Capítulo 22

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Londres - Siglo XIX

Tibio y suave, así es el cuerpo de mi amada Serena. ¿Cuándo hubiese imaginado en despertar con ella desnuda entre en mis brazos? Una parte de su largo cabello dorado está esparcido por sobre las sábanas, mientras el resto está pegado a mi piel, enredado en mis dedos. Mis manos descansan en su delgada cintura y puedo apreciar su pausado respirar, que me demuestra que aún está profundamente dormida. Sus largas pestañas, sus mejillas carmesí y sus labios entreabiertos, adornan su hermoso rostro que no me he cansado de mirar desde que los primeros rayos de sol me despertaron. Y es ahora cuando pienso, ¿cómo es que no me atreví antes a amarla? Ella es un alma pura, limpia y abnegada, que en ningún momento buscó su destino, pero que gracias al cielo terminó a mi lado, y me siento el hombre más afortunado de la tierra por ternerla.

Anoche viví la experiencia más inolvidable junto a ella. En un comienzo tuve cierta aprensión de estar apresurando las cosas, pero Serena estaba tan decidida, que con solo uno de sus besos me demostró que ya no había nada que temer. Me sorprendí de mismo cuando me deshice de su vestido con anhelo, mientras ella me asombró desabotonando mi camisa, algo que jamás había imaginado. Sentí sus manos acariciarme sin ningún pudor, pero tampoco lo hacía con descaro, sólo se dejaba llevar por su deseo de descubrir lo que estaba experimentando. Aunque le di la opción de detenernos, explicándole mis razones, ella no quiso, y dijo que quería ser completamente mía. ¿Cómo resistirme a eso?

Cuando estuvimos sentados en la orilla de la cama y volví a besarla con anhelo, mis sentidos ya solo estaban adsortos en ella... mi oído se fascinaba escuchando sus suspiros y leves gemidos; mi olfato se llenaba de su esencia a lavanda, además del particular aroma que desprendía su piel en ese momento; mi vista se fijaba en cada detalle de los gestos que hacía, cerrando sus ojos, abriendo su boca, apretando sus manos; mi gusto se deleitaba del sabor de su boca y de las partes de su cuerpo que hasta ese instante había probado; y mi tacto se maravillaba con la exquisita suavidad de su piel, deslizándose por sus curvas, aún sobre la delgada tela que la cubría.

Ansioso por probar más allá, mi mano bajó un tirante de su ropa hacia abajo de su hombro, mientras mis labios descendieron sin temor por aquella zona, deslizándome poco a poco por su escote, apreciando su acelerada respiración. Hundí mi rostro en el inicio de sus pechos, pensando que ella quizás ahí se arrepentiría, pero más me sorprendió que sus dedos se enredaran en mi cabello, impulsándome a seguir con mi descarado recorrido. No fue difícil que la tela terminara de caer dejándome apreciar la belleza que ocultaba, acelerando aún más mi corazón y mi respiración. Con suavidad deslicé mi dedos por su piel desnuda, que se erizaba ante mi contacto, a la vez que ella arqueaba su espalda en una invitación inconsciente a que continuara mi camino. Quería tanto controlarme, pero la imagen de Serena era tan erótica, medio desnuda en la orilla de mi cama, con sus ojos cerrados, algunos mechones dorados cayendo descuidados entre sus pechos que se alzaban hacia mi, que ya no fui capaz de mantener la cordura y me perdí en ella por completo, degustando su cuerpo virgen, el que jamás había sido probado antes.

No fui muy consciente del momento en que terminamos bajo las sábanas de la cama, pero recuerdo muy bien el instante en que deslicé su ropa hasta dejarla totalmente desnuda ante mis ojos. Ella se mantuvo expectante ante mi mirada, sin hacer el menor intento por cubrirse, dejándome aún más asombrado por su entrega. Sin embargo, me siguió sorprendiendo todavía más cuando tomó la iniciativa para quitarme el pantalón que aún llevaba puesto. ¿En verdad Serena podía ser tan perfecta?

En ningún momento dudó, nunca se apartó, no retrocedió, ni me alejó, muy por el contrario, me abrazó con deseo, me apretó contra su cuerpo desnudo, enterró sus dedos en mi espalda, enredó sus piernas con las mías, y me besó hasta casi ahogarnos, entrelazando nuestras lenguas que encendían aún más el ferviente deseo que estábamos sintiendo. Cuando llegó el momento, tuve cierto miedo, pero ya no había vuelta atrás, ambos queríamos fundirnos, ser uno sólo, como marido y mujer.

Atada a tíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora