Capítulo 50

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Esa noche fue bastante emotiva, el abrazo con mi madre pareció durar hasta después de que se ocultara el sol. Después de eso, ninguna tenía mucho apetito, por lo que único que pudimos hacer fue levantar los platos y pasar a la sala.

No había mucho que decir, ninguna de las dos tenía palabras para decir, sin embargo, eso no era necesariamente algo malo. O al menos eso era lo que yo pensaba, pues me sentía realmente bien al estar en silencio, solo disfrutando de la compañía de mi madre mientras que fingíamos interesarnos en lo que pasaban en la televisión, tal como lo hacíamos antes.

Por un momento todo estaba bien en el mundo.

La noche comenzó a pasar más rápido que lento y después de un par de horas y una película y media, mi madre se levantó para despedirse y subir a dormir. Estaba cansada y a juzgar por sus ojos rojos, estaba teniendo una jaqueca. Yo la seguiría poco después, pero antes quise tomarme el tiempo para recoger algunas de las cosas que se habían quedado en la sala; un par de vasos y una taza. Llevé estos al fregadero y me aseguré de que estuviera todo limpio y recogido antes de apagar la luz y salir de la cocina.

Pasé al lado del comedor, pero mientras lo hacía percibí un destello con el rabillo de mi ojo. Volteé enseguida y noté que se trataba de la espada, que aguardaba en su funda al lado de la pared, sobre una silla. Tener eso en casa se sentía demasiado extraño. Para empezar, se trataba de un arma y mi madre y yo siempre habíamos tenido fuertes opiniones en contra de la libre posesión. ¿Estaba siendo hipócrita con mi postura política? No, era diferente... Toda esta situación era diferente y complicada.

Había algo en esa espada que me atraía. Mi cuerpo vibraba y podía visualizarme tomándola y blandiéndola por los aires. De solo imaginarme aquello, mi cuerpo se sacudía gracias a los escalofríos que recorrían mi espalda. Pero no era capaz de discernir, si se trataba de algo real, si verdaderamente la espada estaba haciéndome algo o solo era mi mente jugando trucos conmigo.

Decidí no pensar más en el asunto y apagué el resto de las luces de la primera planta y luego subí a mi cuarto.

La noche no era muy cálida para ser verano, de hecho, había una ligera llovizna afuera. No era fan del verano, pero algo que me gustaba de vivir en Oregón era que nunca hacía demasiado calor y el clima podía ser bastante lluvioso. Entonces agradecí que así fuera, pues el sonido de la lluvia podía relajarme con facilidad y ahora no había otra cosa que quisiera más que eso.

Di un par de vueltas en la cama antes de poder quedarme dormida, sin embargo, no tardé demasiado en conciliar el sueño. Afuera de la ventana estaba el cielo nocturno, ligeramente estrellado y cubierto por las nubes de lluvia. En mi sueño yo me encontraba muy lejos... En un lugar que no podía reconocer.

No fue un sueño tan vivido como aquellos que había tenido antes, pero sin duda se parecía. Tampoco tenía ningún sentido, pues no podía decir que era lo que estaba pasando, solo aparecían una serie de imágenes como flashazos. Solo que en cada escena se notaba sangre, diversos gritos, dolor y muerte.

Desperté de ese mundo onírico tan extraño alrededor de las tres de la mañana. Fui al baño y un par de minutos más tarde ya estaba de vuelta en la cama, solo que ahora no recuerdo haber soñado nada más.

El sol de la mañana fue el que me hizo levantar. Quizás debería de cambiar mis cortinas por unas más gruesas para evitar despertar de esa manera.

Me puse de pie un poco renuente, pero casi enseguida me invadió el hambre de manera infernal. Salí de mi cuarto y bajé las escaleras, solo para encontrarme a mi madre yendo de un lado a otro, como solía hacer por las mañanas.

- Buenos días. — La saludé.

- Buenos días, Merrick. — Dijo sin mirarme. Estaba poniendo cosas en su bolsa y al lado de esta había una gran carpeta blanca. Solo podía significar una cosa; inventario. Miró su reloj de muñeca y casi gritó. — ¡Diablos, voy tarde!

Caza Roja - Transfusión parte II | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora