Capítulo IX

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   Seguía pensando en la vida de ese bebé que estaba cerca de nacer y en la de su madre, igualmente asesinada. No podía concebir que hubiera tanta maldad en un solo ser. Y lo peor de todo: no podía concebir porque había regresado.

   —¿Quieres una cerveza?

   Alcé la mirada. Paul estaba de pie frente a mí, extendiéndome una lata de cerveza para hacerme sentir mejor. Un patético intento.

   —No. Estoy bien.

   —Yo sí la quiero —George se lo arrebató y le dio un sorbo, para luego sentarse en el sofá individual—. Mmh.

   Resignado, Paul encogió sus hombros, al tiempo que se sentaba muy cerca de mí. Estaba tan cerca que nuestras rodillas permanecían juntas. Había mucho espacio en el sofá, pero él había decidido sentarse a mi lado.

   Estábamos los tres nada más, ya que Stuart se había encargado de limpiar los rastros de sangre y de acomodar el cuerpo para que George luego se tirara en algún otro lugar. Ellos eran muy minuciosos y cuidadosos: limpiaban a las víctimas muy bien para que, a la hora de autopsia, no se hallaran rastro en sus uñas/cabello que pudiera delatar sobre el lugar donde habían estado antes de su muerte.

  Todo planeado por mentes tan macabras y retorcidas como las de George y Paul. Pero sobre todo Paul.

   Su mirada dulce me daba miedo. Y a veces cuando yo estaba desprevenido lo cachaba mirándome. Eso me hacía temer de vez en cuando.

  Estar con él era como ponerse una soga en el cuello y estar al borde del abismo.

   —Espero que no vayas a reprocharme por lo que hice.

   Deslicé mis manos por mi cabello y lo desordené, en medio de un suspiro.

   —Ya qué. De todos modos sé que al hacerlo no voy a cambiar tu actitud.

   —Qué bueno. Me aburre escucharte decir que está mal.

   —Es que está mal.

   —Ya lo sé —me miró con aires molesto—. Ya lo sé y no tienes que repetírmelo.

   —¿Entonces por qué haces algo que ya sabes que está mal?

   —Porque es mi vida, bastardo, por eso —replicó—. Y una vez que te enredas aquí no sales. Lo haces una, y otra, y otra y otra vez.

  —¿No te arrepientes?

   Paul apretó sus labios y, con un gesto indiferente, sacudió su cabeza en negación.

   —Todo en esta mierda me da igual. —Y, en un gesto masculino, subió los pies sobre la caja de madera que estaba en medio de los sofás—. Todo me da igual.

   —Esa posición es muy masculina para ti, ¿no lo crees?

   George escupió la cerveza que tenía en la boca y se rió a carcajadas por mi comentario. Paul me miró con molestia.

   —¿Disculpa? —se levantó muy lentamente; tragué en seco y me deslicé un poco por el sofá cuando se posicionó sobre mí—. ¿Escuché bien?

   —Eh...

   —Me pareció haberte dicho que te abstuvieras de ese tipo de comentarios —me apuntó con su dedo índice—. No quiero golpearte porque prometí no hacer algo que te lastime y voy a cumplirlo, pero también depende de ti. No me irrites, ¿okey?

   Acto seguido se marchó hacia la recámara, cerrando la puerta de un golpe. Me levanté enseguida para ir tras él, pero George me interrumpió.

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora