Capítulo V

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   La oscuridad reinaba en la habitación. Seguramente eran alrededor de la una o dos de la mañana, pero lo cierto era que yo no podía dormir. Constantemente pensaba en eso que ni siquiera quería pensar, y eso que ya había pasado una semana.

   Lo tomaba por olvidado y lo había superado tal vez un noventa por ciento; pero de vez en cuando, el otro diez por ciento volvía a invadir mi mente: recordaba su última mirada, su último grito, su último llanto...

   Sin lugar a dudas, eso y los dos robos a los que había asistido —con muerte y sangre segura—, me habían afectado.

   —Hey, Paul... —susurré—. ¿Estás despierto?

   A pesar que no lo veía con claridad, giré mi rostro para poder ver su cuerpo acurrucado y cubierto por las sábanas calentitas. Todavía seguíamos esposados de la muñeca, así que cada movimiento que hiciera él lo sentía; y viceversa.

   —Paul...

   —Mmh —musitó, estirando sus piernas—. ¿Qué coño quieres? ¿Para qué me despiertas?

   Estiré mi mano, encendí la lámpara y me senté, apegando mi espalda a la cabecera. Él imitó mi acto.

   —No me siento bien.

   —¿Qué tienes, maricón? ¿Te vas a enfermar? Agh, lo que faltaba.

   —No, no —negué con la cabeza—. No es nada de eso. —Bajé la mirada y comencé a jugar con los pliegues de la sábana que cubría mis piernas—. Es por lo de...

   —George —concluyó; yo mi miré. Él alzó su ceja, esperando una respuesta mía—. ¿Es por eso, no?

   —Sí... —admití, deslizando mi mano para alborotar mi cabellera castaña—. Es por eso.

   —Pues... sí, es... es difícil de digerir. Pero, maldición, John, ya pasó una semana de eso. Supéralo de una puta vez.

   —Tal vez lo pueda superar de un todo si te digo algo que pensé ese mismo día: tú, Paul, debiste haberle prohibido que siguiera haciendo eso.

   Él bufó.

   —No puedo hacer eso. No soy quién para prohibirle a él y a otro bastardo que no haga algo que quiere hacer. Y tampoco tengo la moral para hacerlo; yo he violado a chicas también y digamos que es casi lo mismo que él hizo. Tarde o temprano él pagará por sus actos y yo por los míos.

   —Pero le dijiste que no lo hiciera aquí, pero sí en otro lado. Debiste haberle dicho que dejara de hacerlo no sólo aquí, sino en todas partes. Eso es horrible.

   —Deja tú de hacer tus garabatos inútiles y deja de tocar tu maldita guitarra —exigió repentinamente; con lentitud, sacudí mi cabeza en negación—. ¿Ves? No puedo prohibirte a ti que hagas tus cosas, ni a él, ni a nadie. Como dije antes: cada quién es dueño de sus actos y pagará por ellos.

   Apreté mis labios, para luego soltar un suspiro pesado.

   —Debí haberla ayudado... Debí haber hecho algo por ella, y no dejar que él... Agh. ¿Por qué no intervine? ¿Por qué no hice algo a tiempo? ¿Por qué las últimas horas de su vida fueron las peores? Yo estaba ahí... sin hacer nada... Y ella pidiendo auxilio...

   —George se hubiera molestado —habló pausadamente, como si mi estado de ánimo crítico lo hubiera compadecido—. Además, aquí tenemos una especie de regla, por decirlo así: nadie se mete en los asuntos del otro, a no ser que perjudique al grupo. Por eso le prohibí que eso se repitiera aquí: porque afectaba al grupo...

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora