Capítulo XXXIX

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   El mencionado salió de la cama de un salto, y se colocó a mi par, mirando con detalle el líquido seminal seco que yacía sobre la sábana.

   —QUÉ ASCO.

   Las ganas de vomitar invadieron mi estómago, y al parecer a Paul le pasó lo mismo puesto que el semblante asqueado que tenía su rostro bonito lo había delatado.

   —Se masturbó con mis gemidos. ¡AAAAGH, LO ODIO!

   En una evidente ira, llevó sus manos a su cabello y lo alborotó con molestia, al tiempo que emitía diversos gruñidos.

   —Qué maldito cerdo tan asqueroso. Lo detesto, no lo soporto. ¡Quisiera matarlo ahora mismo!

   —¡SHHH! —Me apresuré a cubrir su boca con la palma de mi mano—. Cierra tu boca —le susurré—. Pueden escucharte...

   Me dedicó una mirada fea, pero como lo que le había dicho no era menos cierto se quedó en silencio y, con suma brusquedad, se apartó de mí. Caminó hasta la mitad de la celda, llevó las manos a su cintura de una forma muy masculina y suspiró, tratando de calmarse.

   Como tenía el peso de su cuerpo descargado en la pierna derecha, su glúteo se tornó más gordo y me resultó imposible no proporcionarle una fuerte nalgada que casi lo hizo caer de boca al suelo.

   —¿¡QUÉ TE PASA, IMBÉCIL!!?

   Luego de espetar, se giró y me dio una fuerte bofetada en mi mejilla. El ardor en la piel se hizo presente, y no tardé en verificar la comisura de mis labios para saber si había sangre: a pesar que no hubo ningún rastro del líquido bermellón, tenía un ligero sabor dentro de mi boca que pasó luego de tragar repetidas veces.

   Molesto, lo apunté con el dedo índice cuya muñeca estaba vendada. Ni siquiera me había acordado del pequeño esguince mientras teníamos sexo la noche anterior.

   —Que sea la última vez que me golpees así, ¿okey?

   Intenté que ese okay sonara como un macho y no como un gay reprimido.

   —¿Qué? No me digas que te dolió.

   Bufé y él se rió.

   —Eres un marica. No me canso de repetirlo.

   —¿Y tú no te cansas de serlo?

   Emitió dos carcajadas tan secas como mis testículos y luego me dedicó una mirada tan fea como Mark.

   —Qué imbécil eres.

   Unos murmullos y pasos nos hicieron quedarnos quietos. Tan solo bastaron unos segundos para que el cuerpo y la presencia repugnante de Mark se asomaran en la celda, junto al vigilante que le abrió la reja para que entrara.

   —En cinco minutos toca ducha —nos dijo el vigilante, alzando un poco la voz. Sus ojos esmeralda recorrieron la celda y, sobre todo, el rostro de Paul que esta vez parecía más amenazante y odioso que nunca. Rápidamente evadió la mirada y, marchándose, murmuró—: Estén listos rápido.

   Mark se sentó en el borde de la cama, sin ni siquiera mirarnos. Era cómico como lo hacía cuando yo estaba desprevenido. Realmente asustaba, y mucho.

   Mientras subía nuevamente a la cama de arriba, Paul me miró a los ojos, como queriéndome decir algo que no entendía o no quería entender. Finalmente, cuando se sentó en el borde y sus pies quedaron suspendidos a varios centímetros sobre la cabeza de Mark, comenzó a mover sus labios.

   Tardé unos segundos para poder leer sus labios, entendiendo al fin lo que quería decirme: que le hablara.

   Pasé saliva por mi garganta, me di la vuelta y caminé hasta la pared de la celda, donde descargué el peso de mi espalda y miré a Mark. Este estaba concentrado, mirando sus zapatos sucios con suma atención. Algo muy raro, sin dudas.

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora