Capítulo IV

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   Los llantos desesperados y adoloridos de la niña, más los gemidos de George me perturbaban por completo. Estaba violándola en su recámara.

   —Sabía que tarde o temprano ese bastardo resultaría un pedófilo.

   Miré a Paul: él yacía sentado a mi lado, bebiendo cerveza y tratando de digerir, al igual que yo, la situación en la que estábamos. Y Stuart estaba drogado, riéndose de lo que escuchaba y contando cualquier estupidez que ni a mí ni a Paul nos importaba.

   —¿Por qué lo dices?

   —Siempre lo sospeché. Las miraba extraño... como si las deseara. Por un momento creí que eran ideas mías..., pero hoy descubrí que no.

   "¡Ah!", el gemido de la niña, mezclado con llanto desesperado, me atormentó. "¡Ah, ah, ah! ¡Auxilio!"

   De pronto se escuchó una bofetada, seguido de la voz de George decir: "¡Cállate!"

   —Ay, no —cubrí mis oídos con la mano y me levanté—. ¡Quiero irme de aquí! ¡No quiero escucharla más!

   Dicho eso salí a paso apresurado de la cueva. Cuando estuve frente, suspiré y me coloqué en cuclillas con la espalda apegada a la pared. Mantenía mi cabeza entre mis rodillas e intentaba pesar en algo lindo: perritos y gatitos.

   Perritos y gatitos siendo violados por George. ¡No!

   "Tranquilízate, John", la voz de Paul me hizo alzar el rostro. Estaba frente a mí.

   —¿Estás bien? —me preguntó—. ¿Quieres agua o algo? Mírate: estás tan pálido como mi trasero.

   El imaginarme su trasero pálido cambió un poco la situación en la que me encontraba. Sin embargo las posibles imágenes de la violación rebobinaban en mi mente y me hacían desesperarme mucho más de lo que ya estaba.

   —No puedo soportar eso —le dije; Paul se sentó a mi lado—. O sea..., e-es una niña, por amor al cielo, seguramente es la consentida de su casa, tiene amigas, padres, abuelos... Debió tener una vida normal y... y ahora está ahí... —mis ojos se cristalizaron, por lo que tuve que parpadear con rapidez para evitar que las lágrimas rodaran por mi mejilla—. No puedo tolerarlo, en serio.

   —Lo sé, lo sé... —palmeó mi hombro.

   De pronto George salió con la niña agarrada del cabello, el cual estaba despeinado. Ella tenía un par de moretones en sus mejillas, lloraba a mares y caminaba con las piernas ligeramente abiertas. Seguramente George no había sido para nada sutil.

   Exhausto, dijo—: Listo. ¿Qué hago con ella?

   Sin decir nada, Paul sacó su arma y disparó en la cabeza de la niña, la cual cayó desplomada al suelo debajo de un pozo de sangre. Si estaba mal, eso me puso peor.

   —Y el próximo será para ti, George —lo amenazó con molestia, al tiempo que se levantaba. Todavía tenía su arma en las manos y el contrario se tensó—. Espero que sea la primera y última vez que esto suceda. Si vas a violar a una niña o niño, que sea fuera de aquí, ¿entendiste? Que esto no se repita otra vez.

   Pero él no se dejó intimidar por un bebé de ojitos dormilones. Adoptó una actitud firme y se dispuso a refutarlo.

  —¿Y tú qué, eh? Traes chicas aquí y las violas también. ¿Qué tiene de distinto?

   —Son chicas jóvenes, no niñas que ni siquiera han llegado a la pubertad —escupió sus palabras sin miedo alguno—. Son inocentes. Tienen una vida por delante y no quiero ser testigo de cómo la destruyes.

A Thousand Tears and Stars ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora