Capítulo VII

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   —Te abrazaría, pero apestas y los abrazos también. —Tiró el cigarrillo al suelo y lo aplastó con la bota negra que cubría su pie.

   Bajé mis hombros en medio de un pesado suspiro; me preguntaba si realmente había sido una buena idea volver.

   —¿Qué te sucede, Winnie? —caminó hacia mí. Colocó una mano en mi hombro—. ¿Estás bien?

   Sacudí mi cabeza en negación. En momentos como esos, estaba tan confundido que había preferido rebobinar y comenzar de nuevo a partir de semanas atrás.

   —¿Qué pasó allá arriba?

   —Me expulsaron —contesté con firmeza, mirándolo a los ojos. Mi voz se quebró—. Me expulsaron por haber faltado diez días y no avisar. El señor Davies me dijo que ese Instituto era para personas que realmente querían aprender.

   —Lo siento —me dijo—. En serio lo lamento. Y tal vez creas que lo hice a propósito, pero no fue así. Tardé mucho porque estaba planeándolo todo, pero no quería que te perjudicara en nada.

   —Pues lo hizo. Pero lo que más me... l-lo que más me afecta y me da impotencia es que ni siquiera se preocuparon por mí, por la razón de haber desaparecido y sólo me tildaron de irresponsable.

   —Así somos los seres humanos: gente sin escrúpulos, de alguna u otra forma; cada quién a su manera.

   —Y la chica... la chica que...

   —Maté —completó. Él sabía cuán difícil era para mí asumirlo—. Sí. ¿Qué pasó con ella?

   —Estudiaba en el Instituto de Arte, había ingresado hacía pocas semanas para la carrera de actriz. Y...

   —No te culpes. Ella ya está muerta.

   —¡Eso no ayuda en nada!

   Su ceño de frunció; tomó una bocanada de aire para evadir, seguramente, su molestia.

   —¿A qué viniste; a qué volviste? ¿A reprocharme o a estar conmigo? Decídete de una vez porque me estoy hartando de tu indecisión.

   Tragué saliva para humedecer mi garganta seca.

   —No lo sé... Creo que a estar contigo.

   —¿Por qué? ¿Por qué quieres estar con alguien como yo?

   Comencé a temblar de frío. Aunque no sabía si ese temblor se producía por la humedad que había en mi cuerpo o lo producía él mismo, por su carácter rígido que me hacía vulnerable en décimas de segundos.

   —No lo sé.

   —¿No sabes?

   Sacudí mi cabeza en negación.

   —¿Qué te hizo volver?

   —Tú. Tú y tu forma tan... tosca y tierna al mismo tiempo de tratarme. Creo que fue eso.

   Él emitió una pequeña risita burlona.

   —No soy tierno.

   —Sí lo eres. En ocasiones.

   —Claro que no lo soy —se tornó un poquito molesto—. Y espero que no lo vuelvas a repetir. ¿No escuchas lo que hablan de mí? Dicen que estoy lleno de maldad..., que no tengo corazón y...

   —Sí lo tienes. —Tomé su mano y la coloqué sobre su pecho, justo en el lado izquierdo y donde su corazón palpitante estaba siendo protegido por la piel y huesos—. ¿Lo ves? Palpita. Sí tienes. Si no tuvieras, no estarías vivo.

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora