Acercamiento Peligroso

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Hanamichi no podía creer el descaro del zorro. Exhibiéndose ante él con el equipo de la selección nacional juvenil de básquet. La sangre estaba que le hervía en las entrañas, y lo único que lo calmaba era tener en sus manos la carta de su tierna Haruko, incitándolo a acabar pronto con su rehabilitación. Hacía ya casi quince días de la lesión contra el Sannou, y el tensai seguía con fuertes dolores cuando realizaba movimientos bruscos. Y el zorro que no le quitaba la vista de encima; esos ojos fríos que se burlaban y lo llevaban  a la más profunda ira.
Ya sin poder contenerse, Hanamichi lo alcanza, olvidándose de  la carta de su niña que decía esperarlo, pero al querer asestarle un golpe, un relampagazo de dolor le cruza la espina, obligándolo a caer de rodillas. Al instante, cuando la punzada cedió, se sorprendió al sentirse levantado por Rukawa, que lo sostenía firmemente. El zorro tenía un brazo alrededor de la cintura de Hanamichi, y con el otro había cruzado el brazo de Hanamichi alrededor de su cuello para alzarlo. El calor del cuerpo del zorro le pareció perturbador, y por unos segundos no pudo reaccionar a la acción de su archi enemigo. Trató de zafarse del agarre, pero el dolor amenazó volver, y se notó en su rostro. No pudo moverse, y tampoco estaba muy seguro de querer hacerlo.  Entre las mareas de dolor y el calor que quemaba su cintura, Hanamichi no podía dejar de verle, de contemplar su perfil. Infinidad de veces lo tuvo cerca: en los partidos, en las constantes riñas, pero recién ahora pudo observar la piel pálida de Rukawa levemente brillante por el sudor, sus ojos azul profundo y las pestañas espesas que los rodeaban. Por un momento entendió a Haruko y al trío de bobas que tanto lo  desquiciaban en las prácticas.
¿Qué estaba pensando? En definitiva, el sol y la lesión le jugaban una mala pasada… Apartó cualquier halago hacia el apestoso zorro de su mente y por fin habló.

-Ya suéltame, ¿acaso crees que un genio como yo necesita de la ayuda de un zorro perdedor?-dijo Hanamichi con su mejor tono burlón.

Rukawa sólo lo fulminó con la mirada por unos instantes, pero cedió y lo soltó. Y sin siquiera dedicarle una mirada siguió su rumbo. Hanamichi estaba anonadado.

-¡Zorro estúpido, si pudiera te daría tu merecido!-lo amenazó Hanamichi. Estaba más enojado que antes ante la indiferencia de Rukawa.
-Ya calla, idiota. Y mejor que te cuides-soltó Rukawa dándole la espalda. Y comenzó a alejarse trotando.



Pasaron dos meses más, y Hanamichi volvió a las prácticas y, de a poco, fue retomando el ritmo perdido en el último tiempo. Cuando llegaba la hora de los partidos entre ellos, él quedaba fuera observando, realizando piques y pases junto a Ayaco. Nadie quería que Sakuragi se sobreesforzara, deseaban que llegase  completamente repuesto  a las eliminatorias por el nuevo torneo nacional.
Rukawa se había reincorporado hacía sólo dos días, y desde la vez del encontronazo en la playa, Hanamichi no había cruzado palabra con él, siquiera para molestarlo. Se limitaba a observarlo. Su juego, sus expresiones, sus movimientos, todo lo veía de otra manera, y no entendía el porqué, y lo tenía de mal humor.

-Sakuragi, ¿no estás cansado de picar el balón?-preguntó Haruko. Ahora ella era manager junto a Ayaco, y la ayudaba con el equipo en su tiempo libre.
-¿Ehh? Jajaja, no Haruko, un genio como yo nunca se cansa-soltó Hanamichi de lo más natural.
Se dio cuenta que desde que comenzó el primer tiempo no le quitaba la vista al zorro. Ya habían transcurrido 17 minutos y picó la pelota de manera automática durante todo ese tiempo.

Una vez en los vestidores Hanamichi se dio una ducha  muy larga. No era la intención, pero perdido en sus pensamientos se dejó estar bajo el placer del agua tibia y relajante.
Una voz lo sacó de su ensimismamiento.

-Qué ya se fueron todos, te he dicho, torpe-le dijo Rukawa apoyado contra los casilleros. Sólo vestía un jean, y en su hombro aun llevaba la toalla con la que se había secado el cabello. Lucía demasiado sexy, en esa pose zorruna, en plana exhibición de su abdomen bien formado. Muy a su pesar tenía que admitirlo.
El pelirrojo se sonrojó a más no poder, y cuando se percató de su propia desnudez se puso aún peor. Se giró y de un manotazo alcanzó su toalla y se la ató  a sus caderas, sin siquiera cerrar el grifo del agua. No podía pensar en nada más que en la visión del zorro en cuero. Si tantas veces lo vio así ¿por qué ahora tenía que sentirse de ese modo?
Presa de la turbación, pasa de largo a Rukawa y se sienta en el banco junto a su bolso deportivo. Es verdad que ya no quedaba nadie del equipo, y ahora debería encargarse él de cerrar y apagar todo. Rukawa seguía allí, mirándolo, sin mover un músculo.
La situación era por demás incómoda, y Hanamichi estalló:

-¿Qué tanto me miras?
-¿Te molesta?-preguntó  Rukawa inexpresivo.
-Pues claro que sí. No sé qué te crees para andar acosando a la gente así, zorro-dijo Hanamichi.
-Sólo te estoy dando un poco de tu propia medicina-dijo Rukawa.

El pelirrojo no sabía qué decir. Rukawa lo había descubierto, y él que pensaba que el escrutinio de esa tarde le había pasado desapercibido al kitsune. El rubor que de a poco había desaparecido recrudeció de repente.
Ante el silencio de Hanamichi, Rukawa se le acerca, inclinándose y posicionándose demasiado cerca para el infarto del pelirrojo. Sus rostros estaban a escasos centímetros, y Hanamichi podía ver el azul frío de los ojos de Rukawa.
-¿Es que tan tentador te resulto?-susurró a su oído Rukawa- si quieres me puedes dar una probada...
-¿Q-q-qué?-Hanamichi se quedó sin habla. El aliento de Rukawa en su oído y el sonido de su voz lo tenían completamente confundido.
Rukawa lo volvió a mirar fijo, y  lo besó despacio, tomándolo de los hombros.
El pelirrojo sintió el calor de los labios del zorro sobre los suyos, y tomó plena conciencia del olor a jabón que desprendía. Rukawa movía sus labios de una manera lenta pero firme, instándolo a unírsele en esa danza, mas Hanamichi estaba demasiado sorprendido para corresponderle, y sólo reaccionó cuando el otro le mordió delicadamente el labio inferior, incitándolo a prenderse de la locura que le proponía. Y lo logró.

-¿Así que puedo darte una probada?-dijo resuelto Hanamichi, tomando por la nuca al kitsune, y alejándolo apenas de sus labios. La excitación lo avasalló en un instante, y no se sentía capaz  de contenerse. En su inexperiencia quería probarlo todo.
El zorro calló, y Hanamichi vio un brillo de deseo en su rostro. Lo atrajo nuevamente hacía sí y lo besó con más ganas, saboreando los finos labios, explorando con la lengua su boca. Sentía crecer más y más el deseo dentro de él, incontenible, y cuando su respiración se fue agitando ya sabía que no se conformaría con sólo besarle. Lo sentó en sus piernas, haciéndole sentir su miembro ya erecto a través de la toalla y de la ropa. Lo miró esperando una reacción de susto, pero se veía aún más satisfecho con la situación si cabía. Cualquier duda que albergara, cualquier inseguridad en el plano sexual, nada explorado hasta ese momento, se disipó cuando notó que la entrepierna de Rukawa estaba en las mismas condiciones que la suya propia.
Empezó a besarle el cuello, dejando un rastro húmedo por cada lugar por el que pasaba. Rukawa gemía por lo bajo, y alborotaba los cabellos rojos de Sakuragi, tomándolos con fuerza.
Hanamichi siguió bajando, quería probar toda esa piel blanca que se le ofrecía y se le antojaba tan excitante. Mientras tanto le acariciaba la espalda por lo bajo, con suaves caricias que llevaban a Rukawa a la desesperación. Quería tocar más, pero la cintura del jean se interponía. Por sí sólo, Rukawa se desabrochó los botones ágilmente de un tirón,  consciente del impedimento para recibir más caricias. Hanamichi llegó por fin al punto más bajo de su espalda, y lo masajeó intensamente con ambas manos, arrancando más gemidos a Rukawa.

-Más...-suplicaba Rukawa, con una voz que jamás había dejado oír.

Contento con esta súplica, Hanamichi le besaba la clavícula y pecho, hasta llegar a un pezón. Sabía a gloria, y con fuertes lamidas logró ponerlo totalmente duro y rojo. La sensación de sentirlo endurecer entre sus  labios le pareció única e irresistible. No se cansaba de lamerlo y de oír a Rukawa delirar del placer. Cuando acaba con uno procede de la misma manera con el otro, enloqueciendo aún más al muchacho de pelo negro que gemía perdido.
Mientras con una mano pellizcaba un pezón, con la otra sigue tocando su baja espalda,  se deleitaba observando los ojos cerrados del zorro, con la cabeza echada hacia atrás, aún agarrado a su cuello. Esa visión le hace querer tocarlo más íntimamente, y lleva una de sus manos al elástico de la ropa interior, bajándosela para poder sacar el miembro completamente endurecido de Rukawa. Lo toma y comienza a friccionarlo, y para deleite propio, el  zorro larga pequeños aullidos. Rukawa lo besa, con más pasión que antes y le suplica con la mirada.
-Ya no puedo más....Ah...ah...Sakuragi...para, por favor...
-No, me darás todo zorrito lindo-le dice Hanamichi con voz ronca.

Rukawa se semi-levanta para poder correrse un poco más atrás y dejar al descubierto la masculinidad del pelirrojo. Desata la toalla y toma el miembro de Hanamichi, acariciándolo. Hanamichi siente un temblor delicioso y brutal que le recorre todo el cuerpo, y gemidos roncos se le escapan.
-Quiero sentirte ya, zorro-le dice muy seriamente mirándolo a los ojos.

Rukawa se disponía a levantarse para sacarse del todo el pantalón, cuando ambos escuchan el pique de una pelota, seguida por la voz inconfundible de Mitsui que venía gritando.

-Qué bueno que quede alguien todavía, por que olvidé mis libros y mañana tengo examen a primera hora-le decía Mitsui a quien estuviera allí. Las luces prendidas le dieron la pauta de que había alguien en el vestuario aún.

Se asomó por la puerta y pudo ver a Hanamichi sentado con su bolso encima buscando algo dentro, y a Rukawa de espaldas colocándose la remera frente a la puerta abierta de su casillero.

-Qué suerte la mía que se hayan demorado, es que en el apuro me dejé todo. Hanamichi, fíjate que quedaron pelotas en la cancha, y si el capitán las ve allí mañana te golpeará.

Sus libros habían quedado apilados en el piso en una esquina. Cuando iba a recogerlos pasó por detrás suyo Rukawa, dirigiéndose a la salida sin mediar palabra, fiel a sus maneras.

Hanamichi volvió a la realidad. ¿Qué había estado a punto de hacer con Rukawa? ¿Qué había hecho con Rukawa? Aún sentía en su boca el gusto del zorro, y en la punta de la lengua la dureza de sus pezones. Su excitación no bajaba, y ya no sabía que seguir buscando en el bolso para disimular. La voz de Mitsui le había devuelto la voluntad de sus  actos, y en un reflejo feroz se había quitado de encima el peso del pelinegro, ganándose una mirada asesina de parte de éste. Agradeció enormemente que se fuera sin rechistar minutos después.

-Adiós, Hanamichi. Nos vemos mañana-lo saludó Mitsui.

Y Hanamichi quedó a solas con sus pensamientos.






Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora