Capítulo 40

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Londres - Siglo XIX

No logro concentrarme... por más que Michiru comienza con la melodía, mi mente sólo está puesta en Serena y en las razones que habrá tenido para salir tras Sir Haruka. ¿Acaso no se ha dado cuenta de sus miradas? Creo que es demasiado inocente como para ver malas intenciones en los demás. Mis dedos vuelven a tropezar en las notas y Michiru me mira con el ceño fruncido ante mi falla, soltando un suspiro pesado.

—¿Qué sucede Darien?
—Nada... perdón...
—Mañana es el concierto y no quiero fallar en medio de la presentación por tu falta de empeño —me reta molesta.
—Jamás he dado un concierto a medias, Michiru, y esta no será la primera vez.
—No confíes tanto en tu habilidad innata, la práctica hace al maestro, Darien.
—¿Por qué me dices eso? No tienes idea las horas que ensayo para cada concierto.
—Digo lo que veo... las melodías te afectan, no te concentras lo suficiente y ahora tropiezas en las notas...
—Es cierto que ahora me he equivocado y me disculpo por eso. Dame unos minutos que debo ver algo y te prometo que después ensayaremos sin problemas —le aseguro, poniéndome de pie.
—¿Qué pretendes, Darien?
—Debo salir.
—Recién descansaste cuando salí yo, ¿así cuándo terminaremos? Yo debo descansar bien antes de cada concierto —me reclama agitando un poco el violín en sus manos.
—Perdón, pero debo hacerlo.
—¿Te preocupa Serena? Todos los días está aquí, ¿no te basta con eso?
—¿Te importa?
—Por supuesto, eso afecta nuestra práctica.
—Debo asegurarme de que está bien. Lo siento, no tardaré —digo mientras paso por su lado.
—No... no te vayas —musita, tomando la tela de la manga de mi camisa—. Por favor... sigamos ensayando...
—Michiru...
—Darien... no sabes cuanto tiempo esperé por hacer un concierto contigo, con ensayar así como lo hemos hecho... por favor, no lo arruines.
—¿Arruinarlo? Perdón, Michiru, pero sólo saldré un minuto. ¿No crees que estás exagerando?
—Vuelve al piano, por favor...
—Lo siento. Si me hubieses dejado ir desde el comienzo, ya estaríamos ensayando. ¿Podrías soltarme? —insisto, pues no quiero tener que zafarme de ella.
—Está bien. Eres tan terco. Deberías confiar más en tu esposa...
—¿Confiar? Yo confío en ella...
—Entonces, ¿por qué la sigues a todos lados? Dale su espacio.
—No te metas en lo que no te incumbe, Michiru —finalizo con molestia aquella extraña conversación.

Sólo espero que este impasse no afecte nuestra presentación, pues se debe estar muy bien afiatado para no perder el ritmo. Aún así, camino irritado hacia la puerta y justo cuando la voy a abrir, escucho la voz alterada de Serena, acelerando mis acciones.

—Déjeme ir, Sir Haruka, si no lo hace, Darien se enterará de su indiscreción.

Me quedo helado ante la imagen de Sir Haruka sosteniendo de la muñeca a mi esposa con fuerza y noto la incomodidad de ella ante su descarado agarre. Me sorprende aún más ver a Lord Seiya unos pasos más allá con su rostro enfadado ante el actuar de mi detective. Un fuego nacido desde mis entrañas comienza a invadirme, furioso por las atribuciones que se ha tomado con tanta insolencia.

—¿De qué indiscreción no debo enterarme, Serena? —digo con voz fría y mirando con total seriedad la escena.

Mi esposa gira su cabeza para verme a los ojos y todos se quedan en silencio. Ante mi presencia, Sir Haruka suelta la mano de mi esposa, la que se queda de pie, con la cabeza gacha, sin querer moverse a ningún lado debido al temor que debe estar sintiendo. En cuanto vuelve su mirada hacia mi otra vez, levanto mi mano para que se acerque sin temor, pues tengo claro que ella no es la culpable de esta situación. Serena camina de inmediato hacia mi y se refugia en mi pecho, abrazándome con fuerza, lo que imito al envolverla con calidez. Observo al investigador que he contratado y me pregunto por qué tendremos tan mala suerte. Él sólo me da la espalda y aprieta las manos, pues sabe que se ha equivocado. Mientras, Lord Seiya me mira y yo asiento en silencio para que sepa que está todo bien con Serena.

Atada a tíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora