Capítulo XXVI

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   Hubo un silencio incómodo; seguíamos mirándonos a los ojos hasta que yo, pese a la tensión, bajé la mirada y metí las manos en la bata. No podía estar tanto tiempo detallando ese par de ojos hazel tan intimidantes y tiernos a la vez.

   Cómo no emitió palabra alguna, me armé de valor y lo miré nuevamente.

   —¿Por qué dices que es algo horrible y catastrófico? Amar y estar enamorado es bonito, ¿sabes?, se siente bien querer a alguien...

   —¿A alguien como yo? —formuló su pregunta con voz gélida, ligeramente pastosa—. ¿Se siente bien querer a una persona como yo?

   —Claro que sí —contesté sin dudar—. Se siente bien quererte.

   Paul se lamió los labios con parsimonia, al tiempo que su mirada se dirigía hacia el reloj que reinaba en la pared de la habitación.

   —¿No tienes que alistarme? Quiero salir de aquí rápido.

   —Oh, sí.

   La forma en que había evadido mi confesión me había incomodado lo suficiente como para que mi pulso se entorpeciera. Había sido fea la manera en que me había contestado y actuado, pero era Paul McCartney, así que prácticamente era algo normal.

   Cuando saqué las vendas del estante de vidrio, fui hacia su camilla y me dispuse a envolver lentamente su rostro para cubrirlo, dejando, por supuesto, su nariz sin cubrir para que pudiera respirar con mucha facilidad.

   —¿Qué pensabas hacer, Paul? —le pregunté, sin dejar de deslizar el rollo de gasa para cubrir su rostro—. ¿En qué pensabas?

   —En ti.

   Tontamente mi corazón se aceleró al escuchar aquello. Me detuve porque me faltaba cubrir su boca, y no quería hacerlo todavía porque quería seguir escuchándolo.

   —¿En mí?

   —Sí, imbécil, en ti.

   —¿Y qué pensabas de mí?

   —Dónde estabas y qué estabas haciendo —contestó. Sus ojos estaban vendados, así como la mitad de su cabeza—. Como te dije, creí que no ibas a venir por mí.

   —No te dejaría solo nunca.

   Dicho eso, me dispuse a cubrir el resto de su rostro con la venda. Acomodé el espacio en su nariz, y lo miré para ver qué otra cosa podía faltar.

   —¿Estás bien?

   Paul alzó su dedo pulgar, indicando que sí. Acto seguido tomé la bolsa de suero, la colgué sobre la camilla y rodé la misma hasta la puerta. Era algo pesada, pero no era algo que no pudiera manejar.

   —Estoy listo —le dije—. Sólo debo esperar a que Stuart me llame y me indique que ya debo salir... ¿Sabes?, estoy nervioso... Quiero decir, sé que tú no puedes contestarme, pero me oyes y me conformo con eso... Quiero que todo salga bien y que tú estés en la cabaña... Ah, porque te recuerdo que tu dulce morada repleta de maricones imbéciles explotó.

   —Ya lo sabía —murmuró con deficiencia—. Me asusté cuando me enteré porque creí que habían muerto.

   Me sorprendí cuando lo escuché hablar, a pesar que su voz se escuchaba como un baluceo.

   —Creí que no podías hablar por las vendas...

   —Sí puedo, tonto.

   Tres toques en la puerta aceleraron de forma notable los latidos de mi corazón. Tragué en seco e intenté calmarme para así pensar con claridad.

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora