Capítulo 27

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Las gotas de lluvia golpean el parabrisas con fuerza, opacando la música de la radio que hasta hace unos segundos, ayudaban a calmarme.

He conducido durante poco más de una hora, y a medida que me voy acercando a la mansión Reynolds, mis nervios aumentan; tengo miedo, mucho miedo, no quiero ver los rostros de todos al darse cuenta que no estoy muerto, o tener que dar explicaciones de por qué tardé tanto en aparecer.

Simplemente pienso en la razón por la que estoy a punto de regresar, y el impulso de pisar el freno me invade.

Tengo miedo, miedo a que no me crean, a que Jesica logre persuadir a mi padre para volverme a meter en algún manicomio de mala muerte.

Pero, como dije antes, no puedo permitir que el miedo me domine, y menos aún, después de aquel sueño, sé que ya no son premonitorios —o eso espero en verdad—, pero necesito volver, quiero volver y salvar a mi familia de lo que esa perra pueda hacerles.

Detengo la patrulla de policía a una cuadra de la casa, no debo levantar sospechas, y un vehículo policial sin policía sería demasiado sospechoso.

Mis pies tocan la acera del lugar y un escalofrío provoca que tiemble como gelatina. Tomo aire tratando de tranquilizarme y comienzo a caminar hacia la mansión.

Me pongo la capucha para que nadie me reconozca, y a medida que camino, siento ansiedad, las manos me sudan, las piernas me tiemblan y el corazón me late a mil, nunca pensé que estaría tan nervioso de volver aquí.

Mis ojos reproducen la imagen de la imponente mansión frente a mí, la lluvia, que cae en pequeñas gotas casi invisibles pero que mojan con lentitud, me nubla la vista unos segundos.

Todo se ve demasiado apagado, las luces de dentro y fuera están encendidas, pero no noto movimiento, y menos algún tipo de sonido.

Me ahorro el tocar el timbre y rodeo la casa para entrar por puerta trasera de la cocina, respiro profundo al estar allí, sorprendiéndome de que aún recuerde que hay una entrada aquí, pues, la mayoría de los recuerdos de esta casa, de lo que viví aquí, fueron borrados la noche en que la explosión me dejó moribundo.

Me pongo en puntas de pie y recorro el umbral de la puerta hasta dar con la llave allí escondida, cosa que, si no fuera por Alice, no lo sabría.

Con una media sonrisa introduzco la llave en la cerradura y la giro con lentitud, tratando de no hacer ruido. Tomo el picaporte y abro la puerta, dejando de sonreír en el instante entro en la casa y cierro la puerta detrás de mí.

Siento ese terrible frío de mi sueño, pero esta vez, no tengo miedo, estoy en la cocina, donde se supone que los cuerpos deben estar, y aquí, no hay más que ollas y cubiertos.

Y ver aquellos cubiertos provoca que busque un gran cuchillo, recordando lo que Jesica me hizo a la par que trago el nudo en mi garganta.

Avanzo por la casa con el cuchillo en la mano, todo está tan silencioso, y en realidad me aterra. Cruzo el comedor, sin ver a nadie por supuesto, paso junto a la puerta principal y luego miro las escaleras, viéndome, por una milésima de segundo, a mí mismo en el sueño de anoche.

Muevo mi cabeza para quitar todos esos pensamientos malos de mi cabeza y subo el primer escalón, quizá André está en su habitación.

No creo que sea la mejor opción encontrármelo, después de que me golpeó aquel día en el hospital, estoy casi seguro de que estuvo feliz al escuchar que había muerto.

De todas formas, encontrarme a un verdadero Reynolds, sin duda, es mejor opción que toparme con Jesica.

Un ruido cerca de la lavandería hace que me detenga, mis manos se posan sobre el barandal y mi cuerpo se da la vuelta, tiene que ser alguien, quizás sea Dave.

Inferno © [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora