ARI
Jamás pensé ver a mis padres en una situación similar a esta. Tras la visita de mis tías hace ya semanas mis padres han estado muy distante conmigo y con mis hermanos. La cena fue muy corta, demasiado para lo que suele alargarse y casi no hubo conversación por parte de nadie. No le di importancia hasta que comprendí que algo había detrás de aquella inesperada cena. Mis tías no habían venido a mi casa solo para cenar con nosotros, obviamente porque no nos soportaban ni nosotros a ellas. Cuando mis padres empezaron a ocultarnos cosas, a esconderse de nosotros para hablar y a casi no tener tema de conversación, fue cuando mi hermano Stephen y yo comprendimos que algo malo estaba pasando. Nunca nos habíamos metido en sus conversaciones, hasta hoy. Ambos estaban en el despacho de la casa, con la puerta cerrada y discutiendo a pleno pulmón cuando mi hermano y yo llegábamos de casa de Adam, nuestro hermano mayor. Se pensaban que no había nadie en casa aun, por eso discutían a voz en grito. Vimos a nuestros padres tan ensimismados en la conversación y cabreados el uno con el otro que no nos resistimos a escuchar, sin haber dado señales de que ya estábamos de vuelta.
-¿Y por qué no le pedimos ayuda a Derek? Él sabrá qué hacer- propone mi madre con voz temblorosa, como si estuviera al borde de romper a llorar.
-¡No! Hemos quedado en que no le diríamos nada a los niños- gruñe papá-. Esto ha ocurrido por mi mala gestión. Y soy yo el que lo tengo que solucionar.
-No hicimos bien en contárselo a tus hermanas...- suspira mamá.
-Lo sé...- resopla papá con voz desesperada-. Necesito que alguien confíe en nosotros, que alguien tenga la voluntad de echarnos una mano. Pero me siento tan inconsciente... La gente nos mira con pena. Y algunos me descuentan el material considerándolo como un acto de caridad. ¡Por Dios, Carla! ¡Somos un acto de caridad para la gente!
-Ramón no pienses así...-dice mamá. No puedo verla pero juraría que ahora está acariciando el pelo de mi padre.
-Sí, sí pienso así porque es la verdad. Carla si no conseguimos a alguien que dé la cara por la empresa puede que no lleguemos a final de mes, de hecho puede que...
-Ramón.
-Puede que hasta perdamos la empresa- dice con un hilo de voz que fue casi inaudible.
Stephen y yo nos miramos con los ojos abiertos como platos totalmente perplejos por lo que acabábamos de oír. Por unos segundos nos quedamos en un silencio absoluto tanto dentro de la habitación como fuera. No se escuchaba ni una mosca, pero de repente escuchamos los sollozos de mi madre al otro lado de la puerta. Stephen contrajo sus músculos y se quedó totalmente atento a lo que sucedía en el interior. Yo en ese momento sentí como mi corazón se desgarraba al escuchar esa confesión y al oír el llanto desamparado de mi madre. Mi cuerpo temblaba como nunca antes y sentía un peso en el pecho que no me dejaba ni respirar.
Mi padre intentaba consolar a mi madre como podía pero no había consuelo alguno. Stephen tomó la iniciativa y con suavidad me llevó hasta el salón. Después de sentarnos en los sillones nos quedamos en completo silencio, ni si quiera eran audibles nuestras respiraciones. El tiempo parecía no pasar y mis padres no bajaban del despacho. Sé que mi hermano solo me sacó de ahí para evitar escuchar más, porque ya era incapaz de asimilar esto, mejor dicho, éramos.
De repente mi hermano se levanto y de un manotazo cogió las llaves de su moto que estaban encima de la mesa y dando un portazo salió disparado de casa. Al oír el golpe mi madre salió del despacho dirigiéndose hacia la puerta de la entrada.
-Ariadna...- susurró al darse la vuelta y verme, inmóvil, en el sillón-. Ari, cariño, ¿qué...
-Ir... me tengo que... que ir.
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Querida adolescencia
Ficção AdolescenteAllison Johnson, Madison Carter, Danna Garcia, Cataleya Damons y Ariadna Gonzales. Estas chicas, entre ella, no tienen mucho en común, pero son amigas por un motivo en concreto. No hace falta compartir los mismo gustos o aficionas para tener una re...