Capítulo 36

1.4K 145 17
                                    

Londres - Siglo XIX

Llevo dos días encerrado en la habitación y aunque no puedo negar que es maravilloso ser atendido por Serena, necesitaba salir y ensayar, debía hacerlo para nuestro viaje. Ella se ha entregado por entero a mi cuidado, retirando las vendas, desinfectando la herida y colocando nuevas gasas en mi cuerpo. Cada vez que hace eso, sus dedos rozan mi piel, despertando deseos que en este momento son absolutamente prohibidos, por lo que debo resistirme, apretando mis labios y girando mi cabeza en otra dirección mientras ella trabaja con dedicación. Me pregunto, ¿qué pensaría Serena si supiera que fue mi propia arma la que me salvó de que Diamante lograra su cometido? Fue gracias a mi revólver que la daga no se enterró tan adentro, salvándome de que perforara algun órgano.

Sentado en el sillón de mi habitación, mirando unas partituras que quiero empezar a practicar, ya no tolero el encierro y me escapo hacia la sala de ensayo. Sé que debo parecer un niño pequeño y caprichoso para Serena, pero la verdad es que necesito respirar, es primordial que me despeje, ya que si sigo aquí terminaré hundiéndome en la oscuridad de mis pensamientos tumultuosos.

Veo a mi esposa entrar molesta a la sala, pero pronto me entiende y me deja ensayar. A pesar del dolor, no me detengo hasta que termino la partitura y cuando quiero abrazarla, Setsuna llega para anunciar la llegada de Michiru. Soy feliz de que ella haya conseguido los conciertos, por lo que vendrá a ensayar aquí, para que pueda observar sus tiempos y las escalas que usa en sus interpretaciones. Agradezco mucho su ayuda desinteresada, me ha demostrado con creces que es una excelente amiga.

Ahora, después de convencer a Serena de estar conmigo, ella se levanta espantada al ver que mi herida está sangrando otra vez. Pero, en verdad no me di cuenta de nada. La adrenalina del momento me adormeció por completo y sólo me dejé llevar por el deseo que su hermoso cuerpo me provoca. La extrañaba tanto, añoraba su entrega, su aroma, sus besos, sus caricias, sus dulces y extasiantes gemidos que me conducen cautivo hasta el cielo, hasta hacerme estremecer producto de un placer que sólo he conocido gracias a ella.

La veo vestirse con su camisón de seda rápidamente, para luego ponerse de pie y salir en búsqueda de los implementos que usa para hacerme las curaciones, los que están sobre el escritorio de la habitación. Ella urga entre las cosas y regresa con el alcohol, las vendas y las tijeras esterilizadas que utiliza, y deja todo a un costado mío. Observa mi vendaje carmesí producto de la sangre que ha vuelto a salir debido al esfuerzo que he hecho, y me devuelve una mirada enojada, a pesar de haberla satisfecho minutos antes. Creo que ni eso me salvará ahora de su reto.

—Te lo dije —menciona y no puedo evitar soltar una pequeña risa que se escapa de mis labios —. No te rías, Darien Chiba —amenaza molesta, mirándome con seriedad, por lo que me obligo a apretar mis labios, tragandome las ganas de seguir sonriendo.
—Ya... está bien... Serena, lo siento.
—Ahora, quédate quieto. Necesito ver qué pasó.

Le obedezco de inmediato, alzando los brazos para que pueda sacar los vendajes, hasta que al fin me libera, viendo los puntos sueltos y la herida un poco abierta.

—¿Se ve muy mal?
—Horrible. Ya había empezado a cerrar y ahora volvió a abrirse. ¿Qué le diré al doctor Tomoe? —se lamenta con visible incomodidad.
—La verdad...
—¡¿Estás loco?! Le prometí que te cuidaría lo mejor que pudiera y ahora...
—Serena... somos marido y mujer. Tenemos necesidades naturales, no es un pecado...
—No lo es cuando se está saludable. Pero, tú... ¡Ah! No sé porqué me esmero en tratar de razonar contigo. Se ve que no quieres ser consciente de tu situación.
—Mi amada —la llamo por aquel término que tengo claro que la derrite, tomando su mejilla con sutileza—. No seas tan gruñona.
—¿Gruñona? ¿Quieres sanar tú sólo la herida? —me pregunta con visible molestia y enfado. Creo que a estas alturas ya se me pasó mano, pero es tan entretenido conocer una faceta nueva de ella, esa tan maternal y posesiva.
—No, mi amada. Soy todo tuyo, ya no abriré más mi boca, a no ser que tú lo desees —reconozco, alzando las manos en señal de rendición.

Atada a tíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora