Capítulo 39

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La noche anterior no me había preocupado por cerrar las cortinas de mi habitación, por lo que me despertó temprano en la mañana fueron los fieros rayos de luz que pasaban por la ventana. Estos no se apiadaron de mis ojos, cubiertos apenas por mis parpados.

Estos se alzaron y me quedé inmóvil, acostumbrando mi visión a la luz y poco a poco asimilando lo que estaba del otro lado del cristal. Un cielo azulado, sin nubes y soleado, incluso se podían ver algunos pájaros que iban de la copa de un árbol a otro y, además, si ponía atención podía escuchar sus delicados cantos. Aun después de haber despertado y de haber dado un par de vueltas sobre mi cama, decidí quedarme en ese sitio por un par de minutos más. Existía una parte de mí que creía que, si me quedaba en cama lo suficiente, el resto del mundo terminaría desapareciendo.

Me puse de pie una vez que me di cuenta de que eso era imposible. Entré directamente al baño y me detuve delante de mi reflejo. Había olvidado por completo que la camiseta que llevaba no era la mía, sino de Alaric. Se podía notar fácilmente que la prenda me quedaba grande y después de haber dormido con ella puesta, mi hombro derecho había decidido escaparse por el cuello. Y por más extraño que fuese, me sentía reconfortaba al estar rodeada por esa tela. Incluso mi mente se alejó más y comencé a imaginarme a Alaric llevándola, lo que me llevó a preguntarme si ya lo había visto con esta.

Sacudí mi cabeza para alejar cualquier pensamiento extraño y me apresuré a desnudarme para así por fin entrar a la ducha. Un par de minutos después ya estaba afuera, con ropa mía y anudándome las botas que mi madre me había regalado, esas que tenían un estilo militar. Si lo pensaba era extraño que objetos como un par de zapatos pudieran darme tanta fuerza.

Sacudí mi aún muy húmedo cabello y bajé las escaleras, solo para encontrarme a mi madre bastante animada, preparando su salida. En cuanto me vio, esbozó una gran sonrisa y paró su mini maratón.

- Que bueno que despertaste, no quería hacerlo yo. — Bajé los últimos escalones y de manera automática sonreí ligeramente. — Ya está el desayuno, hay café caliente. Aun te gusta el café, ¿no?

- Sí mamá. — Ladeé la cabeza, examinándola atentamente. Era un poco tierno que continuara preocupándose por mí así, pero por otro lado yo siempre necesitaría siempre de mi madre y no había nada mejor que verla aun siendo ella. — Mis gustos no han cambiado, esto no funciona así.

- Bien. — Su pequeña mano apretó mi hombro y su sonrisa se hizo más grande por dos segundos. — Me iré temprano, tengo un par de cosas que arreglar en Newport. — Al escuchar eso casi me atraganté con mi saliva.

- Vas a ir a... — Comencé nerviosa. Ella supo exactamente de que o más bien de quien estaba hablando y enseguida me lo rectificó.

- No, no, no. — Negó con la cabeza para mayor énfasis. — Tengo que arreglar unos papeles con el abogado... Cosas de la tienda y eso. — Enarqué una ceja.

- ¿Está todo bien? ¿Quieres que te acompañe?

- No, está bien. — Se dio la vuelta para tomar su bolso azul, que era una imitación de algún diseñador y se lo colgó en el hombro. — Tú tienes cosas que resolver, déjame hacer esta tontería de humanos a mí. — No dudó en lanzar una pequeña broma, lo que llamó mi atención, pero quizás lo mejor era que tomara algo de aire, tiempo y siguiera con su vida de la mejor manera posible.

- De acuerdo, mamá. — Se acercó y besó mi mejilla como despedida. — Cuídate mucho y si ves algo raro no dudes en llamar.

- No me robes mi discurso de madre. — Volvió a bromear. — Te quiero y ve con cuidado.

- Siempre.

Salió por la puerta principal y un par de segundos después se escuchó el motor de su auto arrancando. Dejé escapar el aire de mis pulmones mientras veía que me había quedado sola en mi casa. Sentí algo extraño recorrer mi espalda y es que temía que mi madre pudiera encontrarse de nuevo con Broderick, ya sea que lo estuviera planeando o no. Pero de la misma manera en la que ella había decidido confiar en mí, yo tenía que hacer lo mismo, así que sin nada más que hacer fui a la cocina a comer el desayuno que me había preparado.

Caza Roja - Transfusión parte II | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora