Capítulo XXXIV

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   A pesar que mis nervios incrementaban a la velocidad de un rayo, Paul parecía estar tranquilo, decidido y seguro de sí. Aquellos puntos láser seguían apuntando nuestros cuerpos en la mayoría de las zonas, dispuestos a bombardearnos con tan solo un mínimo movimiento.

   —Estos bastardos nos iban a traicionar, John —habló con firmeza, mientras que su cuerpo permanecía muy estático ante la situación tan engorrosa en la que nos encontrábamos—. Richard me lo acaba de decir. Se iban a entregar ellos y a nosotros dos. ¿Lo ves? Te dije que era bueno deshacerse de ellos cuanto antes, pero tú siempre intentando retenerme...

   —¿E-Entonces ya lo sabías?

   —Fue lo último que dijo Richard antes que su yugular se rompiera accidentalmente por un cuchillo que tenía en las manos.

   Tragué en seco.

   —¿Y ahora qué haremos?

   —Nada... Esperar lo que ya sabes que va a pasar.

   Por mi mente sólo pasó una única palabra que encajaba perfectamente: cárcel. Tomé aire para intentar calmarme, aunque sabía, en realidad, que era inútil. Me encontraba en la situación que más temía.

   Paul dirigió su mirada hacia el cadáver de Stuart. Había muerto con los ojos abiertos y su rostro se había desfigurado pese a la herida de bala.

   —Maldito bastardo come mierda —gruñó.

   Pero yo estaba demasiado atónito como para decir algo más. Vi cómo aquellas personas con armas largas y apuntándonos se acercaban a nosotros, vestidos con su uniforme completo de policía que cubría sus cuerpos de pies a cabeza, y sobre todo su pectoral: este se veía más grande debido al chaleco antibalas que seguramente llevaban debajo de aquellas prendas azul oscuro.

   Alrededor de quince se acercaron a nosotros, sin bajar la guardia; y al menos cinco se dirigían en dirección a la chica que estaba amordazada en el suelo.

   Varios de ellos rodearon y registraron a Paul bruscamente para descartar la posibilidad de que tuviera alguna otra arma en su cuerpo. Al asegurarse que no le dieron la vuelta y uno logró esposar sus muñecas, sin importar que las manos estuvieran ensangrentadas. Otros dos repitieron el proceso conmigo.

   —Tiene derecho a permanecer en silencio —me dijo uno de ellos, mientras uno me ponía las esposas—. Cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra en un tribunal. Tiene la asistencia de un abogado durante su interrogatorio. Si no puede pagarlo, se le asignará uno de oficio.

   Luego de que el otro policía —cuya cara, al igual que el resto, no podía ver por el tapabocas negro y los lentes del mismo color— le repitiera lo mismo a Paul, a ambos nos empujaron para caminar hacia adelante. Varios de ellos ya se habían adentrado a la cabaña para registrarla.

   Comenzamos a caminar en dirección a la salida de aquel extenso bosque que había sido nuestro refugio durante largas semanas y que ahora estaba repletos de funcionarios policiales que impedirían nuestro escape: estaba dispuestos a matarnos si intentábamos hacer alguna locura.

   Entonces pensé en lo que Paul me había dicho, que tenía muchísima relación con las últimas palabras que había dicho Stuart. "Este es mi fin, pero el tuyo también." ¡Claro! Esa era la supuesta situación que se les había complicado pero que habían sabido manejar.

   Maldición. Nos habían traicionado y de la manera más indigna y sucia, mucho más de lo que pudo haberlo hecho Paul.

   En un abrir y cerrar de ojos estuvimos fuera, justo donde estaban los autos viejos y la motocicleta que solía usar Stuart para robar, que ahora estaba siendo inspeccionada por varios agentes para tomar las huellas dactilares seguramente inexistentes porque usábamos guantes de cuero para hacer cualquier cosa.

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora