Capítulo XIX

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   —Muy bien, par de mierdas deformes. Lo de siempre: entramos, matamos y robamos todo lo que esté a nuestro alcance. Tenemos quince minutos. Tú, John, detrás de mí siempre; tú, George, llega con la motocicleta; y tú, Stuart, nada de follar cadáveres, ¿okey?

   Yacíamos en cuclillas, detrás de unos matorrales planeándolo todo. Stuart lo miró feo.

   —¡Yo me voy a follar nada! ¡Qué fastidio!

   Tragué en seco. Cada vez que íbamos a cometer robos, yo me ponía muy nervioso y la causa no era en vano. Todavía no me acostumbraba a ver sangre por todos lados y mucho menos a Stuart querer follárselos.

   —Como sea. —Paul carraspeó, al tiempo que se acomodaba el pasamontañas que cubría la totalidad de su rostro—. Intenten tomar las mayores cosas posibles. Sobre todo los dulces —aseveró, mirándonos con aquel par de ojos preciosos—. Y comida, claro...

   Lo que íbamos a robar se encontraba a varios metros de distancia. Era nada más y nada menos que una tiendas de dulces y snacks, situada en la calle del centro de la cuidad. Era conocida por su gran variedad de golosinas.

   Y a Paul se había antojado de comer los dulces de ahí.

   Y de, claro, dar disparos en las cabecitas porque tenía tiempo sin hacerlo.

   Estábamos a escasos metros de la tienda. Era muy de mañana; el sol apenas estaba saliendo y la única que había entrado a la tienda era una trabajadora del local. Seguramente para limpiar y ambientar todo para el horario de apertura. Era una muchacha joven, de unos dieciocho años. Tenía uniforme rosa y una cabellera negra que le llegaba hasta los hombros.

   Segundos después de planear todo una y otra y otra vez, nos dirigimos hasta allá de forma rápida y con una cautela increíble. Las prendas negras que llevábamos puestas eran cómodas para ese tipo de cosas.

   Nos detuvimos al lado de la puerta de vidrio, y pudimos divisar la silueta de la chica: estaba trapeando el pasillo con los auriculares puestos y moviendo su cadera al ritmo de lo que escuchaba.

   —Oh, pobrecita. —Paul fingió preocupación—. Lástima que se va a morir hoy.

   Llevó su mano empuñada hacia el vidrio y lo tocó dos veces para captar su atención. Tuvo que agitar sus brazos para poder hacer que la chica alzara su rostro y se diera cuenta que estábamos ahí. Palideció cuando sacó sus propias conclusiones de quiénes éramos nosotros... O ellos.

   Se quedó inmóvil, pero dio pasos lentos hacia atrás cuando Paul la llamó moviendo su dedo índice de manera rápida.

   —Maldita zorra —gruñó, disparando la cerradura de la puerta con el arma silenciada. Luego la abrió de una patada y la chica echó a correr hacia adentro—. ¡Ven aquí! —vociferó, yendo tras ella por los pasillos. Logró agarrarla del cabello y la aventó al suelo; le dio una patada en la cara—. Eres una zorra de mierda... ¿Cómo te atreves a correr, eh?

   Stuart y yo llenábamos las mochilas de cuanto dulce y snack hubiera en los pasillos, pero no podía dejar de perderme la vista de lo que estaba aconteciendo. La mujer estaba en medio de pasillo que estábamos, tirada al suelo y con Paul apuntándole la cabeza.

   —A ver... Necesito pensar dónde te voy a disparar. Si te mueves, pueda ser que no lo piense tanto, ¿oíste, zorrita? Así que quédate quita.

   Carraspeó. Yo seguía sin dejar de meter cosas a la mochila. Y Stuart se había ido a la caja registradora, luego que Paul le hubiera aventado la llave que la chica tenía en su bolsillo.

   —De tin... —apuntó su cabeza—, marin —guió el arma hasta su pecho derecho—, de do pingüe —luego hasta el derecho—, de cucara —apuntó su estómago—, macara —la guio hasta su muslo—, titere gue —apuntó a su vagina, y se sonrió ampliamente—. Lo siento, zorrita. —Y disparó tres veces, haciendo que ella gritara, se retorciera de dolor y que un charco de sangre comenzara a bajar de su cuerpo.

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora