Capítulo XXX

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   Esbocé una sonrisita tímida al escuchar aquello, y cuando él me dio un beso en la mejilla el rubor aumentó de forma notable.

   Quería besarlo en los labios, pero resultaba muy asqueroso y contagioso porque tenía una maldita llaga que tenía que limpiar alrededor de seis veces por día para que no me doliera. Y, sin embargo, dolía.

   Lo único que hice para calmar mis ganas fue devolverle el beso en la mejilla, y levantarme de la cama para posicionarme al frente a él. De inmediato y sin esperar más, Paul bajó el pantalón de pijama que cubría mis piernas, haciendo que el mismo se deslizara hasta llegar a la altura de mis rodillas.

   —Disfruta...

   Llevó su boca hasta mi abdomen y comenzó a repartir besos cortos que los direccionó hacia mi entrepierna donde lamió por encima de la tela que cubría mi bóxer, causándome un placentero cosquilleo en mi zona íntima.

   —Mmh —coloqué mis manos sobre sus hombros, y dejé escapar otro jadeo profundo de mi boca—. Ah...

   Mi intimidad estaba comenzando a tomar rigidez a medida que su lengua se movía por encima de la tela y lo rozaba sutilmente con la piel. La tela estaba humedecida por mi líquido pre-seminal que comenzaba a salir y por su saliva.

   —Ah, Paul... —jadeé, sintiendo un agradable escalofrío que envolvió mi cuerpo—. Mhm...

   Alzó su rostro y me miró. Sentí ternura porque sus ojitos hazel dormilones estaban más vivos que nunca e irradiaban una chispa crepitante que envolvía a cualquiera.

   La policía buscándolo y él chupándomela.

   Deslicé mi mano sutilmente por su mentón para acariciarlo, logrando que él me sonriera un poco. En seguida volvió a lo suyo: llevó sus manos hacia el bóxer y lo bajó, haciendo que mí erección saliera disparada a su rostro.

   Se lamió los labios antes de agarrar mi pene y masturbarlo suavemente, ejerciendo una presión al final de la longitud que me resultaba enloquecedora. Gemí.

   —Ahg, vamos... —insté, sintiendo los latidos de mi corazón acelerados—. Chúpalo de una vez por todas.

   Me pellizcó el glande y chillé de dolor.

   —Las cosas aquí son como yo digo. Te la chupo cuando yo quiera.

   El ímpetu con el que lo dijo no contrastaba en lo absoluto con su carita tierna y sensible, por ello me reí y eso lo enfadó un poco más.

   —¿De qué te ríes? —dejó mi pene colgando y se cruzó de brazos—. ¿Qué te parece tan chistoso?

   —Nada, nada... —apacigué mi risita, y sostuve mi masculinidad entre mi mano. La acerqué a su boca, pero él apartó su rostro enseguida—. Anda... Me dijiste que ibas hacerlo.

   —Pero no para que te estés riendo de mí.

   —Me río de ti porque eres tan tierno y malote al mismo tiempo —le apreté un cachetito, y noté como se ruborizó enseguida—. Por favor, hazlo... —le pedí—. No quiero tener que ir a masturbarme al baño.

   Gruñó.

   —Eres muy sutil, imbéci. Tienes que pedirlo como a mí me gustaría que me lo pidieras.

   Estampé una fuerte bofetada en su mejilla derecha, que más bien lo hizo sonreír con picardía.

   —Te digo que me la chupes —exigí, apuntándolo con el dedo índice. Todavía no me acostumbraba a lastimarlo tanto—. Chúpala.

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora