pero realmente creí que eran mis amigos. — Reconoció llorando más fuerte. — Yo quería tener amigos, que no me fijé en a quien escogía. — Dijo entre gruesas lagrimas amargas y saladas.

— Eso a veces ocurre. Pero ¿Sabes que tienes que hacer? — Anderson volteó a verla.

— ¿Ir a hacer que paguen todos? Sabes que podría ocultar bien sus cuerpos. — Habló inocentemente, Esmeralda abrió los ojos de golpe asustada había visto ese brillo en otro joven más de 18 años atrás. Su padre tenía ese brillo de malicia.

— No. — Dijo Esmeralda titubeante.

Su nieta era un Ángel, pero sabía que muy en el fondo había un demonio malicioso, al igual que todos tenían el suyo, pero su abuela prefería que el de Anderson nunca apareciera, porque si lo hacía probablemente sería un monstruo tendría la inteligencia que le había faltado a su padre, sería alguien imparable. Anderson soltó riendo limpiando sus lágrimas un poco.

— Tranquila abuela, son cosas que pasan supongo.— Intentó sonreír pero la sonrisa no llegó a tiempo. — Solo faltan cinco meses para terminar el año, y luego entraré a la universidad, intentaré ni siquiera volver a verlos en mi vida. — Dijo Anderson sorbiendo su nariz roja de tanto llorar.

— Este no es el fin del mundo abuela. ¿Crees que no voy a recuperarme? He aguantado las ofensas de mi madre por más de 7 años. Voy a aguantar cinco meses con esos bastardos mimados. — Y su abuela Esmeralda notó que algo si había cambiado en ella.

— ¿Ya no tienes fe en las personas? — Le preguntó su abuela con un poco de miedo, desde su silla mientras Anderson hacía el almuerzo para ambas.

— Sería un error de mi parte juzgar al resto de la humanidad por simples individuos sin importancia. No voy a juzgar a todos los hombres porque uno me haga daño. Ese es un error de ignorantes. — Ese sentimiento albergaba su ser como nunca antes, ahora la carcomía la indiferencia.

— ¿Ya no los quieres? —

— No sé cómo llamarlo, supongo que aún guardo un apreció de una cantidad mínima, pero ya no me importa lo que les suceda. — Mencionó Anderson, y decía la verdad se sentía fría, esa calidez característica en su corazón estaba desapareciendo.

— Voy a atesorar los recuerdos con esas personas que creí mis amigos, porque recordar que solo he sido una apuesta que ganar duele.—

— Prefiero creer en esos recuerdos, aunque son mentiras, a enfrentarme al presente en el que ellos ya no son nada para mí. — Dijo Anderson con su voz a punto de quebrarse porque aún se resbalaban lágrimas de sus mejillas creyó haber encontrado lealtad, pero aquello no era más que una vil mentira.

Su abuela entendía lo mucho que le dolía, nunca antes había venido corriendo y llorando, mucho menos cuando se había lastimado, herido o recibido insultos por parte de su madre. Aquello era doloroso para Anderson porque no se quebraría a llorar por algo sencillo mucho menos frente a su abuela, que a ella siempre le había demostrado ser fuerte.

— No todos somos perfectos Anderson. — Mencionó su abuela para que se relajara, tenía la esperanza de que su nieta hubiera escuchado mal, su abuela no se equivocaba mucho y de verdad creyó ver cariño en los amigos de su nieta hacía ella.

— Lo sé abuela. Y mucho menos yo. — Menciono con una sonrisa en el rostro que daría miedo a cualquiera. — No voy a hacerles daño si eso te preocupa. — Negó, ella nunca le haría daño a nadie.

— Está bien, entiendo entonces. —

Tuvo que ignorar las llamadas en su teléfono. Ése día tuvo que despertarse a las 3:30 am y salir de la casa de su abuela a las 4:30:00 am, para poder estar en el instituto a tiempo.

Esta vez su aura no parecía la misma, eso de sonreír a todos la tenía cansada, sonreiría si alguien le sonreía. Guardaba un par de cosas en su casillero con rapidez iba tarde a clases.

Tragó fuerte antes de entrar, ella era fuerte, eso no era nada. Ahora entendía porque las risitas a sus espaldas, Chris se había encargado de dejarla por el suelo.

— Buenos Días Anderson. — Dijo el profesor Miller de literatura.

— Buenos Días Lic. Miller. — Continuó ella mientras cargaba su proyecto de literatura lo había cambiado a último momento.

— ¿Puedo saber el motivo de su llegada tarde? — Miller aún no sabía que Margaret Anderson había sido internada en ese centro de ayuda hace más de tres semanas. Por lo que pensaba que Anderson había llegado tarde por culpa de su madre otra vez.

— El fin de semana visité a mi abuela, vive un poco lejos y el tráfico no ayudó. — Se excusó y Miller la vio extrañado.

— Ya veo. — Asintió. — Supongo que usted si trajo su proyecto. — Anderson asintió. — ¿Podría decirle al resto de la clase cuando fue que lo terminó? —

— Tres días después que usted lo dejó. — El resto de la clase suspiró con molestia viendo mal a Anderson y Miller rió, ella siempre intentaba defender a sus compañeros, esta vez casi no tenía ganas de mentir por gente que no eran más que sus compañeros.

— Bien, niños. ¿Si Anderson pudo hacerlo porque ustedes, no? — Anderson sonrió de repente, y Wyatt y el resto de su grupo de amigos la vieron extrañados.

— Bueno Wyatt ¿Quieres pasar a leer tu trabajo? — Wyatt negó, él, Megan y Edward eran los únicos que habían hecho sus trabajos aparte de Anderson.

— ¿Alguien más? — Anderson levantó la mano. Miller la vio extrañado, ella casi no le gustaba presumir sus buenos trabajos.

— ¿De qué habla el texto que redactaste? — Preguntó Miller con curiosidad.

— De la verdadera amistad. — Anderson sonrió, a Miller le agradaba que la chica tuviera amigos, ella era muy solitaria y parecía que ellos la apreciaban.

— Bien te escuchamos. — Anderson se quedó en su asiento y comenzó a leer en voz alta.

— La amistad es el tesoro que muy pocos tienen la dicha de encontrar, otros la rompen y desperdician como si no fuera nada. La amistad no se basa en una relación tóxica y llena de interés, la amistad implica una forma de amar a los demás, un acto de generosidad. Hay un afecto desinteresado hacia el otro. — El grupo con el que se sentaba Anderson sonreían orgullosos

— No se necesitan explicaciones, quiero y amo a mis amigos por quienes son, los acepto con sus defectos, gustos y virtudes. Siempre debo buscar y ver que ellos estén bien, les ayudo cuando puedo, los acompaño en sus problemas, los aconsejo y estoy al pendiente de ellos. Porque son mis amigos. — Extrañamente a Wyatt se le revolvió el estómago, la voz de Anderson no sonaba tan alegre como siempre.

— Pero ese sentimiento de amistad debe ser recíproco, si alguien te miente, te utiliza a su antojo y conveniencia, solo están jugando contigo. Si hacen apuestas sobre ti. — El grupo de Anderson se tensó extrañados. — Si solo quieren saber de tu vida por curiosidad a lo desconocido, es porque no tienen vida propia. No deberías considerarlos amigos, así sean buenos mentirosos y actores. — Se saltó un párrafo.

— Siempre he pensado que los lazos de amistad son tan importantes como tú familia, porque no ha sido una casualidad, tú decidiste escoger a tus amigos, y si te equivocas con ellos, entonces tú eres el que está mal. No los culpes a ellos por ser como son, cúlpate a ti por no escoger bien. — 

El Demonio es un Ángel © ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora