Capítulo 49

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Cruzo el umbral de la puerta con timidez, Víctor, quien lleva una taza de café negro en su mano derecha, se acerca y me saluda alborotando mi cabello de manera amistosa.

Con sus ojos, señala las escaleras y vuelve sobre sus pasos hacia la cocina.

Me siento extraño, demasiado para ser sincero, hace ya un mes que no piso la casa de los Rivera, y estar aquí de nuevo, sin saber cuál es la razón por la que Carolina me llamó, me hace sentir vulnerable, indefenso.

Subo escaleras arriba con la misma lentitud con la que llegué. Estamos en la mañana de sábado, un helado sábado que sinceramente sería mil veces mejor si estuviera acostado en mi cama y no aquí.

Termino de subir, encontrándome con Carolina, quien se mantiene apoyada en el barandal. Ella, al darse cuenta que llegué, se acerca rápidamente y me abraza con fuerza, solo para después, besar mi mejilla.

Al separarnos puedo verla mejor: Sus ojos están escondidos detrás de unas ojeras demasiado grandes, el cabello lo mantiene descuidado como la última vez que lo vi y lleva puesto su piyama.

Trato de no decir nada, de hecho, no sé qué decir, y prefiero callar a meter la pata o empeorar las cosas.

¿Qué se le dice a una madre que ha perdido a su hija?

Trago saliva, siguiendo a poca distancia a la mujer por el único pasillo que hay. Ella camina solo un par de metros y gira directamente hacia la habitación de... Su hija.

Pestañeo de manera pesada y entro en la habitación, viendo como todo ha cambiado de manera radical; ya no hay una cama en medio de la sala, ni posters de universidades pegados en las paredes.

Ahora solo hay cajas y muebles vacíos.

—¿Carolina que...?

—Donaremos todas sus cosas a caridad, yo... —Traga saliva. —No puedo seguir viendo esto.

—Pero...

—Quería que revisaras las cajas antes de darlas, quizás haya algo que quieras conservar.

Bajo la vista, tomando la cadena que rodea mi cuello y sostiene el anillo y la flecha de Peter. Luego, miro a los ojos a Carolina y asiento levemente.

Ella suspira levemente y pasa junto a mí, besándome en la frente por segunda vez para después marcharse.

La puerta de la habitación es cerrada con delicadeza y yo, me quedo en medio del lugar, mirando a mi alrededor y sintiendo como mi corazón lentamente se desmorona.

Vamos Max, tienes que mantenerte fuerte.

Miro a mi alrededor, siendo abrumado por cientos de recuerdos guardados en mi mente. Una extraña sensación se apodera de mí, y cuando me doy la vuelta, por un instante, diría yo, una milésima de segundo, puedo verla, sí, a ella, parada junto a la puerta con una gigante sonrisa.

Sus ojos azules brillan, no por las lágrimas, sino por la felicidad que parece tener. Ella no dice nada, solo señala algo detrás de mí y entonces, desaparece.

Refriego mis ojos con fuerza, este lugar no me hace bien, no puedo estar aquí. Camino hacia la puerta, pero entonces, recuerdo sus ojos señalando algo, y después, aquella frase que me dijo antes de morir.

Me detengo aún con el picaporte en mi mano y doy la vuelta, tratando de localizar aquello que tanto busco.

Una leve sonrisa se dibuja en mi rostro al verlo y casi que corro hacia ella.

Inferno © [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora