Capítulo XXXV

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   Desperté con los músculos de la espalda entumecidos debido a lo incómodo que resultaba la cama de arriba de la litera. Había tenido que compartir cama con Paul, y eso era realmente cómodo e incómodo; cómodo porque estábamos juntos y abrazados; e incómodo porque no podíamos movernos mucho.

   Varios golpes en los barrotes de la celda me hicieron levantarme de manera apresurada, con el cabello alborotado y con baba en la comisura de mis labios.

   "¡A despertarse!", gritó el vigilante de turno, que era más gruñón que el otro. "¡Toca ducha!", siguió golpeando los barrotes de las demás celdas con su porra. "¡Vamos! ¿Qué esperan? ¿Quieren ser presidiarios limpios?"

   Di un bostezo, al tiempo que movía mi cuerpo lentamente para poder sentarme en la cama sin caerme. Rasqué mi pectoral sobre el horrendo uniforme de presidiario y miré a Paul, que también estaba despertándose mientras bostezaba.

   —Agh, ni estando preso puedo dormir hasta tarde —gruñó, bajándose de la litera de un salto; la misma rechinó—. Qué fastidio.

   Yo me bajé de la litera usando la pequeña escalerita de hierro que estaba por romperse. Finalmente coloqué mis pies descalzos sobre el suelo frío de la celda, para después mirar hacia la cama de abajo, donde yacía Mark plácidamente dormido bocarriba y con una sábana cubriendo su cuerpo porcino.

   Resoplé.

   —Que bast...

   Paul me interrumpió llevando su dedo índice a los labios, queriéndome decir que hiciera silencio.

   —¡Vengan! ¡Salgan!

   El vigilante de guardia procedió abrir nuestra celda, haciendo que nosotros, semi-desnudos, camináramos hasta allá. Antes de dejar salirnos, le dedicó una mirada introspectiva a Paul con aquel par de ojos azules que me recordaron a Richard. Ese bastardo...

   Paul no se doblegó y le sostuvo la mirada, con su ceño fruncido y con ganas de querer asesinarlo en ese mismo momento. El guardia apartó la vista súbitamente y nos indicó que saliéramos.

   Nos condujeron por un pasillo, pasamos al lado de las escaleras de subida y de bajada, y dividieron el grupo en dos: uno hacia la izquierda, otro a la derecha. Transitamos otro pasillo, esta vez muy corto, hasta lograr llegar a una entrada —cuya puerta era un grueso plástico que no permitía ver nada —donde estaban detenidos dos vigilantes.

   Uno a uno fuimos entrando. El interior de la misma tenía varios cubículos hechos con cerámica azul que tenían una regadera arriba, además de productos de higiene a un lado.

   Sin pensarlo, Paul se adentró al mismo cubículo que yo y comenzó a quitarse el uniforme naranja, no sin antes cerrar la puerta que tenía un toque transparente y borroso. Miré todos sus movimientos, después emití una risita e imité su acto. Por último lo aventamos a la cesta que estaba en las afueras del cubículo.

  Paul abrió la llave enseguida, dejando salir a presión el agua de la regadera. No era ni caliente, ni fría: un término medio que, en cierta forma, era ligeramente agradable.

   —¿Por qué no me dejaste hablar delante de Mark? —formulé mi pregunta mientras dejaba humedecer mi cuerpo con el agua—. Estaba dormido.

   —No te confíes de ese gordo hijo de puta. Me da mala pinta.

   Tomó el champú, lo abrió y lo aplicó sobre su cabello. Hizo lo mismo con el mío, así que al cabo de unos segundos estábamos haciéndonos masajes en el cuero cabelludo para hacer espuma.

   Estábamos desnudos, y por ese pequeño detalle me resultó imposible no mirarle el trasero pálido a Paul.

   —¡Hey! —espetó, apartándose y dedicándome una mirada no tan bonita—. ¿Qué es lo que haces?

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora