Capítulo XXXIII

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   Deslicé mi lengua por la comisura de mis labios, para después inclinarme hasta su rostro y repetir el mismo proceso sobre los suyos. Acto seguido le arrebaté el arma y lo apunté, haciendo que él esbozara una sonrisa pícara.

   —Quítate la ropa.

   Sin esperar mucho tiempo se desprendió la chaqueta negra que cubría el resto de su atuendo, para luego hacer lo mismo con la camiseta blanca. Se quitó los zapatos con ayuda de sus pies, y después decidió despojarse del pantalón hasta que, finalmente, quedó desnudo. Lo hizo todo muy rápido, dándome a entender que en verdad estaba urgido.

   Rápidamente tomó asiento en el borde de la cama, y no tardó mucho en proceder a desabrocharme el pantalón.

   —¿Tan necesitado estás? —formulé mi pregunta mientras abandonaba el arma sobre la mesita de noche. Él bajó la cremallera—. Te noto bastante urgido.

   —Lo estoy —admitió sin descargo, al tiempo que esbozaba una amplia sonrisa. El brillo de sus ojos resultaba bastante peculiar—. ¿Acaso tú no?

   Le estampé una bofetada en su mejilla derecha que lo tomó de improvisto. Cubrió la zona con la palma de su mano, y sonrió complaciente.

   —Así me gusta, John. Tal vez, después de todo, no seas tan marica.

   —Obvio que no —le refuté—. Ese papel va mucho mejor contigo que con cualquier otra persona.

   —¿De dónde aprendiste ese insulto? ¿De un niño de cinco años?

   Me incliné hacia él, al momento que apoyaba ambas manos a su costado y sobre el colchón. Cuando nuestros rostros quedaron muy juntos, Paul llevó su dedo índice al círculo cromático que tenía debido al golpe que me había dado en horas de la mañana y lo hundió fuertemente.

   Dolió, pero intenté no demostrarlo porque se suponía que mi rol ahora sería distinto. Y no solo en cuanto al sexo...

   Le di un grotesco beso en los labios, mientras desprendía mi chaqueta; la aventé al suelo para que acompañara al resto de las prendas que eran de Paul. Seguí besándolo con suma intensidad, sintiendo aquel agradable cosquilleo que invadía mi entrepierna y la hacía endurecer.

   —¿Sabes, John? —su timbre de voz era lento, pausado. Me robaba el aliento con tan solo mirarme a los ojos—. Hay muchas cosas de ti que me gustan, pero hay una que me gusta más que todas.

  Aún con mis manos apoyadas a los costados y con nuestros rostros muy cerca, me dispuse a repartir besos en su cuello.

   —¿Ah, sí? —hice una pausa para preguntar. Di un par de besos más hasta que volví a detenerme—. ¿Y qué es?

   Apretó mi masculinidad, para luego esbozar una sonrisa ampliamente pícara mientras deslizaba su lengua por sus labios. ¿Por qué era tan bonito y tan hijo de puta al mismo tiempo?

   —¿Y quieres una probadita de eso que tanto te gusta?

   Cuando él asintió, yo me separé de él y me dispuse a terminar de bajarme el pantalón hasta la altura de mis rodillas. Paul alzó su rostro para verme, y entonces yo aproveché para darle otra bofetada que le hizo soltar un pequeño jadeo.

   —¿Qué esperas para lubricarlo, eh? ¿O es que quieres que te lo meta así?

   El semblante de Paul se tornó pícaro. En seguida bajó el bóxer, sostuvo mi pene entre su mano y comenzó a masturbarlo a una velocidad moderada: ni muy rápido, ni muy lento. En un punto exacto que hizo que yo comenzara a segregar líquido pre-seminal.

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora