D I E C I S É I S

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Enojado y quizás hasta mucho más que eso, era cómo me sentía. ¿Acaso nadie consideraba lo bondadoso que había sido? Yo la había sacado de aquel lugar y todos deberían agradecer.

"Actúas como imbécil"

¿Que si actúe como imbécil? Por supuesto que si, mi especialidad era esa.

Pasaron las horas, era ya muy tarde cuando dejé de escuchar su llanto.
Jamás en mi vida me había tragado mi orgullo y estaba seguro que tampoco lo haría. Aún así me fue imposible no abrir la puerta de mi habitación. Era como si mi cuerpo pidiese a gritos ir por ella. La vi recostada en la cama, durmiendo, aún llevaba la ropa puesta.

"Se ha quedado dormida de tanto llorar"

Todo había sido mi culpa, me costaba trabajo ser dulce, a veces perdía la compostura.
Saqué mis zapatos camino a la cama y me recosté suavemente para no despertarla de su sueño.

¿Cómo podía ser posible? Si hasta dormida, su rostro para mi era armonía pura.

—El para siempre no existe, señorita Choi... pero ojalá me quedara yo observándola a usted... para siempre. —Susurré mientras sacaba un mechón de cabello de su rostro.

Deleite mis manos, acariciaba su cara con delicadeza. Era tan suave, que no me cansaba de hacerlo.

Quizás aquella pena que siento por ella ha cambiado a admiración. Admiración en todas sus letras, admiraba su cuerpo, sus manos, su rostro, la hermosa cabellera que caía sobre su regazo, sus pestañas, sus tan lindos ojos y esos labios pequeños pero entrados en carne, completamente besarles. Admiraba también su fuerza, a pesar de todo lo que vivió, ella estaba aquí, a mi lado.

—¿Jungkook? —Mierda, creía que estaba dormida, al parecer su sueño es muy frágil. se removió a mi lado, tenía una cara de sueño en extremo adorable.

—¿Si? —Respondí embobado. En esos momentos agradecí que ella no pudiera ver mi estado convaleciente por su belleza.

—Yo ya sabía que mi padre no me quiere... —Se volteó un poco para quedar frente a frente. Aunque no pudiera verme. —faltaba que alguien más me lo dijera para creerlo. Jungkook debe saber que es difícil aceptar algo como aquello.

—De verdad... lamento todo lo que te dije. —Me acerqué más a ella, tanto que si lo hacía un poco más, nuestras narices chocarían.

—Gracias, tú eres muy bueno conmigo. —Verla así, con su cara adormecida y sus ojos más pequeños, me llenaba de ternura.

—Tú te mereces eso... y mucho más. —A la mierda, quizás mañana ni se acordaría.

Pase uno de mis brazos por su cintura, pegándola a mi. Sentí su cuerpo tensarse ante el contacto, pero no le permití alejarse.

Detrás de las puertas (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora