Capítulo XIV

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   Cuando me incliné a él para darle un beso en los labios, el gemido intenso de la niña nos separó. Paul frunció el ceño, como sacando las evidentes conclusiones de lo que estaba pasando en su "dulce morada repleta de maricones imbéciles."

   —¿George? —formuló su pregunta pausadamente; yo asentí. Un semblante de molestia invadió su rostro—. Es hijo de perra —murmuró.

   Dejándome el pene endurecido, se levantó y se dirigió hacia la salida, al tiempo que sacaba el arma que tenía detrás de su camisa. Yo lo seguí, con piernas temblorosas por miedo a lo que él pudiese hacer.

   Porque sabía perfectamente que Paul tenías las agallas para disparar, sin importar quién fuera.

   Y eso podía aplicarse conmigo, lamentablemente.

   Stuart estaba todavía sentado sobre el sofá, leyendo un par de historietas para pasar la molestia que le había hecho causar Paul. Este nos miró con asombro, pero más a Paul, quien parecía dispuesto a ir hacia la recámara de George.

   Ni siquiera tocó: de una patada abrió la puerta e interrumpió el coito de una niña y un adulto. Disparó tres veces seguida, luego dio otro disparo y George gritó de dolor.

   —¡Te advertí que no hicieras esta mierda aquí! —espetó. Yo no podía ver, ni siquiera quería acercarme y estaba mejor así—. ¡Te dije que no lo hicieras más aquí!

   —Mierda... —Stuart se levantó del sillón y, sigilosamente, se asomó por la puerta. Su semblante se tornó horrorizado—. ¡Mierda! ¡La niña! —chilló, devolviéndose a su lugar.

   —¿Qué tiene?

   —Está muerta —contestó. Creí que parecía agradado, pero tal vez los cadáveres de niñas no eran su talón de Aquiles—. Le disparó a ella. Y a George le disparó en el pie.

   —¿Y... ella cómo está? —pregunté, teniendo como fondo musical la disputa de Paul y George—. Sé que está muerta, pero...

   —George la estaba obligando a chupársela. Quedó muertecita con el pene en la boca y con tres dedos de George en su vagin...

   —¡Basta! ¡Suficiente!

   Me devolví a la recámara, cerré la puerta y me senté en la cama, teniendo mi respiración inmensamente agitada. Inhalé, exhalé. Quería controlar mis nervios y mis ganas de salir corriendo.

   Pero, en cierta forma, sentí una cierta satisfacción al saber que Paul le había disparado en el pie. Se lo merecía, de eso estaba claro. Pero se merecía mucho más que eso.

   "¡Y tú, Stuart! ¡Limpia este desastre y busca algo para curar el maldito pie de este bastardo!", escuché los chasquidos de sus dedos. "¡Muévete, coño! ¡Que sea rápido! ¡Limpia eso ya!"

   "¡Pero yo...!"

   "¡Pero nada! ¡Haz lo que te digo!"

   Escuché unos pasos dirigirse hacia la recámara.

   "¡Y espero que no te folles el cadáver aquí!"

   "¡Agh! ¡No lo haré!"

   Se adentró a la recámara, cerrando la puerta a su paso. Tomó una bocanada de aire. Sus mejillas estaban rosadas, y todo por la molestia que le había causado lo que George había hecho. En diversas ocasiones Paul había expresado su molestia cada vez que no le obedecían. Eso me molestaba. Lo detestaba.

   —Ese inútil —gruñó segundos después, dirigiéndose a la cama. Se sentó en el borde, justo a mi lado—. Detesto que hagan las cosas que yo digo que no hagan. Ahora espero que el imbécil de Stuart sepa muy bien limpiar todo eso.

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora