Q U I N C E

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—¿Donde está mi hija? —preguntó el decrépito anciano, cuando vio que entré a su despacho.

—Está en mi departamento, en mi cama, para ser preciso. —me senté frente a él.

Abrió los ojos como asombrado, y apoyó sus codos en la mesa delante de él, la misma que nos separaba.

—¿Que esperas para traerla aquí? —su voz fue demandante.

—Tú hiciste que Solar se acostara conmigo ¿no es así? —solté y él se aclaró la garganta.

—Yo... no sé de qué hablas... —Pude notar su nerviosismo.

—Claro que sabes. Pero es una lástima que Solar no haya podido seducirme. —Crucé mis piernas y me recargué cómodamente en la silla.

—¿Que cosas dices? —Se levantó molesto.

—La señorita Choi... —Dije sin más.

Su cara de intriga lo decía todo.

—¿Que hay con ella?

—Ella en cambio captó toda, completamente toda mi atención, es a ella a quién quiero, no a Solar. —fui claro con mis palabras. Pero un estúpido por decirlas sin ningún sentimiento de remordimiento.

—O tomas a Solar o no hay nada. —al fin sacó las garras.

El viejo vendía a su hija favorita como fuera, para poder salvar su fortuna.

—Ya te dije que no me interesa tú hija mayor...

—Choi cuesta muy caro. —volvió a sentarse, tal parece que hablando de dinero si podíamos entendernos.

—La quiero. —respondí tajante.

—¡Ja! Así que Solar no hizo bien su trabajo.

—Tranquilo, si hace un buen trabajo, es solo que Choi tiene esa maldita chispa que te hace encender, ya sabes —levanté los hombros.

—Eres un insolente.

—Y tú un mal padre.

Se formó un silencio matador, incómodo y ahogador.

Mis nervios aumentaban y cada vez usaba más fuerza para ocultarlos. Quería a Choi, la quería para que fuera feliz, libre y a cualquier precio.

—Dos millones de dólares. —dijo mordiendo una de sus uñas.

Respiré tranquilo, estaba a solo un paso de ella.

—Trato... —saqué la chequera de mi saco y escribí la cifra.

—Quédate con la inservible. —miraba con atención como yo escribía.

Tal era su acaricia.

Detrás de las puertas (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora