Capítulo II

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   Luego de decir aquello y de dejarme el corazón palpitando con fuerza, esbozó una tenue sonrisa que hizo que mi piel se erizara.

   —Tienes miedo —susurró. Se lamió violentamente los labios y miró el cigarro que yacía sobre sus dedos—. Me gusta ver a las personas con miedo. Se siente bien, ¿sabes? Es como comer un helado de chocolate... Así de placentero es para mí.

   —No me gusta el helado de chocolate.

   —¿Y a quién coño le importa lo que te guste o no?

   Se levantó soltando un bufido, y se dirigió a la cama. Ahí, justo al lado y en el suelo, yacían mis cosas. O mejor dicho: parte de mis cosas. Estaba mi mochila ensangrentada y mi ropa, pero no hallaba por ninguna parte la guitarra.

   Eso me angustió, incluso más de lo que ya estaba.

   —¿Puedo hacerte una pregunta? —lo seguí con la mirada.

   Él se agachó, tomó mis cosas y las tiró hasta dejarlas frente a mí. Luego sacó el cigarrillo de su boca y lo apegó a la pared para apagarlo totalmente. A pesar que fueron pocos minutos los que duró encendido, la habitación se había llenado un poco de humo.

   —Habla de una vez, maricón.

   Con una actitud determinante, se posicionó frente a mí y tomó la mochila. Hizo una mueca de asco al verla llena de sangre del otro sujeto que había intentado robarme. Por suerte era impermeable, así que todo lo que estaba adentro estaba intacto.

   —¿Y mi guitarra?

   —¿Tengo cara de saber de tu maldita guitarra de mierda?

   —Oye, es en serio —le dije, mirándolo; él sacó mis libretas de la mochila—. Es importante para mí. La necesito.

   —No lo sé —contestó—. Cuando llegué un bastardo llamado John ya estaba aquí perturbando mi maldita paz.

   Solté un suspiro. Él soltó la mochila y se dispuso a revisar mis libretas. La primera que tomó fue la de dibujo y vio bocetos e intentos de dibujos que había plasmado ahí a lo largo de un tiempo.

   —¿Está mierda la haces tú?

   —Uh, sí.

   —Está bonito, pero es una basura inservible.

   Las tiró al suelo, cerca de la mochila. Luego tomó mi chaqueta y revisó los bolsillos; sacó el móvil, la billetera y una hoja que se apresuró a desdoblar.

   Quise que la tierra me tragara cuando él me miró a los ojos. Lo que había visto era nada más y nada menos que el retrato que el tipo de la cafetería me había dado.

   —Explícame que mierda es esta, maldito maricón. —Casi me pegó el papel en la cara—. ¿¡Qué es esto!?

   —Es alguien que tiene cara de bebé y dice ser un malote.

   —No me hagas golpearte otra vez —me apuntó con el dedo índice y frunció su ceño—. ¿De dónde sacaste esto?

   —Me lo dio un tipo en la cafetería...

   —Mmmh, pues qué bien —arrugó el papel—. Esto es basura, ¿okey?

   Se levantó y aventó la bolita hacia una papelera que estaba en una esquina de la puerta. Luego volvió a rebuscar entre los otros bolsillos de la chaqueta y, al no hallar nada más, tomó la mochila y abrió los bolsillos pequeños.

   —¿Qué haces con estos pinceles? —se burló—. ¿Te los metes por el culo?

   —O te los puedo meter yo a ti. Creo que eso resultaría mejor.

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora