C I N C O

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Narrador omnisciente

El señor Choi se hizo cargo de todo el tema de la mudanza de su nuevo inquilino. Así fue como Jungkook solo se dedicó a relajarse junto a su madre. Pidió la habitación más alejada de todos, que justamente estaba más cerca de la "señorita Choi".

(...)

El viento afuera era terrible, eran cerca de las diez de la noche, las estrellas junto con la luna, alumbraban el cielo a la perfección. Jungkook caminaba tranquilo por el gran e interminable jardín de los Choi, y de nuevo comenzó aquello, sintió su pecho arder, y su mente viajó, se sentía vacío, solo. Esa noche ahí, bajo las estrellas, Jungkook lloró como un niño pequeño, sintiendo que todo a su alrededor se caía a pedazos. Ya tenía a su madre ¿por qué seguía sintiendo tristeza? Es que su dolor, venía desde hace mucho, no era fácil quitar algo así.
Volvió a su habitación, después de una hora, cuando ya no habían rastros de sus lágrimas.
Se lanzó cansado a su cama, ni siquiera quitó su ropa o lavó sus dientes, estaba cansado mentalmente, quería dormir y dormir y seguir durmiendo y hasta quizás no despertar más. Quería una señal, solo una, para seguir viviendo.

(...)

Eran las siete de la mañana, normalmente Jungkook se levantaba a las ocho o nueve, pero no pudo seguir durmiendo, debido a esa voz molesta y a la vez armoniosa que escuchaba en sus oídos.

—Agh, déjame dormir... —Dijo tapando sus oídos. —Esa voz... —se golpeó mentalmente para poder despertar.

Jungkook se levantó apresurado, corrió, tropezando y cayendo un par de veces por el pasillo, hasta que llegó a su destino, las puertas de la "señorita Choi".

Miró hacia el suelo, y ahí estaban las rosas que compró, marchitas.
La voz volvió a interrumpir sus pensamientos, entonces acercó lentamente su oído a las puertas, era ella, cantaba, más bien tarareaba, pues su canción no tenía letra. Los ojos de Jungkook se abrieron como platos, ella tenía una voz preciosa y eso le agradaba.

—¿Señorita Choi? —se atrevió hablar, no sabía si era por qué recién estaba despertando, pero se sentía atontado. —Señorita... —Dijo y esta se cayó. —No por favor, no deje de cantar. —dijo desesperado, quizás esto era la señal que esperaba, la voz de la misteriosa chiquilla hizo que olvidara por completo sus problemas existenciales —por favor, señorita Choi —dijo dejándose caer por la puerta, estaba triste, no había muerto esa noche y él lamentaba eso, lamentaba su existencia. —Por favor... —dijo en un susurro, mientras una lágrima caía por su mejilla.

De pronto, por la cercanía de su oído con las puertas, sintió como alguien se recargaba en estas, del otro lado. Ella comenzó a tararear la misma melodía, pero más cerca de él, del otro lado de las blancas puertas.

Detrás de las puertas (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora