Capítulo 35

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Había sido tanto el cansancio que a pesar de que yo haya tenido toda la intención de luchar en contra del sueño, este me había ganado. Todavía llegué a pensar en porqué estaba tan cansada, pero nada más. Y con respecto a mi cuerpo, solo recuerdo haber cabeceado una última vez antes de que las luces se apagaran. Bien hubiera podido caer al suelo y no me habría dado cuenta hasta que despertara.

A pesar de que el sueño no hubiese sido planeado o querido, fue totalmente necesario. Pocas veces había tenido tanta pesadez, tanto cansancio acumulado que fue demasiado para mi cuerpo, que al final de cuentas sigue siendo el de una humana. Una oscuridad reconfortante me envolvió por sabrá dios cuanto tiempo, pero que me permitió descansar, verdaderamente descansar y recuperar algo de fuerza.

De pronto me comenzó a llegar un aroma a madera y cuero, no muy intenso. No sabía si se trataba de una loción o de unos muebles, pero este olor se fue haciendo más y más presente a medida que iba recuperando la conciencia y sentía mi cabeza hundirse en una superficie suave y acolchonada. Iba despertando, pero aun así mi cuerpo estaba algo agarrotado y no respondía, de modo que me costó ir recuperando conciencia de mis extremidades y finalmente pude abrir los ojos.

Lo primero que capté fue la ropa de cama; blanca y sabanas grises, gruesas, pero suaves y bastante ligeras al tacto. Me fui enderezando, mirando más allá de la enorme cabecera de madera rustica que ocupaba casi toda la pared de ladrillos expuestos. El aroma se hizo más intenso, notando un sillón de cuero a los pies de la cama que seguramente era un baúl, pero que tenía un par de ropas olvidadas encima.

Al lado de la inmensa cama había dos mesas de noche, que desde mi punto de vista no podía saber si eran dos piezas de madera a juego o como el baúl que había confundido por un sofá. En ambas mesitas había varios libros, unos claramente nuevos y otros con las hojas tan amarillas que parecían más pertenecientes a un cuadro de naturaleza muerta.

Mis ojos repasaron la pared que se alzaba a mi izquierda, el techo alto e inclinado, solo dejándome pensar que me encontraba en alguna esquina de la casa. Aun así, había un par de luces empotradas discretamente en el cielorraso. Había un cuadro, lo que parecía un dibujo hecho a mano con lápiz o carboncillo, se trataba de un paisaje urbano y al lado de este enorme dibujo estaba la entrada a un vestidor y más allá, al lado de otro librero de piso a techo estaba de pie Megan, que al verla casi di un salto del susto.

- Lo siento. — Dijo, dando un paso al frente. — No quería espantarte.

- No, está bien. — Tomé una bocanada de aire y sonreí. — No te oí entrar.

- Sí, lo supuse... Es muy raro, todo es tan nuevo. — Se acercó más, pero calculaba cada uno de sus movimientos, como si no estuviera segura de lo que hacía, pero en definitiva quería intentar.

- Sí, imagino que no debe de ser fácil. — No supe que otra cosa más que decir, de nuevo me sentía estúpida al no tener palabras.

- Pero me están ayudando, creo que puedo adaptarme a todo esto. — De pronto el tono en su hablar había cambiado, ya no era tan triste. Podía notar ese optimismo que caracterizaba a mi mejor amiga.

- Me alegra mucho, de verdad. Eres la persona más fuerte que conozco. — Aparté el cabello de mi rostro, que seguramente debía de ser un desastre, pero no me importaba como me viera, mucho menos estando con Megan. — Sé que, si alguien puede sobreponerse a lo que sea, eres tú. — Ella indudablemente sonrió, comenzando a creerse lo que le decía, pero además yo lo pensaba de verdad.

- Gracias, Merrick. — Su voz volvió a cambiar. Toda ella estaba cambiando y también tenía que acostumbrarme a eso, estaría a su lado sin importar que.

Caza Roja - Transfusión parte II | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora